El costo del orden

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Generando desconcierto en las naves que custodian la última línea de defensa de Miss White, toda su periferia comienza a desboronarse a causa de los temblores; pero, lejos de ocasionar que la fortaleza colapse sobre su propio peso, de entre los escombros surgen cuatro enormes turbinas, conectadas al complejo por gruesas plataformas de metal. Entonces, mostrando una potencia sin igual, las turbinas se encienden y comienzan a elevar la fortaleza sobre el suelo...

—Llevemos esta charla a la solemne quietud del océano —expresa la matriarca, marcando una ruta de vuelo en sus controles.

Estabilizando su vuelo a una altura de 13.500 metros, la fortaleza flotante se desplaza lentamente en dirección al norte. La primera reacción de la flota es de seguirle; sin embargo, rápidamente descubren que la fortificación no se encuentra indefensa, cuando una de las fragatas republicanas estalla en el aire.

La flota localiza entonces diez potentes cañones ubicados en cada esquina de la fortaleza, por lo que no tienen más remedio que retroceder y mantener una distancia prudencial, pues no pueden contraatacar mientras sus líderes permanezcan dentro.

—Blanco... ¿Qué intentas hacer? —pregunta Azul, temiendo lo peor. Siempre fue consciente de que su hermana mayor les guardaba secretos; pero, es ahora que toma perspectiva de hasta qué punto.

—Presten mucha atención a esto —manifiesta la contraria, ignorando su pregunta.

Presionando un botón, el paisaje nevado que muestran los ventanales es reemplazado por fieros combates armados, explosiones descomunales, soldados heridos e incontables cadáveres repartidos en el suelo... A resumidas cuentas, un panorama lúgubre y devastador.

—¿Qué estamos viendo? —interroga Rosa, acongojada ante tan gráfico despliegue de violencia y sufrimiento.

—Esto debe de ser... —murmura Amarillo, frunciendo el ceño con desazón.

Habiendo causado la reacción que esperaba, Blanco se levanta de su trono, paseándose tranquilamente en frente de cada uno de los ventanales.

—La última gran guerra a la que se enfrentó nuestro imperio, sí —confirma —. Los libros de historia no logran hacer justicia a una época tan nefasta, ¿no es así? Las imágenes son más difíciles de digerir que las palabras... Y ahora, ustedes tres se han esmerado en incitar una nueva guerra.

—Si hubiéramos escuchado a Rosa desde el principio, nada de esto habría ocurrido —argumenta Azul —. Nuestra opresión ha causado malestar, y ese malestar ha sido el verdadero combustible de la rebelión.

—¿Realmente crees eso? Este continente fungió como el campo de batalla de cuatro naciones en eterno conflicto, ¡fui yo quien impuso orden sobre semejante caos! Protegiendo a todos bajo la sombra de mi imperio perfecto.

—¿Y quién te proclamó como la salvadora de este mundo? —replica Rosa, forcejeando al punto de dejar marcas en sus muñecas.

Disimulando una sonrisa sarcástica, Blanco da un aplauso en el aire, provocando que las imágenes cambien nuevamente, esta vez mostrando escenas de la reconstrucción del continente, semanas después de la victoria del Imperio Diamante.

—Godavari sabía muy bien... —responde —. Aquellos que olvidan los errores del pasado, están irremediablemente condenados a repetirlos, y si algo ha demostrado la historia, es que la humanidad es defectuosa por naturaleza.

Dicho lo cual, da un paso al frente y extiende sus brazos en un gesto de grandeza.

—Esa sabiduría le hizo comprender que este mundo necesita de un liderazgo superior, necesita de un orden absoluto, necesita de impoluta perfección... Me necesita a MÍ.

Mientras tanto, el equipo de infiltración valora cuidadosamente su situación, pues la misión se ha complejizado mucho más de lo que esperaban. Al menos de momento, se encuentran en una espaciosa y bien curtida biblioteca.

—Por favor, dime que no es lo que parece... —murmura Lars, apoyando el brazo en una estantería, con una expresión de fatiga y preocupación.

Peridot da un vistazo a su tableta electrónica, y al hacerlo, confirma lo que se venía temiendo.

—Es exactamente lo que parece... —responde, con un suspiro de cansancio.

—¿Cómo puede existir un motor capaz de levantar semejante fortificación?

—Parece descabellado, pero es teóricamente posible, no sería la primera vez que el imperio revoluciona algún campo de la ciencia.

Tratas un breve silencio, Amatista aclara su voz para atraer la atención.

—¿Qué hacemos con ella? —pregunta, girando la mirada hacia la asistente, quien aún se encuentra aprisionada por su látigo.

Aunque deben actuar con la mayor brevedad, Peridot decide que no pueden desaprovechar cualquier información que puedan extraer de ella, por lo que ordena que la amarren a uno de los elegantes canapés que decoran la habitación. Sorpresivamente, la mujer no ofrece resistencia alguna mientras le inmovilizan; de hecho, no parece importarle nada de lo que ocurre a su alrededor.

—Sobre la información que necesitamos... —menciona la rubia, parándose justo en frente.

—Responderé —musita la asistente cabizbaja —. Con una condición.

Arqueando la ceja, Peridot piensa que esta no se encuentra en posición de demandar condiciones; no obstante, decide morder el anzuelo.

—¿Y cuál sería esa condición?

—Una vez te haya dicho lo que necesitas, me harás el favor de quitarme la vida.

—¿D-Disculpa?

Todos en el equipo observan a la asistente con inquietud, todos menos Lapis, quien se acerca para tomar asiento sobre uno de los brazos del canapé.

—Hay destinos peores que la muerte —comenta, mirando con atención el parche que la contraria lleva en su ojo izquierdo —. ¿A cuál de ellos temes?

—Miss White... —responde, y ante esa sola mención, sus manos comienzan a temblar —. Cuando la comandante Rosa fue finalmente anunciada, se me encomendó la organización de una ceremonia para su ascenso al poder... Yo... Cometí un error preparando la decoración, y como castigo, Miss White tomó control de mi mente... No tienen idea de cómo se siente... No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces; pero, si Rosa se ha rebelado en contra del imperio y sus fuerzas han llegado hasta aquí, debo haber estado ausente por meses...

—Pero ahora eres tú misma, ¿cómo te liberaste? —pregunta Peridot.

—No estoy segura, mis recuerdos estando bajo su control son borrosos, creo... Creo que tiene que ver con Rosa, ella debió averiar de algún modo el generador de energía.

«Eso explicaría el estado en que encontramos los robots», piensa la capitana. Si Miss White ha perdido la estabilidad de su poder mental, podrían voltear las tornas nuevamente a su favor; sin embargo, desconoce hasta qué punto ha perdido el control, por lo que debe evitar dar algún paso en falso. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now