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No podía ser.

La cantante repasaba en su mente todas las imágenes, como en una película, tratando de dar con esa información.

Sus ojos azabache llenos de deseo. Sus labios más que apetecibles, su lunar justo debajo. Su mandíbula perfecta. Sus manos sujetando la copa de vino. Su tatuaje en la mano derecha.

Concéntrate en lo que dijo, Alba, joder.

Me gustas. Cobarde. Mucho calor. Una noche mágica.

Se acordaba de frases sueltas, de que le dijo algo de abrir la botella mientras se tocaba el escote. De eso estaba segura, había visto un poco de su sujetador de encaje.

Pero no recordaba el número de habitación. Alba chasqueó la lengua y se dirigió de nuevo al bar.

- ¡Carlos!

- Pero bueno, que poco ha durado el asalto, amiga - se burló el castaño-.

- Necesito saber su habitación.

- ¿Pero no te la ha dicho?

- Me la ha dicho pero no me acuerdo - confesó y Carlos no reprimió una carcajada-. No te rías.

- Cómo no me voy a reír...

- Me costaba concentrarme mientras hablaba, ¿vale?

- Te tendrías que haber ido con ella.

- Ya lo sé - resopló-.

- Entiendo que quieres que mire a qué habitación ha cargado vuestros vinitos, ¿verdad?

- Por favor - asintió la rubia, que se mordía el labio inferior, esta vez de impaciencia-.

- A ver... - revisó Carlos en el ordenador-. No hay nada. Ahora que lo pienso, creo que pagó al momento.

- Míralo bien - pidió la cantante-.

- Lo he mirado bien, Alba, no puedo saber su habitación.

- Joder - dio un puñetazo en la encimera-. Es que no puede ser.

- Intenta hacer memoria, rubia, solo hay diez plantas y unas... doscientas habitaciones en todo el hotel.

- Gilipollas, no ayudas.

Alba intentó recordar de nuevo, revisar palabra a palabra su encuentro con la morena.

Mucho calor. Su escote. Su mordida de labio. Sus dedos abrazando con sensualidad la copa de vino. Su manera de pronunciar su nombre. Tan lento.

Joder. Mierda.

- Voy a preguntarle a Sabela.

- ¿Vas a pedirle a la buena de Sab una ilegalidad? Buena suerte con eso.

- Cállate, Right - le sacó el dedo corazón-.

Alba se acercó al mostrador de recepción donde Sabela aguantaba el turno de noche con la mejor actitud posible.

- Sabeliña, mi vida - saludó a la gallega con su mejor sonrisa de persuasión-.

- Alba, ¿qué haces aquí tan tarde? Deberías estar ya en casita a estas horas - la regañó con su usual tono casi maternal-.

- Verás, necesito tu ayuda.

- ¿Mi ayuda?

Alba asintió y le explicó con toda la delicadeza que supo la situación.

- Yo no te puedo dar esa información, amoriño - contestó finalmente la gallega, aliviando el golpe con su dulce acento-.

- Por favor, Sab, por favor. ¿Cuándo te he pedido yo algo? Solo es un número de habitación. Y ella me está esperando. Te lo juro.

- No puedo, de verdad. Primero que mi jefa me mata y, segundo, solo sabes que se llama Natalia. ¿Cuántas Natalias puede haber alojadas en este hotel?

- Pues no sé, pero podemos revisarlas todas y...

- No. Lo siento, pero no puedo hacer eso. Es confidencial y una locura y dificilísimo...

- ¿Vas a dejar que me quede sin verla? - lo intenté de nuevo con mi mejor puchero-.

- Lo mejor será que hagas memoria, Alba.

- ¿Cómo es posible que me pase esto? - murmuró la cantante para sí misma, pasándose las manos por el pelo, frustrada-.

Casi dos meses después, Natalia volvía a estar metida en un taxi de camino al dichoso hotel madrileño. La morena había tenido que asistir nuevamente a un evento en la capital y, pese a haber pedido a la empresa que le cambiaran el alojamiento, no había conseguido salirse con la suya.

Además era viernes. Y más que probablemente, cierta cantante estaría acabando su concierto justo a la hora en la que Natalia pisaba la recepción.

Las notas del piano y la voz rasgada que se oían de fondo, confirmaron sus sospechas. La morena se apresuró en recorrer el camino hasta los ascensores lo más rápido posible.

- ¡Natalia! - no pudo evitar llamarla Alba a través del micrófono, interrumpiendo abruptamente su actuación-.

Desde la semana siguiente a aquella noche, la cantante no había dejado de buscarla entre el público ni un viernes. Y por supuesto, no se le escapó su silueta, por muy rápido que quisiera atravesar la sala.

- ¡Natalia, espera! - repitió, haciendo que el público en las mesas la mirara y su pianista le dedicara una mueca de desconcierto-.

La morena ni siquiera se giró, apresurándose a seguir su camino y rezando porque el ascensor llegara a la planta baja cuanto antes. Pero una mano atrapando su brazo la frenó.

- Natalia, por favor - la llamó la rubia, una vez la tuvo retenida en medio del pasillo-.

- ¿Qué haces? Suéltame.

- No, espera un segundo - pidió la cantante, buscando la mirada de la navarra-.

- Nos está mirando todo el mundo.

Efectivamente, se habían convertido en el foco de atención de todos los presentes que, con el escenario vacío, buscaban otro espectáculo.

- Necesito hablar contigo un momento.

- ¡Alba! ¿Qué se supone que estás haciendo? - el jefe de la rubia se acercó a ellas con cara de pocos amigos-.

- Un segundo, Famous - le pidió y se volvió a dirigir a ella-. Natalia...

- Alba, súbete a ese escenario a pedir disculpas ahora mismo - demandó el chico-.

- Hazle caso - secundó la morena, deshaciendo con su mano el agarre de la otra sobre su brazo-.

La cantante negó con la cabeza, encontrándose con sus ojos impasibles.

- Alba, sabes que odio hacer esto pero o te subes ahí o va a haber consecuencias.

- Me da igual - contestó la rubia sin dejar de mantener contacto visual con Natalia-.

- No le da igual - rectificó la más alta-. Ahora mismo sube.

- No voy a subir si no...

- Me quedo, pero acaba el concierto - cedió, interrumpiéndola-.

- ¿Seguro? - quiso cerciorarse-.

- Seguro. Te espero en la barra.

- Está bien - suspiró Alba y, tras una mirada de disculpas hacia su jefe, se volvió a subir al escenario-.

Las noches mágicas | AlbaliaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang