La ira de Lapis Lázuli

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Bismuto retrocede por instinto, tomando el arma de su cinturón y apuntando a la misteriosa mujer. El resto de rebeldes se acerca, también apuntando con precaución.

—¿Qué está pasando? —pregunta Bismuto, sin despegar la mirada del tanque.

Más grietas, el agua comienza a filtrarse a través de las mismas y, para sorpresa de todos, la mujer dentro abre lentamente los ojos, ojos azules como el mar profundo.

—S-Supongo que el tanque pudo dañarse durante el fuego cruzado... —responde uno de los rebeldes, no muy convencido de su propia respuesta.

—¡Magnífico! —exclama Peridot, con una enorme sonrisa de entusiasmo, olvidándose por un instante de su situación —. ¡Soy una genio, una genio! —añade, justo antes de reír como toda una científica loca.

Bismuto siente la necesidad de dispararle a esa desquiciada entre cada ceja; sin embargo, su mirada regresa a la mujer que tiene en frente. Al principio, esta parece observarlos a todos con una serenidad casi mística; pero, esa imagen no tarda en desaparecer, pues frunciendo el ceño, los ojos de la mujer comienzan a brillar en un azul intenso, como dos estrellas radiantes en medio de un lago agitado. Con un último crujido, el cristal finalmente colapsa, haciéndose añicos en el suelo, el agua del tanque; no obstante, permanece alrededor de la mujer, que se eleva grácilmente por el aire.

—¿¡Quién eres tú!? ¡Responde! —demanda Bismuto, sin poder creer lo que ven sus ojos.

Entonces, el agua que cubre el cuerpo desnudo de la mujer desciende gradualmente, hasta llegar a su cintura. Cuando el aire finalmente llena sus pulmones, mueve sus delicados labios para responder.

—Yo... Soy Lapis Lázuli —consigue articular, mirando a Bismuto con una ira incontrolable —. ¡Y no permitiré que me esclavicen nunca más!

Completamente exaltada, levanta su mano derecha como si estuviese a punto de dar una bofetada a la mujer que tiene en frente, provocando así que una porción del agua que tiene bajo su control imite la forma de su brazo, y azotando a Bismuto con tal fuerza, que le hace estrellarse contra el equipo tecnológico que yacía a sus espaldas, causando una explosión de circuitos. En respuesta, los rebeldes abren fuego de inmediato.

—Ustedes... —murmura, mientras se rodea así misma con una barrera de agua. Al impactar, las balas de plasma se quedan congeladas antes de alcanzar su objetivo.

Antes de contraatacar, Lapis se sujeta la cabeza con fuerza y suelta un desgarrador alarido de dolor, al sufrir una terrible jaqueca que, sin duda, no fue causada por las balas.

Presa del pánico, el rebelde que custodia a Peridot le pierde cuidado y da un paso al frente, uniéndose al ataque de sus compañeros. La científica aprovecha la oportunidad para ponerse penosamente de pie, sus ojos esmeraldas miran estupefactos el resultado de meses de arduo trabajo. «Ponte a salvo, grandísima estúpida», piensa para sus adentros, retrocediendo lentamente y escondiéndose detrás de los despojos de una de las barricadas.

—¡Déjenme en paz! —vocifera Lapis. Y acto seguido, una serie de filosas púas de hielo se forman en el exterior de su barrera.

Los rebeldes intentan retroceder al percatarse de ello, pero es demasiado tarde. Las púas salen disparadas como proyectiles erráticos, atravesando sus cuerpos como si no llevasen armadura alguna, y destrozando la maquinaria que seguía funcionando en el laboratorio. En un solo momento, aquellos que apenas segundos atrás apretaban del gatillo, yacen ahora  en el suelo.

Peridot, por su parte, traga saliva al ver como una de esas púas ha atravesado la barricada, a escasos centímetros de haber atravesado su rostro. Sin poder controlar el temblor de sus brazos, la rubia asoma la cabeza para valorar la situación. A través del cristal roto de sus lentes, puede ver a su musa, quien desciende lentamente hasta que sus pies descalzos alcanzan el suelo, no deja de sujetarse la cabeza. «Tomado en cuenta cómo terminaron los otros sujetos de pruebas, unas cuantas jaquecas no parecen un efecto secundario tan terrible», piensa, mientras observa el desastre a su alrededor, así no es como imaginó las cosas cuando se levantó de su cama.

Amantes en Guerra [Lapidot]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant