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Fígaro y Queen dormían la siesta enredados, para ternura máxima de sus orgullosas madres, que trataban de conseguir la mejor foto que poner de fondo de pantalla. Eran demasiado adorables.

- Pues va a resultar que se llevan bien - evidenció Natalia.

- ¿Has visto cómo le cuida Queen? Son monísimos - les acarició con cuidado de no interrumpir su sueño.

- Le vamos a adoptar, ¿verdad que sí? - hizo Natalia un pucherito-. Dime que sí.

- Claro, Nat. Si a ti ya no hay quien te despegue de tu hijo. Y a mi me tiene ganadísima con sus monerías.

- Pues ya somos cuatro - sonrió en grande.

- Ya somos cuatro - la besó con ternura.

Natalia colgaba el teléfono después de una llamada con sus padres, que le insistían para que se dignara a hacerles la correspondiente visita veraniega que había estado retrasando.

Las Reche tomaban algo en la mesa del jardín. Ruidosas y alegres, como siempre. Fue su clic la que se dio cuenta de que las miraba desde lejos y no dudó en levantarse en su busca.

- ¿Estás bien? - le besó el hombro, y luego los labios.

- Claro - le sonrió artificialmente.

- Ya - contestó incrédula-. ¿Eran tus padres?

- Sí - deshizo su sonrisa-. Alba, les oculto tantas cosas que no puedo mantener ninguna conversación sin estar todo el rato pendiente de lo que digo.

- ¿Y si pruebas a decir la verdad?

- Debería, ¿no? - preguntó, casi de manera retórica.

- Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea - tiró de su mentón para que la mirara.

- Lo sé. Tengo que contarles todo. Vamos a vivir juntas, joder. Es que lo tienen que saber.

- Además, que todo son miedos tuyos que están solo aquí, en tu cabecita. Que sé que no es ninguna tontería pero te iría bien soltarlo...

- Ya, pero, no sé porqué pero no me es nada fácil. Me gustaría estar como vosotras - suspiró.

- Bueno, eh, ser las Reche tampoco es lo más sencillo del mundo.

- Un punto medio - cedió la navarra.

- Llámales y di que vamos antes de que acabe el verano o cuando nos mudemos.

- Alba...

- Bueno, si no quieres, no - reculó-. No quiero meterte más presión y si quieres hacerlo tú sola... No he dicho nada, ¿vale? Haz lo que te haga sentir mejor y ya.

Natalia se pasó la mano por el pelo y suspiró de nuevo.

- Solo quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites, amor.

- Lo sé - sonrió-. ¿Me das un abrazo?

- Todos - la achuchó con fuerza.

- Vamos, anda, que la Rafi ya me está poniendo cara de preocupación y no quiero dramas.

Natalia no dejaba de moverse en la cama enana que compartía con su clic. Apenas faltaban dos días para irse de Elche y que Alba se mudara a Pamplona definitivamente y a la navarra se le habían venido muchas cosas de golpe a la mente.

El tener una conversación pendiente con su familia, el inminente cambio de vida que les esperaba a las dos, el miedo a cagarla o a no hacer suficientemente feliz a la rubia...

Su cóctel de emociones, exteriorizado en sus continuos movimientos, acabó por despertar a Alba.

- ¿No puedes dormir, baby? - le acarició la cara.

- Tengo la cabeza como un bombo - admitió, incorporándose un poco para poder mirarla.

- ¿Por lo de tus papis? - le colocó el pelo detrás de la oreja, con dulzura.

- Por todo, no sé. Estoy como nerviosa con lo que se viene, los cambios... - se sinceró.

Alba se mordió el labio. Ella también tenía ciertas cosquillitas en el estómago cada vez que pensaba en el giro que iba a dar su vida en menos de una semana, pero trataba de no agobiarse.

- Es normal, amor. Son muchas cosas.

- ¿Vas a ser feliz allí, verdad? - le preguntó con unos ojillos asustados que Alba no le había visto nunca.

De todas las cosas que le venían a la cabeza, esa era sin duda la que más le quitaba el sueño a la pelinegra.

- Ay, Nat - dejó un pico en sus labios-. Vamos a estar juntas, claro que voy a ser feliz, mi amor.

- Joder, es que encima lo último que quiero es darte sensación de inseguridad - chasqueó la lengua, enfadada con ella misma.

- No eres un robot, eres un algodón de azúcar blandito, ¿no? - trató de aligerar Alba.

- Voy a hacer todo lo que esté en mi mano...

- Lo sé, Nat. Y yo también. Va a salir bien, estoy segura. Y si no, pues se habla y ya está. Somos un equipo, un engranaje.

- Lo somos - asintió y le acarició los lunares del cuello distraídamente-. Te quiero tanto, nena.

- Yo también te quiero, amor.

- Mañana voy a llamar a mis padres y les voy a contar todo. Sé que debería hacerlo en persona pero... Me da menos miedo así. Y cuando estemos en Pamplona vamos a verles y a que te conozcan, pero prefiero que no les pille de sorpresa, por si reaccionan mal.

- Sabes que no van a reaccionar mal.

- Por si acaso, me niego a que pasemos un mal momento otra vez. Ni tú ni yo.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now