La auténtica belleza que descubrimos cuando nos permitimos sentir. Es el verdadero alimento del alma, el que se nutre de una mirada o del fulgor de una estrella clavada en el firmamento.
Dedicado a todos los que me animaron a escribir.
En un primer momento todo se tornó en oscuridad... Salto una chispa por el roce de los corazones que aun albergaban todavía esperanza a pesar de los grandes sufrimientos que asolaban un mundo de almas solitarias... La chispa encendió una vela que nos iluminaba a duras penas el camino para no volver a tropezar... Más tarde el fuego de la vela paso a ser antorcha que alumbró la conciencia y perdimos el miedo a caernos y continuamos... La antorcha se transformo en el fuego sagrado de una hoguera, se acabó el frío de la distancia que nos mantenía aislados y nos reunimos alrededor de ella a salvo de las fieras... Nos reconocimos en la noche oscura del alma, nuestro verdadero rostro, nuestra verdadera identidad y el fuego sagrado que no quema se extendió por toda la humanidad... Se propagaron las hogueras por el mundo... Ardían los corazones con el amor que purifica y unidas todas las almas encendidas conformamos una gran columna de fuego que fue despertando las conciencia dormidas... Después de aquello solo quedaron resto de cenizas de aquello que nos sobraba... Sólo una brasa encendida en nuestro pecho se mantuvo encendida por toda la eternidad... corrimos el velo que nos mantuvo ciegos y descubrimos la verdadera esencia, por fin el alma al desnudo sin artificios... Una luz intensa dónde todos somos uno... Dónde el fuego de la verdad alumbró todas las conciencias que apagadas, ahora brillaban mucho más que todas las estrellas del firmamento... Qué nos transformamos en un vórtice de fuego blanco visible que desprendían las miradas diáfanas y claras... El fuego de Dios atravesó las cordilleras de los corazones, en la cálida mirada de millones de soles.
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