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- Claro que no lo pienso, Alba. Es solo que no quiero complicarnos la vida - reformuló-. Si me mudo yo, solo es pedirle a mi jefe que me traslade a la central de Madrid. Ya está.

- En la central los puestos son más comerciales y no de desarrollo y esas cosas de ingeniería de verdad que te gustan a ti - alzó el dedo, para evidenciar ese matiz.

- Pero el sector es el mismo.

Alba bufó en desacuerdo.

- Pero tus tareas no. No serías feliz - intentó hacérselo ver.

- Sí lo sería porque estaría contigo. Y al trabajo me podría acostumbrar perfectamente. Cada vez nos meten más acciones comerciales con calzador, así que tampoco hay tanta diferencia.

- Si me mudo yo, cada una puede seguir haciendo lo que le gusta. No es ninguna tontería que las dos trabajemos en lo que nos apasiona, Nat. Para mí está en el número uno de prioridades.

- Bueno, pero puedo probar. Pido el traslado, y si no estoy a gusto, podría cambiar de empresa, en Madrid hay millones de oportunidades.

- Si ese fuera el caso, que lo sería - predijo-, porque te morirías del asco vendiendo softwares, las dos tendríamos que buscar trabajo si nos mudamos, ¿no?

- No es lo mismo - se revolvió el pelo Natalia.

- ¿Por qué?

- ¿Y si no encuentras curro en Pamplona?

- ¿Por qué no voy a encontrar curro? Ya has visto que hay varias opciones de sitios donde cantar - hizo alusión a su PowerPoint.

- Ya pero no es tan fácil... No puedes comparar tu sector con mi sector, que están todas las empresas tochas en Madrid.

- ¡Ah, es eso! - hizo una mueca la rubia, frunciendo el ceño-. Ya se muda la ingeniera que chasquea un dedo y tiene mil ofertas porque de aquí a que encuentre trabajo decente la cantante nos morimos de hambre.

- Yo no he dicho eso, Alba.

- Pero lo has insinuado, lo das por hecho. Ti sictir y mi sictir - se burló, subiendo el tono-. Si quieres decir que te mudas tú porque crees que tu trabajo es mejor que el mío dilo claro, Natalia.

La navarra negó con la cabeza y le agarró la cara para que no pudiera apartarle la mirada.

- Eh, escúchame bien.

- Es lo que piensas - le dijo en un susurro con los ojos claritos de estar a punto de llorar.

- Igual he usado mal las palabras, pero te juro que no pienso eso, amor.

- Ya - suspiró incrédula.

- Nunca he pensado que tu trabajo sea menos que el mío. Alba, por favor. No digas eso porque no es verdad - se le quebró también la voz, sin saber por qué.

- No es verdad... - repitió chasqueando la lengua y parpadeando con rapidez para no soltar ninguna lágrima.

- ¿Lo piensas tú? - soltó Natalia, sorprendiendo a la ilicitana.

- ¿Cómo?

- Yo valoro exactamente igual mi trabajo que el tuyo. ¿Haces tú lo mismo?

- ¿Qué dices, Nat?

- Que creo que eres tú la que inconscientemente pones tu profesión "por debajo" - hizo las comillas con sus dedos- de la mía, no yo. Yo no soy Isaac, Alba...

- Ni le nombres - la cortó, tajante.

- Vale, pero no lo soy. Ni me parezco en nada. Y mucho menos en esto - le aseguró con contundencia-. Eso que quede claro.

- Ya sé que no eres como él. No es eso, Nat.

- Yo sé que tú en tus hoteles de ahora estás super cómoda, que tienes tus amigos, tu público, tus jefes... Que estás a gusto y me da miedo que pruebes suerte en Pamplona y no estés igual de bien. Aquí es diferente.

- ¿Pero por qué tiene que ir mal? A ti también te puede ir mal en un nuevo departamento, con otros compañeros, otros jefes...

- Si vienes a Pamplona no voy a poder evitar sentirme responsable de que estés super a gusto, que seas la más feliz del mundo.

- Y yo al revés igual, baby - le hizo ver.

- Me aterra no hacerte feliz - admitió la morena cubriéndose la cara con las manos.

- Mi amor...

Alba se acercó aun más, le destapó la cara y le besó el pucherito que no conseguía esconder.

Se hizo el silencio, en un abrazo eterno, en que dos mentes en ebullición se escondían en el hueco de cuello de la otra.

Fue Natalia la primera en hablar de nuevo.

- Confío en ti, Alba. Al doscientos por ciento. Y creo en tu talento y en tu magia, sé que puedes conseguir todo lo que te propongas.

La rubia salió de su escondite y pegó su frente a la de la otra para ver sus ojos de cerca.

- ¿Sí? - dudó, insegura.

- ¿Sabes qué? A la mierda, Alba. Si quieres venir tú, si lo sientes así, pues te vienes tú y punto. Fin del debate - resolvió.

- ¿Fin del debate? ¿Así de fácil? - alzó una ceja la rubia.

- Sí. Tú te ves capaz, yo te veo capaz. Y Pamplona es un lugar muy bonito para vivir - le sonrió mostrando todos sus dientes.

Alba la imitó y la abrazó con todas sus fuerzas. Quería hacer ese esfuerzo, ese cambio, demostrarle a su clic que ella también sabía poner toda la carne en el asador cuando tocaba.

Y la ilicitana sentía que tocaba.

Y los dientecitos adorables de Natalia se confirmaban.

Dejó un pico en sus labios.

- Ay, me hace muy feliz, Nat - le acarició la mejilla con ternura-. Esto va a salir genial, te lo prometo.

- Haré todo lo que esté en mi mano para que sea así, Albi. Vas a ser la más feliz de Pamplona, te lo juro.

- Lo sé, mi amor.

- Bueno, quiero que conste en acta, antes de que chulees de haber ganado, que yo me he dejado ganar - intentó aligerar la carga emocional del momento tirando de humor.

- ¡Hala, pero qué dices! Si te he dado mil vueltas, Natalia. ¡No seas falsa! - arrugó la nariz.

- Tú has ido a tocarme la fibra, pero mi plan era mucho mejor.

- Sí, me han gustado mucho tus tablas de excel - la picó, dejando besitos de abuela en su mejilla.

Natalia le buscó las cosquillas.

- No te burles, cuando hago estudios de viabilidad se me cuadricula la mente. No lo puedo evitar - se encogió de hombros.

- Entonces ya está la decisión tomada, ¿no?

- Sí. ¿O te estás arrepintiendo ya?

- No, idiota - le golpeó el hombro-. Estoy asimilando. ¿Estás contenta, baby?

- En el fondo, mucho. Perder también tiene sus cosas buenas - le guiñó un ojo-. ¿Y tú?

- Muchísimo, Nat - le aseguró.

- ¿De verdad? - la miró fijamente a los ojos.

- Chi, de verdad - le besó la nariz Alba.

- Te quiero.

- Yo también te quiero, nena - la besó la rubia con toda la dulzura del mundo.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now