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Nada más bajar del escenario, la rubia se acercó al bar, cogió la copa vacía de la barra y la alzó llamando a Carlos, el camarero.

- ¿Sabes quién es? - preguntó, mordiéndose el labio-.

- Una morena cañón - le contestó su amigo guiñándole el ojo-.

- Oh, muchas gracias, no me había fijado - ironizó la cantante-.

- No sé quién es, pero lo que si sé es que te comía con la mirada. Has triunfado, Reche.

- Habría triunfado si no se hubiese esfumado.

- Yo te consuelo, Albita, ven a mis brazos - bromeó el camarero-.

- Cállate, idiota, no puedes competir - le hizo saber-.

- Pero puedo invitarte a una copa para animarte la noche. ¿Qué quieres?

- Lo mismo que ella.

- Marchando un albariño, entonces, para mi cantante favorita.



Alba tuvo que pestañear varias veces cuando, el viernes siguiente, esa mujer estaba otra vez apoyada en la barra.

Copa en mano y enfundada en un traje morado, le dedicaba una pícara mirada. Seguro que se había dado cuenta de su glicheo al verla. Y parecía orgullosa de causarlo.

Pero una vez más, la morena huyó con la última nota.

Alba estaba frustrada, intrigada y cachonda. Porque si algo hacían aquella mujer misteriosa y ella era calentarse con la mirada durante la hora que duraba el concierto.

La rubia, si lo pensaba, no daba crédito.

¿Quién se alojaba en el mismo hotel tres semanas seguidas? ¿Por qué no se quedaba a resolver lo que enredaban a metros de distancia?

Con esa duda se quedó toda la semana y, también, con la esperanza de que la semana siguiente esa morena no faltara a la cita.

Natalia se colocó una noche más en la esquina de la barra que había ocupado los últimos cuatro viernes. Fue a pedir su infaltable copa de vino cuando Carlos, según informaba su placa, se la tendió directamente.

- Su albariño, lo ha pedido Alba para usted.

Natalia sonrió sin poder disimular aquella grata sorpresa. Tras agradecer al camarero, se giró hacia el escenario, donde el concierto estaba a punto de empezar.

La morena alzó la copa, musitó un gracias silencioso y bebió de ella con delicadeza.

Alba asintió, recreándose ante la erótica imagen de los labios de la morena dirigiéndose a ella y probando luego el vino de una manera tan...

Basta. Concéntrate.

La cantante cerró los ojos procurando apartar ciertas ideas de su mente y así poder mezclarse con las notas del piano para dar inicio al concierto.

Cuando Alba bajó del escenario, tuvo que llevarse la mano al pecho de la impresión, pues se encontró a la morena de frente.

- Gracias por la copa. Soy Natalia - le dijo con una seguridad que dejó a la rubia pasmada-.

- A-alba. S-soy Alba. De nada - contestó atropellada, la había pillado desprevenida-.

Natalia sonrió y aprovechó para mirarla más de cerca. Esa mujer era todavía más impresionante en las distancias cortas.

- ¿Me dejas invitarte a una?

- ¿A una? - cuestionó Alba, perdida como estaba en el aura seductora de la morena-.

- A una copa. De vino o de lo que quieras.

- Está bien - asintió la rubia-.

Natalia asintió también y posó su mano en la espalda descubierta de Alba, para avanzar ambas hacia la barra.

El contacto quemó, para las dos.

- ¿Qué quieres tomar? - preguntó la morena-.

- Un albariño, ¿no? - contestó Alba, dispuesta a dejar de boquear como un pez fuera del agua-.

Carlos no tardó en servirles las copas.

- Brindemos - propuso Natalia-.

- ¿Por qué quieres brindar?

- Por las noches mágicas - acercó la morena su copa a la de la cantante mirándola fijamente-.

- ¿Como ésta? - cuestionó la rubia alzando las cejas-.

- Por ejemplo.

- Pues brindemos - acercó Alba la copa, pero Natalia retiró la suya-.

- A los ojos - reclamó, viendo que la rubia había desviado su mirada hacia su bebida-.

- A los ojos.

Las copas chocaron y ambas bebieron sin apartarse la mirada.

- ¿Cómo sabías que bebo precisamente este vino? - preguntó Natalia-.

- Porque me lo dijo Carlos - le señaló con un golpe de cabeza-.

- Te lo dijo Carlos - repitió la pelinegra-.

- Yo se lo pregunté a Carlos - reformuló-.

- Eso me gusta más - admitió Natalia con una sonrisa victoriosa-.

- ¿Y tú? - se interesó Alba, se negaba a ser la única que quedara en evidencia-.

- ¿Yo qué?

- Eres el público más constante que he tenido nunca en un hotel. ¿Llevas un mes alojada aquí? - interrogó analizándo cada una de sus expresiones-.

- No, exactamente - contestó la morena con cierto misterio-.

- Entonces, vives en Madrid y vienes solo al concierto - dedujo Alba, mordiéndose el labio mientras hilaba su teoría-.

- Soy de Pamplona.

- Y vives aquí en Madrid. Yo también, pero soy de Elche - sonrió la rubia-.

- Soy de Pamplona y vivo allí - aclaró Natalia y siguió hablando como si nada-. Aunque suelo veranear en la costa valenciana, es preciosa.

- Vives en Pamplona - repitió Alba, algo no le cuadraba-.

- Así es - dio otro sorbo a la copa la morena, disfrutando de ver cómo la cantante la observaba pensativa-.

- ¿Estás todos los viernes en Madrid? - frunció el ceño la rubia, confundida-.

- Sí. Vengo todos los viernes desde hace cuatro.

Entre las dos se instaló un silencio. Alba se mordía la lengua por preguntar, pero no quería quedar en ridículo cuando la otra le dijera que obviamente no era por ella.

Natalia, en cambio, estaba deseando que lanzara la pregunta.

- ¿No quieres saber por qué?

- Sí, claro. ¿Por qué? - cuestionó Alba, bebiendo de su copa mientras esperaba respuesta-.

- Vengo a Madrid y me alojo en este hotel cada viernes solo para verte cantar - confesó atravesándo a la rubia con la intensidad de su mirada-.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now