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- ¿Qué pasa, Nat? - frunció el ceño Alba.

- Tenía la fiesta de cumpleaños de María hoy, ahora, y mira dónde estoy - evidenció-. Es que ni se me ha pasado por la cabeza, Albi. Me siento fatal.

- ¿Y si te vas ahora no llegas, aunque sea tarde?

- Voy a intentarlo. Deja que me despida de tu madre.

Entró de nuevo al salón y miró a las Reche con cara de disculpas.

- Perdona que me vaya así, Rafi. Pero tengo un compromiso en Pamplona y no puedo quedarme.

- ¿Ya sales corriendo? Uy, qué poquito me has durado - bromeó la mujer.

- No, no. ¿Te lo compensaré, vale? Iremos a Elche.

- ¿Ah, sí? - puso los brazos en jarra Alba, en vistas a que ella solita decidía por las dos.

- Bueno, si me quieres llevar sí - matizó.

Se despidió rápidamente de Marina y Rafi y su chica la acompañó a la puerta.

- Luego me cuentas, ¿vale?

- Claro, deséame suerte - fue lo que Natalia le dijo antes de besarla y desaparecer.

La huida de la morena fue bastante atropellada. Viendo que el próximo tren salía demasiado tarde, buscó en Blablacar un conductor que la llevara a Pamplona.

Las cuatro horas de trayecto no hicieron más que aumentar los nervios y el sentimiento de culpa de la navarra.

Había abierto varias veces la conversación de Whatsapp de la Mari, pero ni siquiera sabía qué decirle. Seguramente estaría disfrutando del fiestón de la treintena sin ella y no quería interrumpir la celebración.

Ya bien entrada la noche, Natalia se bajó del coche, delante del local alquilado para la ocasión con la esperanza de que el evento no hubiera llegado a su fin. Tratándose de María, era más que probable.

- ¡Hombre, la desaparecida! - exclamó la cumpleañera, que salía a fumar en ese momento-. Llegas cinco horas tarde. ¡Cinco horassssss!

- Lo siento, lo siento, lo siento - repitió acercándose a ella.

- ¿Lo sientesss? - preguntó, ligeramente borracha.

- Mari, no sé qué me ha pasado...

- ¿Te digo yo lo que te ha pasado? Empieza por "a" y acaba... por "a" también - se cruzó de brazos.

- Alba no tiene ninguna culpa.

- Pero que la elijas a ella en vez de a tu amiga de toooooooda la vida, sí.

Natalia chasqueó la lengua y negó con la cabeza. Sabía que era el calentón del momento, que sumado a la bebida, le hacía decir cosas que no sentía.

O eso quería creer.

- Yo no estoy eligiendo a nadie. Ha sido un lapsus, vino su madre y me pidió que me quedara y...

María bufó exageradamente, aburrida por las explicaciones.

- Estoy enfadada contigo, Wonka. Te has olvidado de mi cumple - insistió, pasando a una tristeza acentuada por el alcohol que llevaba encima.

- Ya te he dicho que lo siento - levantó las manos.

- Esto no se arregla con un perdón. Si solo tienessss a una persona en tu cabezaa... Ahora no hagas como que yo también te importo. Vete a casa - la alejó de ella con el dedo índice apuntando a su pecho.

- ¿Qué dices? Estás borracha, Mari.

- Muy borrachaa. Y ahora me voy a ir a perrear con mi Pablo y mis amigos y tú te vas a ir a tu puta casa a pensar en tu furby, como siempreeee.

- Rubia, ya está aquí el taxi - la avisó Pablo, rodeándola por detrás-. Vamos a quemar la discoteca.

- Vamosss - aceptó María, lanzándose sin ningún pudor a su boca y echando a andar a la vez, se despidió de Natalia con la mano-. Buenas noches, Wonka.

La navarra se fue a su casa con un cúmulo de sentimientos que no sabía como procesar.

La actitud de María le había desconcertado. La madrileña siempre había apoyado su relación con Alba, era su gurú. Y Natalia no entendía esos reproches, si bien comprendía a la perfección su enfado por no haberse acordado de la fiesta.

"¿Llegaste a tiempo ayer, baby?"

"Bueno, llegué cuando ya se iban a otro sitio y María me mandó para casa"

"¿Está muy enfadada?"

"Parece que sí, estoy esperando a que se le pase la resaca para llamarla"

"Me sabe fatal"

"No pasa nada, la Mari me perdonará"

"Luego me dices cómo ha ido"

"Claro, Albi, hablamos luego"

"Te quiero"

"Te quiero más"

Natalia se esperó hasta por la tarde para llamar a María, sabía que antes no la encontraría operativa.

Al tercer intento, su amiga descolgó el teléfono.

- Buenos días - la saludó-. ¿Estás viva?

- Reviviendo.

- ¿Podemos hablar?

- Ya estamos hablando, Wonka.

- ¿Puedo ir a tu casa? - pidió con vocecilla de bebé.

- Si traes mi cerveza favorita igual hasta te abro la puerta - Natalia sonrió, al otro lado de la línea.

- Gracias.

- Eso, eso, agradece que no soy rencorosa y que la resaca me ablanda.

- En media hora estoy allí, ¿vale?

Y así lo hizo. Con ojitos de perro abandonado y sonrisa de no haber roto un plato, le tendió la morena a la anfitriona el pack de su cerveza fetiche.

- Pasa, anda.

- ¿Sigues enfadada?

- Sí.

- Te pido perdón otra vez. Sé que te hacía mucha ilusión que todo saliera perfecto y que fuera la fiesta del siglo, con todos tus amigos y yo... - bajó la mirada-. Yo te he fallado.

- Mi Wonka nunca se habría olvidado de mi fiesta.

- Lo que me dijiste anoche...

- No sé exactamente qué te dije, iba ligeramente achispada, no sé si te diste cuenta.

Natalia se lo recordó, casi palabra por palabra, pues se le habían clavado dentro y no la habían dejado dormir.

- ¿De verdad piensas todo eso?

- Igual con esas palabras y esa contundencia que da el alcohol, no.

- ¿Qué quieres decir, Mari? - frunció el ceño.

- Mira, voy a ir al grano - juntó las manos-. Creo que llevas un tiempo demasiado centrada en Alba.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now