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Cantó la última canción del repertorio estando nerviosa como un flan. No le quitaba ojo a esa mujer, primero para asegurarse de que no se escapaba y segundo porque le era difícil de creer que sus caminos se hubieran vuelto a cruzar.

La verdad es que ya hacía semanas que había perdido cualquier esperanza de reencuentro. Pero la vida le sorpendía y ella no iba a desaprovechar la oportunidad.

Bajó del escenario e intentó respirar hondo, iba a necesitar tener la mente despejada para la conversación que esperaba tener con aquella mujer.

- Gracias por quedarte - musitó la rubia cuando llegó a la barra, los ojos fríos de la morena hicieron que desviara la mirada hacia el suelo-.

- No quería que te echaran - se encogió de hombros Natalia, seria-.

- Gracias - repitió la rubia, sentía que quería decirle muchas cosas pero no sabía cómo empezar, ni si tenían sentido, al ver lo poco receptiva que se encontraba la otra-.

- De nada. Buenas noches, Alba - sentenció la morena, haciendo ademán de irse-.

- No - la frenó, por enésima vez esa noche-. Hablemos, por favor.

- No sé de qué quieres hablar - le dedicó una mueca-.

- De esa noche.

- No hay nada que decir - sonrió artificialmente la navarra-. Tonteamos y acabé la velada emborrachándome sola. Fin de la historia.

- Natalia, yo...

- Fin de la historia, Alba - repitió-. No fue nada. Ni si quiera te pedí que subieras, así que...

- Pero yo sí quería subir - confesó la rubia con contundencia-.

- De verdad, soy muy orgullosa y no me gusta que me tomen el pelo. Dejémoslo.

- Solo quería hacerte sufrir un poquito, hacerte esperar, pero iba a subir.

- No me vengas con eso ahora, estabas en todo tu derecho de no seguirme el juego, faltaría más, pero no necesito tus excusas.

- Me olvidé de tu número de habitación y no pude averiguarlo de ningún modo - explicó Alba y Natalia soltó una carcajada-.

- Encima de guapa, graciosa y ocurrente - la escaneó con la mirada la más alta, por primera vez-. De verdad que es una pena que esa noche no acabara de otra manera.

- Te lo digo en serio, se lo puedes preguntar a mis compañeros. Digamos que estaba un poco embobada cuando dijiste cual era tu habitación y no la retuve en mi mente.

- ¿Un poco embobada? - entrecerró los ojos la morena-.

- Un mucho - admitió Alba-. Si me la repites, estoy segura de que esta vez no se me olvida.

- Soy muy orgullosa, ya te lo he dicho. Y me heriste el ego.

- ¿Y por qué has vuelto al hotel? - cuestionó la ilicitana, acercándose-.

- Por trabajo, no lo he decidido yo.

- Pero sí has elegido entrar durante mi concierto.

- Es cuando he llegado de la conferencia - se justificó Natalia-. Además no sé porque tengo que darte explicaciones.

- Poco más que un cigarro en la puerta te habría bastado para evitar cruzarte conmigo - evidenció-.

- No lo pensé. No he pensado en que estarías aquí en ningún momento.

- No te creo - desafió Alba, asegurándose de que la mirara a los ojos-.

- Pues es problema tuyo. No he venido por ti - suspiró con cierta indignación-. Más quisieras.

- Vale, pongamos que esto es casualidad - aceptó, dándole la razón-. Podemos aprovecharla. Quédate conmigo hoy y te compenso lo de la otra noche.

La propuesta de la rubia hizo que Natalia se mordiera el labio. Era una persona orgullosa, que odiaba perder. Y esa rubia diminuta le había dado de lleno en el ego al dejarla sola con una botella de vino abierta para las dos hacía dos meses.

Esa noche la estuvo esperando, porque había visto su propio deseo reflejado en el ámbar verdoso de los ojos de la cantante.

Y, en parte, hasta le gustó que no le siguiera el juego de primeras. Al fin y al cabo, a ella también le encantaba hacerlo todo más interesante. Pero sí que sintió cierta decepción cuando la rubia finalmente no apareció.

Era una opción que la pelinegra no había contemplado y le escoció. Y Natalia Lacunza era rencorosa.

Si la ilicitana había dejado escapar su oportunidad esa vez. ¿Por qué debería ella darle otra?

- No me vas a negar que te lo he puesto complicado. Dijiste que no te gustaban las cosas fáciles y, bueno, me temo que eso lo cumplo - argumentó Alba, con voz ronca y seductora-.

Es que era demasiado guapa. Natalia la miraba, segura de que esa mujer tenía un imán.

Era atractiva en todos los sentidos.

Todos los posibles. Y le estaba haciendo dudar.

Porque Natalia no era de piedra y Alba le gustaba. Mucho.

Era inútil negarlo.

A la morena le costaba dar su brazo a torcer, pero la ilicitana le hacía gelatina hasta los muros. Le empequeñecía el orgullo.

Y no la conocía de nada, pero sabía que le haría falta poco para hacerla tambalearse en su postura distante.

Y quién sabe si, eventualmente, ceder.

- Complicado lo has puesto, eso es verdad - concedió finalmente, tras su debate interno-.

- ¿Entonces? - pestañeó exageradamente la cantante-.

- ¿Tomamos algo y me lo pienso?

Las noches mágicas | AlbaliaМесто, где живут истории. Откройте их для себя