Los amantes de la Antártida

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Los dos juntos por fin. En el fin del mundo. Dos polos opuestos atraido por la fuerza magnética de sus presencias. Rompiendo el hielo de la distancia que hay en las diferencias. Se buscaron por todas partes. La Antártida a su alcance si les impulsaba el amor. Después de su periplo por el mundo, encontraron el calor sin tan siquiera acariciarse. Bastaba esa primera mirada con la que se derriten los corazones solitarios. Un océano de paz que llegan a sentir los que se reconocen. Un solo destino después de miles de vidas, el reencuentro. Dos almas gemelas tan distintas como el blanco y el negro. Con la misma atracción de los cuerpos celestes en el espacio. En un punto de gravedad los dos orbitando en una mágica danza espacial. Un reencuentro de satélites que se encontraban perdidos. Consumidas por un mismo fuego sin miedo al frío de la soledad austral. Como dos pingüínos uno enfrente del otro. Un silencio gélido en la inmensa capa de hielo. Conversan silenciosas miradas al abrigo de un abrazo cálido y etéreo. Sus voces las escuchan desde dentro. Para que romper la belleza de este singular acercamiento con palabras innecesarias que se las lleve el viento. Entre paisajes desérticos de hielo una confluencia de almas en un continente blanco y transparente como sus almas. Tanto tiempo esperando este intervalo en el tiempo. Que derraman lágrimas de escarcha que se derriten en el suelo de un sueño. La de ella por el ojo izquierdo y la de él por el derecho. Encandilados brillan como luciérnagas cuando llega el crepúsculo que anuncia la noche. Un punto de inflexión. Impávidos en los vértices del espacio y el tiempo. Atónitos se reconocen en su manifiestas miradas. En un punto recóndito al final de todos los caminos un solo destino. Misteriosa concurrencia de secretos glaciales. Al fin una encrucijada en un cruce de caminos de nieve los dos solos en la mejor de las compañías. Se desvela una clave de amor en sus herméticas miradas. Lo que permaneció oculto al fin descifrado. Ya no volverán a pasar frío los amantes de la Antártida. El fuego de sus corazones derrite los icebergs que fueron obstáculo en otros períodos y épocas de otros tiempos. Una pasión sin límites hacen que brille sus pechos en la oscura noche polar. Dos luminarias se divisan a lo lejos por exploradores de territorios ignotos. Se preguntan cual será el motivo de las incandescentes presencias en la inmensa extensión de hielo. Al fin desde muy lejos las siluetas luminiscentes se fusionan formando un espectáculo de luz intensa que apenas se permite contemplar con los ojos tanta luminosidad. Un lapso de tiempo y luego la oscuridad de la nada. Retornando al origen de todos los tiempos, dos almas en el fin del mundo se desvanecen en una esencia de amor sin límite. Viajando hacia otros mundos que ni tu ni yo profanos de un amor tan puro podemos imaginar siquiera.

Alberto Real Borrueco

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