La fuerza de los rebeldes

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Mientras los agentes de seguridad salen por la única entrada, y los investigadores toman posiciones defensivas, Peridot dirige la mirada a su ordenador. «Combate fuego con fuego», piensa, frunciendo el ceño e ingresando un código de seguridad.

De repente, la tensión en el laboratorio se ve interrumpida por el chirrido de una puerta metálica abriéndose. En una de las paredes del laboratorio, se abre una puerta secreta que muchos desconocían por completo, y dentro, se puede ver una armadura de combate de cinco metros de altura, robusta, con pinzas en lugar de brazos, lanzamisiles en sus hombros, y un lustroso color verde con decoraciones amarillas. La asistente observa la armadura con asombro.

—¿Qué? Dije que eran costosas, no inútiles —comenta Peridot, con una sonrisa maliciosa.

Dicho lo cual, abandona su escritorio y se dirige a su creación bélica. Una compuerta de cristal reforzado se abre, permitiéndole treparse y tomar el asiento de mando, al cerrarse la compuerta, todos pueden escuchar la voz de su líder por medio de un potente altavoz.

—Normalmente resistiríamos hasta que sea seguro usar las cápsulas de escape; pero, en esta ocasión, la máxima prioridad es que ninguno de esos rebeldes se acerque a los tanques de agua, ¿entendido? Cualquiera que intente huir será considerado como un traidor, y perseguido por el imperio, eso suponiendo que no lo fusile yo misma en medio del combate —amenaza, mientras acomoda sus lentes y mira la puerta con nerviosismo.

Nadie responde, pero todos tienen muy claro el mensaje. Peridot hace que la armadura avance por el laboratorio, posicionándose justo detrás de la barricada que han levantado sus ingenieros frente a la entrada. Lo único que puede pensar es que ha perdido la cabeza; sin embargo, su enorme orgullo le impide echarse atrás, por ahora.

El momento de espera finaliza cuando todos consiguen escuchar una potente explosión en la lejanía, junto con una serie de disparos. Peridot mira el reporte de daños a través de sus anteojos, y este dista mucho de ser alentador. Sin previo aviso, un disparo impacta en la puerta del laboratorio, no consigue crear un agujero, pero ha hundido el metal lo suficiente como para que todos traguen saliva.

—¡Mostremos a esos idiotas quien manda! —exclama Peridot, colocando sus dedos sobre el mando de control.

La señal que todos esperaban, es una poderosa explosión que derriba la puerta como si fuera de cartón. Todos los científicos agachan la cabeza, mientras unas pequeñas esferas de metal son liberadas por la barricada, y ruedan sutilmente por el suelo, acercándose a la nube de humo que ha provocado la explosión. Rápidamente, un par de rebeldes con armaduras rosadas se abren paso a través del humo, y al instante, las esferas de metal se activan, provocando una explosión criogénica que les deja completamente congelados, cuando más rebeldes aparecen e intentan ayudarles, los pobres desgraciados se hacen pedazos en el suelo.

—¡Malditos imperiales! —exclama una de ellos, mirando a sus antiguos camaradas con terror —. ¡Que no quede ni uno solo con vida!

Y así, los rebeldes se abren paso y entran al laboratorio, disparando a diestra y siniestra. Peridot sonríe, no duda que deben tener superioridad numérica; sin embargo, tiene la ventaja de que solo tienen una entrada al laboratorio, y ahora se convertirá en una entrada al matadero. Sin dudar un solo segundo, activa las armas y la armadura comienza a disparar misiles de plasma, atravesando a los rebeldes como mantequilla. Algunos dirigen sus disparos a la armadura, siendo tan grande, es difícil de ignorar, pero la barrera cinética parece aguantar los disparos.

—¡Debieron pensarlo dos veces antes de interrumpir mi investigación! —exclama, completamente excitada por la emoción del momento.

Su sonrisa; no obstante, desaparece cuando sus sensores detectan un misil aproximándose, específicamente en su dirección, y no se trata de cualquier misil, por el tamaño que tiene puede deducir que su armadura será completamente exterminada. «¡Mierda, mierda, mierda!», piensa, entrando en pánico. Sin pensarlo dos veces, presiona el botón de eyección, haciendo que se abra la compuerta, y su silla se eleve en el aire con un pequeño propulsor. Peridot intenta maniobrar en el aire, evitando los disparos de los rebeldes, pero cuando el misil finalmente impacta su armadura, la explosión es tan grande que le hace perder la estabilidad en el aire, la silla comienza a dar giros erráticos, hasta que consigue hacer caer a su piloto.

Sin poder hacer nada para evitarlo, Peridot cae boca abajo y se estrella en el suelo, haciendo su dolor evidente con un gemido de angustia. Temblorosa, intenta ponerse de pie, mientras siente un hilo de sangre bajando por su nariz, e intenta ignorar el ruido de los disparos a sus espaldas.

—No... No puedo terminar así... —murmura, gateando en el suelo, intentando alejarse del caos —. El mundo necesita mi mente.

Pero, antes de poder alejarse más, siente una fuerte pisada sobre su espalda. Cayendo al suelo, con el rostro lleno de suciedad y sus lentes, que milagrosamente no se han caído, estando agrietados, Peridot escucha una voz bastante gruesa e intimidante.

—Tú debes ser la mente retorcida que ha estado experimentado con mis camaradas —dice una mujer con firmeza.

—¿Quién eres tú? —consigue preguntar la rubia, teniendo problemas para respirar.

—Una de muchos que se oponen a la tiranía del Imperio Diamante —afirma, mientras aplica más fuerza sobre su espalda —. Mi nombre es Bismuto, recuérdalo antes de morir.

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora