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- No serás tú la más feliz de toda la empresa - se burló Iciar, pasándole un café de máquina a Natalia, en su descanso.

- Es que es viernes - sonrió la morena, iluminándolo todo.

- Ay, es verdad, los viernes de encoñamiento de la Natinat.

- Eres imbécil, Iciar.

- Pero si no estoy diciendo ninguna mentira. ¿Te vas todo el finde?

- Solo una noche, esta vez - hizo un puchero.

- Es que sigo flipando contigo. Ni la gente con relaciones a distancia serias se hace tantos kilómetros para tan pocas horas.

- Si puedo y me apetece, ¿cuál es el problema? - se encogió de hombros.

- Ninguno. Pero no me pidas que no te pique.

- Eso ya sé que es inevitable, pava.

- Si te digo la verdad, me gusta verte tan feliz.

Natalia sonrió y besó su mejilla. Se conocieron en la universidad y no habían parado hasta conseguir trabajar juntas, para poder verse todos los días.

- ¿No te da miedo estar tan puto pillada? Hacía mucho que no te pasaba.

- No me da nada de miedo - confesó-. Lo que me pasa con Alba es inevitable y no pienso jugarme en contra.

Ici alzó las manos, en señal de rendimiento.

- Ay, cuándo has pasado de... ¿cómo era?

- ¿El qué?

- Lo que te decía Alba que eras... - trató de explicarse-. Ligona, no, lo otro.

- Perdonavidas - rió.

- Eso, eso. ¿Cuándo has pasado de seductora perdonavidas a oso rosa de peluche?

- Los dos moods conviven en mí, no me subestimes - le guiñó un ojo.

- ¿La cantante está tan hasta las trancas como tú? Eso me preocupa, porque tú estás perdida y no quiero que te hagan daño.

- Yo creo que no te tienes que preocupar.

- Entonces, formaliza, Lacunza. No sé a qué esperas.

- No necesitamos etiquetas.

- En el fondo sí. Todos las necesitamos, nos hacen sentir que encajamos.



A Alba le sorprendía que entre ellas todo fuera tan fácil, tan obvio, casi de cajón. Natalia lo achacaba al hecho tan utópico de que "encajaban".

- Yo he estudiado engranajes, Albi - le explicaba Natalia, desnuda sobre ella, uno de los fines de semana que compartían-. Sé de esto.

- Qué vas a saber tú - rió, deformándole la cara apretando sus mofletes.

- En la carrera estudiamos un montón de cosas, entre ellas, engranajes. ¡Te lo digo en serio!

- A ver, ingeniera, ilumíname con tus conocimientos tecnológicos - se burló la rubia.

- Cuando una pieza encaja con otra, se nota al momento - le besó la sien-. Si hay que forzar o apretar, es que no va ahí.

- ¿Y eso es lo que pasa con nosotras, según tú?

- Sí - afirmó con obviedad.

- Perdona que desmonte tu teoría, cerebrito, pero me gustaría recordarte, por poner un ejemplo, nuestras dos primeras noches mágicas. O no mágicas, más bien - observó Alba.

Las noches mágicas | AlbaliaWhere stories live. Discover now