capítulo 67.

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Terminamos de cenar. Ambos envueltos en una muy grata conversación. A veces me resultaba realmente increíble lo bien que congeniabamos. En las charlas serias, las bromas, chistes, e incluso en el silencio. Con ella hasta el silencio era algo que disfrutaba. Provocaba una sensación similar a la de un día lluvioso.
La paz, tranquilidad, y la comodidad que causa el sonido de la lluvia. Sentir el olor de la tierra o pavimento mojado con las primeras gotas. Como lentamente se va relajando todo tu cuerpo, y vas sintiendo la necesidad de acobijarte junto al fuego, cerrar tus ojos y escuchar como cae el agua en forma de cientos de pequeñas perlas. Esa misma sensación me causaba el oír su voz, o su respiración.

Sus ojos estaban posados sobre los míos. Era increíble ver y darme cuenta de la gran  fuerza interior que emanaba a través de aquella mirada negra.
La situación por la que ella había tenido que pasar, a solas y en silencio, no era fácil. No para ella, ni para nadie que estuviese en su lugar. Pero ni eso le quitaba la bella sonrisa que surcaba sus labios. Eso me demostraba lo fuerte que era. La fuerza que tiene una mujer. Quien haya dicho que ellas son el sexo débil de seguro nunca conoció a una, y en lo único que se fijó para sacar semejante conclusión fue en un espejismo escuálido y mal hecho de lo que es realmente una mujer.
Son seres que nacen siendo fuertes. No como nosotros, a quienes la fuerza les va llegando con los años, y necesitamos demostrarla  con grandes músculos. O incluso podemos llegar al punto de agredirlas fisicamente, creyendo que de esa forma va a quedar claro quién es el fuerte y quién el debil.

- ¿en qué piensas, Miller? - preguntó Antonella, haciendo que saliera de golpe de mis ensimismamientos. - Haz estado casi toda la cena con la cabeza en las nubes. ¿ocurre algo?.
- no, claro que no - respondí rápidamente - sólo... he querido contemplarte  en silencio.
- ¿estás seguro? - inquirio sonriendo.
- absolutamente - respondí sonriendole de regreso. Antonella río dulcemente, se puso de pie, y rodeando la mesa llegó a mi espalda. Allí deslizó sus brazos por mis hombros, emtrelazo sus manos, acercó su rostro al mío. Gire a mirarla. Sus labios capturaron a los míos de una forma exquisita.
No hay una palabra exacta que defina su forma de besar. Siempre es dulce, pero también me transmite pasión. Una pasión que va más allá de lo carnal. Que hace que nos complementemos y nos sintamos a gusto. Que hasta el movimiento mas torpe de  nuestras bocas sea algo exquisito, que disfrutamos con los ojos cerrados.

Luego de dejarme envolver por la suavidad de sus labios decidí dar un segundo paso, sintiendo que ese era el momento propicio.

- tengo algo que mostrarte - susurre contra sus labios.
- ¿a sí? - sonrió - ¿y que sería?.
Sonreí de soslayo, mientras le guiñaba un ojo.
Antonella se apartó un poco de mi, dejando únicamente sus manos sobre mis hombros.
- es algo que hice a penas salí de la comisaria. - comenté mientras  subía la manga derecha de la chaqueta que llevaba puesta - te lo comento por si no luce muy bien. 
- ¿a qué te refieres? - preguntó confundida.
- ya lo verás. - desabroche la manga de mi camisa, y lentamente comencé a subirla.
Internamente estaba nervioso por la reacción que ella pudiese tomar al ver lo que había hecho. Pero sin importar cual fuese no me arrepentia de nada.

Un silencio absoluto reinó en el lugar cuando la piel desnuda de mi brazo dejó ver un pequeño y colorido tatuaje.
Observé el pequeño dibujo, esperando a que ella por fin reaccionara  a decirme algo.

- ¿eso es... - dijo acercándose a mi - es lo qué  creo?.
Observe su rostro perplejo. Sus manos temblantes tomaron la mía. Alzó mi muñeca hasta que pudo ver bien el dibujo que ahora, cubría los horribles números que me habían marcado por tantos años.
- ¡Dios mío! - chillo mientras cubría su boca con una mano.
- ¿qu- qué te parece? - pregunté con notorio nerviosismo.
Antonella me miró por unos segundos, sin ninguna expresión en su rostro. Luego de la nada se lanzó a mis brazos. Con tal fuerza que caímos al piso junto con la silla en la que estaba sentado.
Sentí su pecho subir y bajar con torpeza, y oí como de su garganta se escapaban unos pequeños soyosos.
Abrace su cuerpo escondiendo mi rostro en su cuello. Dejé escapar el aire que sin darme cuenta había mantenido contenido en mis pulmones. Cerré los ojos sintiendo que nada más había en el mundo. Que no había nada más perfecto que ese momento, y que ella.

¿Qué Oculta Profesor Miller? (Borrador)  Where stories live. Discover now