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Natalia entró a la cocina con el pelo todavía húmedo y vestida con el chandal gris que solía dejar en casa de Alba, para poder estar cómoda.

- Buenos días - saludó con su mejor sonrisa-. Alba ahora viene, se está secando el pelo.

- Lenta para todo - rió Marina, acercándole a Natalia el café.

- Gracias.

La morena se lo preparó a su gusto y cogió una tostada, ante el silencio que se había creado en la sala. No sabía cómo romperlo.

Ya lo hizo la Rafi por ella.

- ¿Has dormido bien?

Poco le faltó para atragantarse ante esa pregunta tan inocente que le encendió las alarmas.

Ni de coña nos escuchó ayer. Imposible.

Le aguantó la mirada e imitó su sonrisa, intentando descifrar en sus ojos si había una doble intención en esa pregunta o no.

La mujer sonrió más grande todavía y Natalia asumió que no las había pillado.

- Muy bien, Rafi.

- ¿Sí? - cuestionó de nuevo, al ver que la morena había tardado en contestar.

Está jugando conmigo, no voy a caer.

- Sí - volvió a afirmar, con mayor seguridad y desvió la atención-. ¿Y tú? ¿Has dormido bien?

- Pues muy bien también, no lo parece, pero ese sofá es muy cómodo.

Doy fe, Rafi. Doy fe.

- La próxima vez podemos dormir nosotras ahí y te dejamos la habitación de Alba - propuso.

- Aprende, Marina. ¡Ha tenido que llegar Natalia para que alguien me ofrezca una habitación decente en esta casa!

- ¡Pero si acabas de decir que el sofá es comodísimo, mamá! - rodó los ojos.

- Bueno... - cambió de tema-. Natalia, ¿a ti que te parece que Albita sea cantante?

La morena frunció el ceño ante la pregunta un poco extraña de la mujer. Pero luego cayó en Isaac, en el desengaño que se había llevado su rubia con ese ex que no la había sabido valorar.

Sonrió.

- A mi me encanta. Fue lo primero que vi de ella. Se encendieron los focos del escenario, Alba abrió la boca y a mí se me difuminó el mundo. Por eso no me he perdido ni un solo concierto.

- Hasta yo le tuve que retransmitir uno por videollamada - la apoyó Marina.

- Entonces, ¿te parece bien que trabaje de eso o lo ves como un hobby? - insistió.

- Rafi, Alba nació para estar encima de un escenario, no hay ninguna duda.

La mujer sonrió y asintió. En eso estaban más que de acuerdo.

- ¿Qué intenciones tienes con mi hija? - preguntó poniéndose un poco más seria.

- Ahí la llevas, Nat - picó Marina, repiqueteando en la mesa.

Madre mía, va fuerte.

La pelinegra tragó y bebió un sorbo de su café.

- Pues todas, Rafi - se encogió de hombros-. Pero no se lo digas a Alba, a ver si se va a asustar.

- ¿De qué me voy a asustar? - preguntó la aludida, que justo entraba por la puerta.

- Nada, nada - murmuraron las tres, haciéndole fruncir el ceño.

- Me alegro de que sigas viva después de cinco minutos con estas hienas - le confesó a Natalia antes de darle un besito en la sien y tomar asiento a su lado.

- ¿Qué te creías? Yo puedo con todo - bromeó sacando bícep.

- Pásame el azúcar, anda, payasa - pidió pellizcándole el no tan impresionante músculo.

La Rafi miraba a Marina en esa frecuencia que las Reche utilizaban para comunicarse entre ellas.

La pequeña pudo deducir rápidamente que su madre, de primeras, aprobaba el dúo que formaban la rubia y la morena.

- ¿Vives en Pamplona, Natalia?

- Sí, pero vengo cada semana, aunque sea un día, para poder vernos - aclaró, dispuesta a dinamitar cualquier argumento en contra.

- ¿Y te gusta la paella?

Marina y Alba se miraron, conscientes de que esa era la pregunta que confirmaba que a su madre le gustaba esa chica. Y también conscientes de que una respuesta negativa destruiría de un plumazo cualquier posibilidad.

La Rafi era inflexible en ese aspecto.

- Me encanta.

- Pues para mí es un sí - se volvió hacia Alba, dando su veredicto como si se tratara de un programa de talentos-. Buen casting, cariño.

- Gracias, mamá - se llevó la mano al pecho, Alba, teatralmente.

- ¡Cruza la pasarela, Natalia! - bromeó Marina.

- ¡Gracias, de verdad! No sé que ni qué decir, estoy muy emocionada - siguió la aludida el teatrillo, llevándose también la mano al pecho y una colleja por parte de su chica.

Aunque Natalia no tenía previsto pasar el día en Madrid, se dejó convencer por las insistencias de la Rafi y acabó cambiando su billete de tren a última hora para poder quedarse a comer con ellas.

- No le puedes decir que no a mi paella. Y menos cuando, por estadística, te va a tocar a ti ser mi pinche.

- No, mamá, vale ya de abusar de Natalia, pobrecita. Encima que ha venido a estar conmigo... - la defendió Alba, sentada a su lado en el sofá.

- No pasa nada, Albi - la tranquilizó su chica, mientras acariciaba a Queen-. No me importa.

- ¿Cómo cocina la chiquilla, Albita? ¿Crees que es un peligro meterla en mis fogones?

La rubia se quedó pensando.

- Pues la verdad es que no lo sé. No cocinamos casi cuando estamos juntas.

- ¿Perdona? Un día te hice una pizza que me quedó... - puso los ojos en blanco Natalia.

- ¡Pero si era congelada, Nat!

- ¿Pero se me quemó?

- No - admitió, con la boca pequeña.

- Pues ya está.

- Entonces cero cocinera, ¿no? - intentó aclararse la Rafi.

- No, no. Que yo sí que sé, lo que pasa es que todavía no lo he podido demostrar - chuleó.

- Nat, yo sé que lo haces con tu mejor intención y que igual te puedes sentir presionada, pero meterte con mi madre en la cocina no es tan sencillo como parece... - le susurró Alba, tratando de avisarla.

- ¿Qué cuchicheas, Alba? - le llamó la atención.

- Nada, Rafi.

- ¿Vas a ser mi pinche, Natalia?

- Claro - aceptó la navarra gustosa.

- Luego no me digas que no te avisé - le dejó claro Alba.

- No será para tanto - le guiñó un ojo.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now