Limando asperezas

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Al separar finalmente sus labios, ambas amantes guardan completo silencio, permitiendo que sean sus miradas de ternura las que hablen. Arruinando el mágico momento, Lapis frunce el ceño por su migraña, siendo incapaz de continuar ignorándola.

—Lo sabía... —dice Peridot, aclarando un poco su garganta, pues el beso ciertamente le tomó por sorpresa —. No te preocupes, el laboratorio está listo para tu tratamiento, muy pronto haré desaparecer ese dolor —promete, con las mejillas sonrojadas.

«Ya alejaste el dolor de mi corazón», piensa Lapis, asintiendo ante su promesa con una sonrisa sincera. Instantes después, ambas voltean la mirada hacia una nave que se aproxima, Peridot la reconoce como la nave que lideraba a la flota de Rose, lo que significa...

—Bismuto... —murmura, aferrándose a su musa con nerviosismo.

La nave abre rápidamente su compuerta, y un soldado rebelde se asoma para llamar su atención, agitando la mano para que se acerquen. Lapis siente algo de duda, más por la incomodidad de Peridot que por la suya propia; sin embargo, no ve ningún motivo real para ignorarle, así que cambia su rumbo y se dirige a la compuerta, en donde deja caer el agua de sus alas.

Al entrar a la nave, Peridot se avergüenza al sentirse observada por los soldados, por lo que hace un gesto nervioso para bajar.

—P-Puedo caminar a partir de aquí.

Lapis se limita a dejarla en el suelo, divirtiéndose con el momento. Entonces, todos los soldados hacen una señal de respeto, y Bismuto cruza la puerta de la cubierta, estudiando a sus invitadas con la mirada, especialmente a la científica imperial que convirtió a sus amigos en abominaciones.

Intimidada, Peridot retrocede un poco, pero Lapis le toma gentilmente de la mano, y el tacto de su piel es suficiente para contagiarse de valor, así que traga saliva y da un paso hacia adelante.

—Tan pronto supe que las nuevas rebeldes que Rose había adoptado eran ustedes dos, sentí una ira indescriptible en mi interior —dice la imponente mujer, rompiendo con el incómodo silencio y acercándose a sus contrarias —. Una de las mujeres que más he admirado, recibiendo de brazos abiertos a quien experimentó con nuestros camaradas, y a quien los atravesó con pilares de hielo.

Peridot se muerde el labio inferior, lista para responder, pero Bismuto retoma la palabra.

—Eventualmente, fui capaz de aceptar la llegada de Lázuli, no fue más que otra de tus víctimas, y para el momento en que salió de su tanque parecía aturdida, debió sentirse amenazada, no puedo culparle por intentar sobrevivir. A ti, sin embargo —dice, clavando su mirada en los ojos de la científica —. Pensé en estrangularte con mis propias manos, librar a este mundo de tu mente perversa.

—Suficiente —interrumpe Lapis, con severidad.

—Está bien, Lapis... —responde Peridot, soltando su mano y parándose justo en frente de Bismuto; entonces, sube la mirada para reencontrarse con sus ojos —. Tienes razón, siempre pensé que el progreso científico era más importante que las vidas humanas, sobre todo si estas pertenecían a los infames rebeldes que hacían peligrar al orden imperial. Pensé que mis experimentos nos darían la ventaja que necesitábamos, y que tan pronto Miss White lograse deshacerse de la rebelión de Rose Cuarzo, todo el dolor provocado por la guerra desaparecería finalmente, y cada sacrificio habría valido la pena... Así fue, hasta que encontré una vida que no estuve dispuesta a sacrificar por esa causa...

Bismuto mira a Lapis con incredulidad, por la forma en que le defendió recién, está claro que ambas han forjado un vínculo especial.

—Al principio, intenté salvar esa vida sin romper las reglas —prosigue, manteniéndose firme —. Pero la verdad me atravesó rápida y dolorosamente, el imperio al que dediqué toda mi vida me traicionó ante la menor discrepancia, y me condenó a muerte por defender aquello que considero valioso. Los rebeldes; en cambio, me ayudaron a escapar de esa trampa a la que por tantos años llamé hogar, y a pesar de lo que hice en el pasado, me tendieron la mano, me dieron una segunda oportunidad.

—Pero, ¿mereces esa oportunidad? —pregunta Bismuto.

—No lo sé, y no te pido que me perdones, lo único que te pido es que permitas que los rebeldes aprovechen mi mente, y cualquier ventaja que eso signifique.

La mujer reflexiona brevemente sobre esas palabras, y al levantar la muñeca, Peridot presiente que está por recibir un fuerte puñetazo en la cara; sin embargo, esta simplemente le extiende su mano.

—Gracias —dice, estrechando su mano con alivio.

—Soy incapaz de perdonarte, al menos de momento —aclara Bismuto —. Pero no eres la primera imperial que ve la luz tras haberse manchado las manos de sangre, y jamás habríamos capturado a Esmeralda sin tu ayuda, la ayuda de ambas. De parte de la milicia rebelde, tienen mis más sinceros agradecimientos.

Habiendo zanjado el asunto, Bismuto da media vuelta y se dirige de regreso a la cubierta.

—¿Qué haremos ahora? —pregunta la rubia.

—Perla te está esperando en el laboratorio, y tan pronto terminen con lo que sea que tengan que hacer allí, Rose convocará un consejo de guerra para decidir nuestro próximo movimiento.

Y apegándose a ese plan, la nave se encuentra ya aterrizando a las afueras del Templo de Cristal. Abriéndose nuevamente la compuerta, Peridot respira hondo y se llena de determinación; ahora más que nunca, no puede permitirse fallar.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now