La auténtica belleza que descubrimos cuando nos permitimos sentir. Es el verdadero alimento del alma, el que se nutre de una mirada o del fulgor de una estrella clavada en el firmamento.
Dedicado a todos los que me animaron a escribir.
En el centro de todas las cosas, allí donde no existen las imágenes, ni figura que conforme efígie, dónde todo permanece, todo perdura, todo es eterno, se recrea el alma en su dicha divina. No es el ínfimo conocimiento de este mundo material, lo que despierta un amanecer de la conciencia. En un tiempo sin tiempo, se desvela un punto dónde, como un observador imperturbable el Ser lo puede contemplar todo. Sin juzgar, sin identificarse, dejándose llevar por ese no se que, en los brazos de lo divino, se muestra un camino que demuestra que vivimos. Dónde todos somos gotas que forman parte del mismo océano, que nuestro origen procede de la misma génesis, de la misma esencia de las cosas, como iba a ser de otra manera, si todos partimos del mismo principio. En un laberinto sin entrada ni salidas, el que busca la entrada se aleja de la salida y quién busca la salida se aleja de la entrada. No se puede pretender encontrar fuera del jardín el lugar donde habitan las flores, el secreto del laberinto se revela, en el punto donde partieron todos los caminos, allí dónde se expande la conciencia infinita.
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