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Dos horas después, Natalia secaba sus manos en el delantal que Alba le había prestado. Estaba al mando de una de las elaboraciones y era la encargada también de pelar y picar todos los ingredientes.

- Oye, pues no se te da tan mal, ¿no? - observó la mujer.

- ¿Verdad que no? Alba me vende fatal - hizo una mueca.

- A Alba no le hace falta venderte, yo me doy cuenta de todo solita y saco mis propias conclusiones.

- Para bien, ¿no? - le guiñó un ojo y le regaló su mejor sonrisa compradora.

- Ya veremos, aún queda mucho cocinado - murmuró, Natalia supo que no se refería solo a la paella.

La Rafi daba las órdenes y la morena iba de un lado para el otro intentando que no se le pasara nada.

- Hay que remover más, ¿eh? En la cocina no se para - apuntó, conteniendo una risa.

- ¡Es que son muchas cosas! - se secó la morena la frente con el brazo y suspiró agotada.

Igual sí que se había lanzado a la piscina antes de tiempo al aceptar el puesto de pinche.

La cebolla estaba haciendo de las suyas y a Natalia se le caían las lágrimas cuando Alba entró a comprobar que siguiera viva.

- ¿Ya la has hecho llorar, mamá? - bromeó, acariando la mejilla de su chica.

- ¿Yo? - se exculpó la Rafi.

- No es nada, Albi, solo cebolla.

- Anda, ven a descansar un ratito, pinche - tiró de ella-. Tómate una cervecita con nosotras.

- Alba, no me robes al personal - amenazó su madre apuntándola con un cucharón.

- Ahora te la devuelvo.

En el salón, Marina se zampaba unas patatas fritas, cerveza en mano.

- Un aplauso para la superviviente. Maniobra de rescate completada - carcajeó, celebrando la liberación.

- No pensaba que sería para tanto - admitió Natalia.

- Te lo dije - le recordó Alba, pasándole un botellín, que se bebieron sin prisas.

- ¡Natalia, que esto se quema! - gritó la Rafi desde la puerta de la cocina.

- El deber me llama - murmuró dándole un pico a su rubia.

- Ve, anda, nuera del año - le dio un pequeño azote.

Se sentaron a comer, con la cocinera expectante por el veredicto de su pinche.

- Espectacular, Rafi - aceptó, evidenciándolo con una mueca placentera.

- ¿A que sí?

- Nos ha quedado buenísima. Para que luego Alba diga que no sé cocinar.

- No te lo creas tanto, que has sido solo la pinche - le bajó los humos la aludida.

- Mimimimi. ¿Está rica o no?

- Mucho - le dio la razón.

- Pues es gracias a nuestro talento culinario - chuleó, con la complicidad de la Rafi.

- Os podéis presentar a Masterchef, así en plan dúo - bromeó Marina.

- Mini, no des ideas, que mamá se apunta a un bombardeo.

- ¡Cómo lo sabes! - afirmó su madre.

- Uy, no, no. Yo a la tele no - descartó la navarra, también entre risas.

Las cuatro alargaron la tertulia en la sobremesa. Natalia estaba integradísima, camelándose a su entregada suegra con soltura y simpatía.

- ¿A quién se le cae más la baba con Natalia a mamá o a ti?

- A ella, claramente - hizo un gesto de obviedad.

- La tiene en el bote. Flipante.

Alba miraba esa interacción sorprendida por la facilidad con la que su clic había calado a su madre y sabido cómo llevarla.

- Me encanta esta chica, Albita - le dijo la Rafi por enésima vez.

- Me ha quedado claro, mamá.

- Si yo tuviera veinte años menos...

- ¿Qué? - exclamaron a la vez las dos hermanas.

- He dicho si yo tuviera - recalcó la madre el supuesto-. No te la voy a quitar, hija. No te asustes. Aunque podría, ¿eh?

Natalia solo pudo estallar en una carcajada, que la Rafi imitó, ante la estupefacción de las otras dos.

- Mírales la cara a mis hijas, Nati - le dijo con un codazo-. Luego van de modernas.

- Mamá, esto ya es demasiado - mumuró Marina.

- Sí, que grinch - arrugó la nariz Alba.

- ¿Cringe de qué, Albi? ¿A quién no le voy a gustar yo? Las madres son mi especialidad - le devolvió el codazo cómplice a la Rafi, junto con un movimiento de cejas.

- Maldita ligona perdonavidas... - negó con la cabeza su chica.

El teléfono de Natalia sonó y esta aprovechó para fumarse un cigarro en el balcón mientras atendía la llamada.

- Hola, Martuca - saludó a su amiga.

- Hola, Nat. ¿Dónde estás? Estoy llamando al timbre pero pasas de mí...

- Estoy en Madrid, con Alba.

- ¿Cómo que en Madrid? - se sorprendió la malagueña.

- Bueno, tendría que haber vuelto esta mañana pero es que ha venido la madre de Alba y...

- Natalia - la interrumpió-. Estoy en tu portal para recogerte e ir al cumple de la Mari.

- ¿Qué?

- Que son las siete. Y es sábado veinte.

- ¡Hostia, Marta! - se llevó la mano a la cara-. Se me ha ido de la cabeza totalmente.

- Flipo contigo, illa - bufó su amiga-. ¡Que son sus treinta!

- Mierda.

- Lleva un montón organizando su fiesta y a ti "si ti ilvidi".

- No sé cómo me ha podido pasar - andaba frenéticamente por el pequeño balcón-. Voy a coger el primer tren y seguro que llego...

- Seguro que llegas cuando se acabe, Natalia.

- Joder - se lamentó.

- A ver cómo se lo explicas.

- Se va a enfadar, ¿no?

- ¿Tú que crees? - ironizó.

- Vaya cagada.

- Pues sí, ya estás pensando como arreglarlo. No puede ser que estés con Alba y se te olvide el mundo.

- No vayas por ahí - advirtió Natalia.

- Solo te estoy diciendo la verdad.

- Marta...

- ¿Qué? Tía, estás en Madrid con tu novia en vez de en el cumple de tu amiga del alma.

- Dios - se atusó el pelo, con frustración-. Marta...

- Nos vemos luego, Nat. Si es que llegas...

Su amiga colgó y Natalia negó con la cabeza.

Soy una amiga de mierda.

- Nena, ¿todo bien? - se preocupó Alba, rodeándola con los brazos y dejando un beso en su espalda.

Natalia se giró hacia ella.

- Me tengo que ir. No debería haberme quedado.

Las noches mágicas | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora