El granero

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Pocos minutos después de haber abandonado el templo, las chicas consiguen ver la parte sur de la ciudad, completamente iluminada, a pesar de la hora. Los edificios se ven coloridos y alegres, los restaurantes se encuentran llenos, y las discotecas rebozan de energía.

—Mañana podrán explorar un poco la ciudad —menciona Amatista, quien dirige la aeronave hacia el lago —. Aunque, supongo que estarás ocupada preparando el laboratorio con Perla —añade, refiriéndose a Peridot.

—Sí... Con algo de suerte tendremos todo listo mañana, y podremos dar inicio al tratamiento al día siguiente —responde, planificando meticulosamente su agenda mientras se acaricia el mentón.

Lapis admira el paisaje en silencio, dado que Peridot estará ocupada la mayor parte del día, piensa en recorrer la ciudad, quizá conseguir algunas cosas para el granero, o simplemente conocer esa hermosa ciudad que parecía perdida en manos de los "infames rebeldes".

Rápidamente, el granero se hace visible al pasar una pequeña zona boscosa, y tal como les prometieron, se encuentra justo al lado del lago. Amatista aterriza la aeronave cerca de la entrada, y se voltea para entregarle a Peridot las llaves del lugar.

—Aquí tienen, traten de no alocarse demasiado esta noche, mañana será un día ocupado —bromea la mujer, abriendo la puerta del vehículo.

—No sé de qué hablas... —responde Peridot, tomando las llaves de mala gana.

Así, ambas bajan a tierra firme y se despiden de Amatista, quien se eleva por los aires y desaparece en dirección al templo.

—Supongo que este será nuestro hogar, al menos por ahora —menciona Lapis, mirando a su alrededor con una sonrisa apacible. El granero carece de todos esos lujos a los que está tan acostumbrada; pero, lejos de desanimarle, eso le emociona bastante, pues es una vida completamente nueva la que le espera.

—Jamás imaginé que terminaría viviendo en un granero —responde la rubia. «Pero, tampoco imaginé que traicionaría al imperio por una mujer», piensa, con un suspiro.

El granero ha sido completamente remodelado como una casa, con una puerta corrediza de cristal, y la madera pintada de un hermoso rojo cereza. Lapis se adelanta un poco, rodeando el granero.

—¡Mira esto! —exclama, entusiasmada.

Peridot le sigue con curiosidad, intentando no ensuciar sus botas de lodo, aunque todo su atuendo se vea ya desastroso. Detrás de la vivienda, encuentran una pequeña huerta de maíz, aunque este no se encuentra listo para ser cosechado.

—¿Crees que nos harán recoger todo eso para pagar la renta? —pregunta Peridot, entrecerrando los ojos.

De algún modo, después de todo lo que les ha sucedido, Lapis encuentra muy gracioso el comentario, y es incapaz de contener su risa; sin embargo, en medio de esta se le escapa un pequeño y adorable bufido, que le hace apartar la mirada con el rostro enrojecido por la vergüenza.

—¡Oye! Tienes una risa hermosa —asegura Peridot, tomándole de las manos y mirándole directamente a los ojos.

—¿Lo dices en serio? —pregunta, con una sonrisa incómoda —. Mis padres solían regañarme por reír así, decían que no es apropiado para una señorita.

—En ese caso... Me alegra que hayamos escapado de todas esas reglas absurdas. En este granero, nosotras haremos las reglas —afirma con firmeza —. Primera regla: Lázuli podrá reír como y cuando quiera, sin excepciones.

Y cumpliendo con esa regla, ambas comienzan a reír, abrazándose en medio de la noche, acompañadas únicamente por el maíz. Entonces, se separan por un instante, dedicándose mutuamente una mirada de ternura.

—Vamos, nuestro nuevo hogar nos espera —propone Peridot, agitando las llaves del granero en el aire.

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora