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Al día siguiente, Marina llamó a su hermana para hablar con ella a solas.

- Tata, estoy muy preocupada.

- ¿Por?

- Natalia y... y su embarazo.

- Pero tú no te tienes que preocupar por eso, Mini. Está todo bien - le quitó hierro al asunto.

- Es que lo de ayer con la bebida...

- Eso no es nada. Son tonterías suyas...

- ¿Tonterías? El día que me vino a buscar se le escapó que se había fumado un cigarro y, desde que estamos aquí no la he visto, pero sigue oliendo a tabaco.

- ¿La hueles como si fueras un perrito policía? - rió la cantante.

- Alba, lo digo en serio. Es muy irresponsable. Y tener un hijo no es cualquier cosa... Yo, sinceramente, no sé si Nat está preparada.

La congoja de Marina hizo a Alba sentirse realmente mal, porque veía que estaba sufriendo de verdad.

- Y además hoy... hoy en la comida la he visto comerse un trozo de jamón. Que no se puede, Alba, que como le pase algo al niño... - dijo casi a punto de llorar.

- Ay, Marina, cariño, que es broma - soltó la cantante la verdad, sintiéndose fatal.

- ¿Que es broma el qué? - frunció el ceño.

- Todo, Mini. Nat no está embarazada, nuestra familia se agranda sí, pero en todo caso con Fígaro, y de momento está solo en acogida.

- ¿Cómo?

- Te queríamos convencer para que vinieras y a Nat se le ocurrió jugar con el doble sentido... Y luego una cosa llevó a la otra y...

- Maldita Lacunza, la voy a matar. Bueno y a ti también. Si es que yo lo sabía - se lamentó.

- Nada de eso, que es en venganza de todo lo que me has hecho a lo largo de tu vida.

- Joder, cómo soy tan tonta. Te lo juro que estos días lo he pasado fatal.

- Ay, ella que se cree muy lista y ha caído de lleno - se burló Alba.

- Es que yo os mato, de verdad. ¿Y mamá lo sabe? Ay, la pobre, el disgusto que se va a llevar - suspiró, apurada.

- Claro que lo sabe, si hubiera sido de verdad, ya habría carteles colgados con la noticia por todo el pueblo.

- Sois unas cabronas.

- Eso te pasa por querer quedarte en Madrid para follar.

- ¿Qué?

- Natalia y yo no tenemos secretos - se encogió de hombros-. Me dijo que me lo ibas a contar, pero a la vista está que no lo has hecho, hermanita.

- Estaba tratando de asimilar que iba a ser tía, no me culpes - alzó las manos en señal de inocencia-. No me ha dado tiempo a pensar en lo mío.

- ¿Y bien? - alzó una ceja Alba, ávida de cotilleo.

- Se llama Javi y, buah, me encanta, tata. Pero ni una palabra a mamá - advirtió con el dedo en alto.

Después de ponerse al día, Marina fue directamente en busca de Natalia, quien bailaba con Fígaro en brazos al ritmo de la música que tenía puesta en el jardín.

- ¡Oy, como se mueve mi niño! - celebraba las pocas señales de vida que daba el gato, normalmente un poco falto de expresión cuando estaba en las alturas.

- Hombre, mi cuñadita preñada, ¿cómo estamos esta tarde? ¿Dices que se mueve? - le acarició la tableta y Natalia se puso en alerta, soltando a Fígaro de golpe.

- Eh, no... Estoy bien, muy bien - musitó.

- Muy planita estás tú, ¿no? Hasta te noto los cuadraditos.

- Es que es muy pronto todavía, Marina, pero algo se nota. Mira - sacó barriga como pudo.

- Bueno... ¿Y habéis pensado en nombres? ¿Cómo se va a llamar mi sobri? - estiró el chicle la rubia.

- Pues... pues Marina, como su tía - sonrió falsamente la navarra, inquieta con la actitud de Sherlock Holmes de su cuñada.

- Oooh, ¡qué bonito, cuñi! - dejó un beso en su tabla de planchar, la morena se puso aún más nerviosa de lo que ya estaba-. ¿Y si es niño?

- Pues... Marino. Si es niño Marino - soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.

- ¿Marino? - trató de contener la risa la rubia.

- Sí. Como San Marino, el país. Es un nombre, porque tiene santo, ¿sabes? San Marino, pues Marino, de Marina - desvarió, causando inevitablemente la carcajada de su cuñada.

Madre mía.

Céntrate, Natalia.

- Marina o Marino... - repitió, con retintín-. Y ¿Alba lo sabe? ¿Está de acuerdo?

- Nosotras parimos, nosotras decidimos. Así que el nombre es cosa mía - respondió Natalia, ya tensísima.

- ¿Y las náuseas y eso? ¿Cómo lo llevas? - insisitió.

- Bien, bien. No tengo. Cero. Nada de nada.

- ¿Qué raro, no?

- No, es que eso creo que es genético. Mi madre tampoco tuvo conmigo.

- ¿Tú sabes lo que van a desentonar niños de dos metros en esta familia, Nat? Y así con el pelito oscuro - soltó una carcajada.

- No, no, yo soy bastante rubita, en realidad. Mira - se agachó para mostrarle la raíz.

- ¿Y el donante? - tensó aun más la cuerda, a ver hasta donde llegaba Natalia.

- Uf, guapísimo. Claro, representa que es como si fuera Alba, ¿no? Pues el más guapo que había, ese hemos elegido. Al guapo.

- ¿Y cómo te lo pusieron? Porque esto de la asociación, será muy moderno pero... ¿Con un jeringazo o...?

- Pues... Pues... No sé. Ay, mira, no estoy embarazada, Marina - se rindió Natalia.

- Ya lo sabía - se encogió de hombros la rubia.

Natalia rodó los ojos y suspiró, pasándose la mano por el pelo.

- Bien jugado, cuñi - le tendió la mano.

- Lo mismo digo, Natinat - se la estrechó-. Me has hecho sufrir, cabrona.

- Lo siento, era demasiado gracioso.

- Cuando te he visto hoy comiendo jamón casi me da algo.

- ¡Pero si he sido super disimulada!

- Déjame dudarlo - alzó las cejas-. Por cierto, cuñada traidora, te has chivado de lo mío.

- Ay, es que tu hermana usa sus malas artes para sonsacarme cosas y yo... no tengo ninguna fuerza de voluntad, Marina.

- ¿Ahora la culpa es de Alba? ¡Eres una sinvergüenza, Nat! - le golpeó el hombro.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now