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Natalia observaba el concierto desde su sitio de siempre en la barra. Podría parecer una noche más, pero tanto ella como la cantante sabían que no lo era.

Alba había avisado a Famous de que necesitaba hablar con él al terminar la actuación y los nervios se le notaban.

Desde el fin de semana anterior, en el que decidieron por fin que sería ella quien se mudara, había estado haciéndose a la idea. Siendo consciente de todas las decisiones que iba a tener que tomar y, por supuesto, de las conversaciones pendientes con sus jefes.

En un rato iba a renunciar a subirse a ese escenario que, pese a que no dejaba de ser un hotel con espectadores de paso, había sido muy importante para ella.

Miraba a Natalia, que babeaba por ella enfundada en uno de sus increíbles trajes y todo cobraba sentido. Siempre estaría agradecida a ese lugar por haberle traído a esa morena espectacular que ahora era su clic.

- ¿Quieres que te acompañe? - se ofreció la navarra.

- No, espérame aquí. Tengo que hacer esto sola.

- Vale - le dio un pico y le apretó la mano, que sostenía entre las suyas-. Va a ir genial.

- Eso espero. Estoy como un flan.

Natalia la abrazó de nuevo y le repitió que todo iba a salir bien. Alba se alejó de ella y se acercó a su jefe.

- ¿Cómo ha ido? - la recibió su clic con los brazos abiertos, a los que la rubia se aferró sin pensarlo.

- Ya está, Nat, lo he hecho - le susurró, emocionada.

- Lo has hecho - sonrió en grande y besó su frente.

- Solo voy a cantar aquí una vez más. Es que es muy fuerte.

- Mucho, Albi. Es real, mi amor. Va a pasar de verdad.

- Pues claro, Nat, no te vas a librar de mí tan fácilmente.

- Te quiero muchísimo.

- Y yo a ti, nena.

Cuando, a la semana siguiente Alba se subió a aquel escenario por última vez, las lágrimas fueron más difíciles de contener, tanto para ella como para su público más fiel.

- Suerte que os iba a tener de vecinas en Malasaña - protestó Marina, al lado de Natalia en la barra.

- Marina, yo... Lo intenté, traté de convencerla, te lo juro. Yo ya me veía aquí - se justificó la navarra.

- Lo sé, Nat. Mi hermana puede ser muy convincente cuando quiere y tú ibas de durita pero has caído a la primera, morena - la picó.

- Siento alejarte de ella - admitió, con cierta culpa-. Sé que es tu mitad...

- No, si yo estoy enfadada porque te llevas a Queen super lejos. Con mi hermana puedes hacer lo que quieras. ¿Pero lo de alejarme de mi sobrina gatuna? Eso no te lo perdono - fingió seriedad.

- ¡Venga ya, Marina! Me voy a chivar a Alba de que prefieres a la gata en cuanto baje del escenario.

- No seas así, ¿eh? Pensaba que yo era tu cuñada favorita.

- La única que tengo - se encogió de hombros.

- La voy a echar muchísimo de menos - suspiró la rubia, tras unos segundos de silencio en que las dos solo tenían ojos para la cantante-. Y a ti más te vale tenerla entre algodones. La más feliz de Pamplona tiene que ser mi hermana, si no te arrastro de esos cuatro pelos hasta Madrid.

- ¡¿Cuatro pelos?!

- Cuatro pelos - se los revolvió, entre quejas.

- La voy a hacer feliz, te lo prometo - le aseguró Natalia, mirándola a los ojos para ponerse seria.

La rubia se dejó caer en su hombro con un suspiro.

- Me dais mucha envidia, ¿sabes? Es tan... especial lo que tenéis. En el fondo no me da nada de miedo que Alba se vaya contigo.

- Sabía que te tenía comiendo de mi mano, cuñadita - trató de bromear, rodeándola con el brazo y Marina se apartó de ella.

- A mi no te me pongas chulita que no soy mi hermana.

- ¿Chulita? Hoy estoy blandísima. Si tengo ya la lágrima asomando porque no llevo nada bien esto de que sea la última vez de la primera vez.

- ¿Cómo?

- Nada, cosas románticas que en tu estado de no enamoramiento no llegarías a entender.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now