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Natalia volvió a su cita madrileña dos viernes después, aprovechando que le coincidía con una reunión de trabajo en la capital.

Cuando Alba subió al escenario, sonrió hacia su espectadora favorita y se encontró con dos sonrisas de vuelta: la de su clic y la del chico trajeado que encendió sus celos hacía ya unos meses.

Terminó de cantar y se acercó a ellos, con cierto nerviosismo.

- Hola, baby - la saludó Natalia con un pico-. Alba, Miki. Ella es Alba, mi chica.

- Ah, encantado, Alba - contestó el catalán, dándole dos besos.

- Igualmente, Miki.

- No sabía que estábais juntas - comentó, sorprendido.

Alba intuyó, por su sonrisa algo impostada, que no le había sorprendido precisamente para bien.

- Bueno... - empezó la morena.

- La última vez que vinimos no me comentaste nada sobre ella - le interrumpió Miki.

- La última vez que viniste todavía no era mi chica - sonrió-. Había algo, pero era muy pronto todavía.

- Pues no se notaba, digo, que estabas pillada.

- ¿A qué viene esto, Miki? - frunció el ceño la navarra.

Natalia no se podía creer que su compañero le estuviera saliendo con esas.

- Nada, nada - reculó.

- No, ¿qué estás insinuando?

- Nada - alzó las manos en señal de inocencia-. Me alegro mucho de que te vaya tan bien, de verdad.

La incomodidad se instaló en el ambiente y poco tardaron las chicas en despedirse de Miki y poner rumbo a casa de la rubia.

Natalia seguía flipando con la actitud resentida del catalán, que no tenía ningún derecho a exigirle explicaciones. Desde luego, había subestimado el interés que su compañero tenía por ella.

La que no lo había hecho desde un principio era Alba. Tuvo muy claro desde la primera vez que les vio compartir espacio, que ese guapete trajeado bebía los vientos por su morena.

Que el chaval hubiera dejado caer que la última vez que se vieron Natalia no estaba con nadie, le encendió un poco las alarmas.

¿Realmente había pasado algo entre ellos para que él le diera tanta importancia a su situación sentimental?

Descartó ese pensamiento rápidamente.

Estaba segura de que no. Ese chico solo pretendía exactamente lo que estaba consiguiendo: que se comiera la cabeza. O eso, o realmente esperaba otra cosa de su relación con la navarra, cualquiera que fuese.

Aprovechando que Marina había salido, abrieron una botella de vino y se acomodaron en el sofá.

- Por las noches mágicas.

- Por las noches mágicas - brindaron.

- Lo puedes soltar, ¿eh? - la animó la morena, tras escudriñar la expresión en sus ojos.

- ¿El qué?

- Lo que estás pensando. Te sale humo de la cabecita - le colocó el pelo.

- No es nada.

Alba se creía, por supuesto, la versión que Natalia le dio en su momento y le pareció que volver a sacar el tema podía transmitirle cierta desconfianza que no venía a cuento, ni era real.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now