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La sonrisa de Alba casi deja ciega a la morena, que la replicó un poco más comedida, tenía que jugar bien sus cartas si no quería perder los papeles.

- Carlos, dos albariños cuando puedas, porfa - pidió al camarero-.

- Te acuerdas - apuntó la navarra, ensanchando su sonrisa-.

- Claro. Brindemos - le pasó Alba su copa, que Natalia cogió rozando sus dedos intencionadamente-.

Electricidad.

- ¿Por qué brindamos?

Alba intentó hacer memoria para repetir la misma frase que Natalia había usado en un momento idéntico a ese. La morena notó el esfuerzo de la ilicitana y no pudo evitar reír.

- ¿Por las noches mágicas? ¿Eso es lo que quieres decir? - la ayudó y alzó su copa-.

- Eso era - chasqueó la lengua la rubia-. Por las noches mágicas.

- Aunque, bueno... Ahora que lo pienso, sabiendo tu concepto de "noche mágica" no sé si quiero brindar por eso - dudó Natalia, ladeando la cabeza-.

- Me temo que esta vez depende de ti. Por mí no va a ser - anticipó Alba-.

- Por las noches mágicas, del tipo que sean - chocó la morena su copa con la de la otra-.

A los ojos, esta vez, sin necesidad de recordarlo. Natalia tenía un brillo juguetón en la mirada que a Alba le supo a victoria.

- Si le pido ahora mismo a Carlos una cubitera y una botella de albariño, ¿me dices tu número de habitación? - probó suerte la cantante-.

- No sé si te lo mereces - alzó una ceja la morena, repasando una de las solapas de su traje-.

Los ojos de la rubia siguieron la ruta de esa mano tatuada, perdiéndose en el escote que una camiseta lencera enmarcaba. Se mordió el labio.

- Entonces no me provoques.

- ¿Yo? - se sorprendió la navarra-. No estoy haciendo nada.

- Ya - murmuró la rubia incrédula y se acercó a colocarle ella misma las solapas de la chaqueta-. ¿Seguro que quieres que me vaya a casa?

La más alta suspiró ante la cercanía de esos ojos encendidos, de esa boca perfecta que la reclamaba.

El orgullo o las ganas.

El orgullo.

Natalia puso una mano bajo el pecho de la rubia, para separarla. Pero en vez de eso, se quedó ahí, estática, sintiendo el calor de su piel a través de la tela negra de su vestido.

Uf.

Las ganas. Ganaban las ganas.

- Dile a tu amigo que prepare la cubitera - susurró en el oído de la rubia-.

- Ahora mismo - respondió Alba con una sonrisa y fue a girarse para llamar la atención de su amigo, pero la mano de Natalia en su cadera se lo impidió-.

- Eso sí, estás en periodo de prueba. Te estoy dando el beneficio de la duda... No sé, llámalo como quieras.

- Me portaré bien - asintió la ilicitana, aunque sus ojos y su sonrisa pícara gritaban todo lo contrario-.

Natalia, Alba, la cubitera y la tensión sexual pendiente de ser resuelta, subieron al ascensor.

- 315 - informó la pelinegra, con una risita-.

- 315, el número de todas mis pesadillas - negó Alba con la cabeza-.

- Es el momento de cambiar eso.

Natalia dejó salir primero a Alba, admirando las vistas.

- ¿Te gusta lo que ves? - preguntó la rubia con sorna, sin necesidad de girarse para saber dónde miraba, no le hacía falta-.

- Mucho - le susurró la otra, pegándose a su cuerpo desde atrás-. Por ahí, es el siguiente pasillo.

Natalia buscaba la tarjeta en su cartera mientras que Alba revisaba su móvil, pues lo había estado notando vibrar unas cuantas veces.

Doce llamadas perdidas de su hermana.

Y una veintena de mensajes.

La rubia frunció el ceño.

- ¿Entramos? - preguntó Natalia, que ya sostenía la puerta abierta-.

La llamada entrante iluminó el móvil de la cantante, que se disculpó con la mano, antes de atender.

- Marina, ¿estás bien?

Por la transformación de la cara de Alba a una mueca cada vez más preocupada, Natalia supo que algo ocurría.

- Me... me tengo que ir - susurró nerviosa la rubia, nada más colgar-. Es un tema personal...

- Está bien - asintió la navarra, comprensiva-.

- Es mi hermana, tengo que ir a por ella. Y luego matarla con mis propias manos - recitó imprecisa-. Lo siento.

- No pasa nada - se encogió de hombros y la apremió para que se fuera-. Ve a por ella.

- ¿Cuándo te vuelves a Pamplona?

- Mañana, en el primer tren.

- Voy... Voy a intentar solucionar esto... pero la hora que es ya... - se lamentó la rubia mientras avanzaba por el pasillo con prisa, suspiró finalmente-. Ven el viernes que viene, por favor. No desaparezcas.

Un ligero asentimiento por parte de la morena fue lo último que vio Alba antes de salir corriendo hasta el ascensor.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now