La mansión de los Lázuli

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Tras recorrer el majestuoso jardín, ambas llegan finalmente a la entrada de la mansión, que cuenta con una gigantesca puerta de madera, y dos elegantes estatuas de ángeles, inclinándose en señal de respeto, como si les invitaran a entrar. Antes de que la anfitriona abra las puertas, Peridot detecta un atisbo de tristeza, o nostalgia; tal vez, en el semblante de su musa.

—Puede que sea una pregunta muy tonta a estas alturas; pero... ¿Te encuentras bien?

Normalmente, Lapis encontraría alguna forma de evitar la pregunta; sin embargo, la expresión de Peridot es la de una mujer genuinamente preocupada, ese detalle le conmueve.

—No, dejé de estar bien hace mucho tiempo —responde con amargura, empujando las puertas y dejando ver el interior de la mansión.

—Lo siento...

—Descuida, mi miseria comenzó mucho antes de que me pusieras un dedo encima.

«¿Quieres hablar sobre eso?», piensa Peridot, sabe muy bien que, en ocasiones, el mero hecho de poder contarle a otra persona tu pesar, puede traer bastante alivio. Aun así, prefiere guardarse sus palabras, duda que quiera hablar sobre su pasado con la mujer que estuvo experimentando con su cuerpo.

Una vez dentro, la rubia se maravilla ante todos los lujos que decoran la mansión, como es de esperarse de una familia de nobles. Algunos cuadros llaman su atención, uno de ellos muestra a los que parecen ser sus padres, una pareja elegante, y justo en medio, una pequeña y adorable Lapis, usando un tierno vestido amarillo. Peridot siente calidez en su pecho, aquella hermosa y misteriosa mujer que flotaba en su laboratorio no era más que un espejismo, finalmente puede conocer a la verdadera Lapis Lázuli.

Lapis le guía hasta la gran mesa del comedor, sobre la cual se encuentra una generosa cantidad de comida enlatada, ropa, medicamentos, artículos de aseo personal... un poco de todo.

—Mi mayordomo me echó una mano para reunir cosas que podríamos necesitar —aclara, dirigiendo la mirada hacia Peridot, en búsqueda de aprobación.

—¡Esto es magnífico! —responde entusiasmada, mientras se acerca a la mesa —. Ya no tendremos que arriesgarnos a visitar una tienda. ¿En dónde está tu mayordomo ahora?

—Lo despedí.

Peridot simplemente entrecierra los ojos, acomodando sus lentes con perplejidad.

—No quiero que se encuentre aquí cuando vengan a buscarnos —se explica, arrastrando una silla y tomando asiento —. Además, no creo que regrese nunca más. Si no consigues ayudarme, supongo que moriré allá afuera, y si lo logras, no querré saber nada más sobre el Imperio Diamante durante lo que me quede de vida.

—Me cuesta mucho imaginarme fuera del imperio, es como... Dejar la civilización atrás, la ciencia...

—Pues deberías comenzar a ejercitar esa imaginación, porque aquí te quieren muerta —responde Lapis, con una sonrisa sarcástica.

Peridot responde con una risilla incómoda. Entonces, un cuadro tirado en el suelo llama nuevamente su atención, a diferencia del resto, la mitad da la pintura pareciera haber sido desgarrada por una fiera; pero, la mitad que permanece intacta muestra a Lapis, con un bello y blanco vestido de bodas. Por algún motivo que no puede explicar, siente una sensación desagradable al verlo.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now