Capítulo 28.- Desolación del alma

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El día más cálido del verano, se dibujaba en un cercano y soñoliento silencio, se extendía por la calle de Privet Drive. El polvo cubría las mayoría de las casas, así como el césped que una vez fue de color verde esmeralda estaba seco y amarillento a causa de la poca agua que hubo ese verano. La única persona afuera era un adolescente recostado sobre el pasto seco y la tierra a sus lados, en la entrada del número 4.

Su pantalón estaba desgarrado y sucio, su camisa tenía cortes grandes dejando al descubierto sus brazos que tenía bien formados, y las suelas del tenis estaban casi en su totalidad desgastadas. La apariencia de Harry Potter no cautivaba a nadie que lo viera de lejos, mucho menos de cerca, aunque algunos parecían curiosos al verlo pues parecía estar herido y casi sin vida, pero nadie se atrevía a acercarse más que lo suficiente para ver que estaba extremadamente suicido y de que su pecho subía y bajaba rítmicamente.

Harry entrenó de forma ardua todo el tiempo, desde hacía un par de semanas, saliendo a correr, o simplemente haciendo los ejercicios que sus maestros le daban aunque lo dejaban desgastado totalmente, había entrenado diferentes artes marciales que dejaban a todo aquel que lo viera impresionado pero al mismo tiempo salían corriendo por la impresión de que estuviera intentando hacerles daño, le recordaba mucho a esos días en el castillo cuando nadie lo veía como un posible campeón ni siquiera como persona.

El azabache se mantenía con los ojos cerrados, pensando lo frustrado que se había sentido el verano, desde su llegada con los Dursley no podía de dejar de sentirse de esta manera, Las salidas había sido nulas, solo podía ir por los alrededores de Little Whinging por el hechizo Escher. Extrañaba A Hermione más que nunca y deseaba ir a su casa, presentarse como su novio y salir a pasear con ella, por desgracia estaba encerrado ahí.

Abrió los ojos viendo ese azul claro del cielo; de vez en cuando veía la pequeña distorsión que causaba el hechizo. El calor golpeaba su cara y sentía el aire caliente, a Harry no le molestaba era lo único que lo hacía sentirse a gusto, simplemente siguió mirando el cielo. Últimamente cada vez que quería estar solo salía a correr por horas, antes de regresar a Privet Drive más sudado que nadie y tan cansado que enseguida se acostaba a dormir. ¿Qué más podía hacer si su mente solo viajaba a lado de Hermione y sus amigos?, ¿Cuándo era un prisionero en aquel maldito lugar?

No se quejaba del todo del estar en esa casa, el trato de tía Petunia y de Dudley era mucho mejores que en otros tiempos pero extraña a sus amigos, también el hecho de que hacía un mes que no veía a Hermione lo torturaba día a día, quería tenerla en sus brazos, besarla, incluso aceptaría que le diera un regaño por salir solo hasta Liverpool.

Harry podría escuchar a tía petunia y a Vernon hablar desde ese lugar, siempre y cuando tuvieran la ventana abierta.

-Me alegra que el chico este saliendo constantemente. Le veo la cara menos ¿dónde está ahora?-Dijo la voz gruñona de Vernon Dursley.

-No lo sé-dijo tía Petunia-no está en casa-

En ese momento Harry vio que la señora Figg, una rara anciana amante de los gatos procedente de la cercana Wisteia Walk, fruncía el ceño y murmuraba para sí misma, se alegró de estar oculto por el arbusto, ya que sabía bien que ella lo estaba vigilando desde que empezó el verano. Seguramente era alguna orden o recomendación de Dumbledore, ya que casi en cualquier momento del día podía encontrársela y siempre le ofrecía un té en su casa lo cual él acepto con gusto la primera vez, sin embargo, al repetirse la escena se dio cuenta que no era natural y se vio obligado a evitarla a toda costa. Aunque no podría creer que Dumbledore olvidara que mencionó a la señora Figg, y como el ya sabía era parte de la Orden del Fénix.

Harry Potter y el mayor poder del pasadoWhere stories live. Discover now