Coalición inesperada

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—Largo de aquí —advierte Lapis, con un tono de voz apagado y lúgubre.

A sus espaldas, el joven soldado cae presa del pánico, haciendo todo lo posible por levantarse del suelo. Motivado por el temor de compartir el destino de su capitana, consigue apoyarse en la pared para ponerse de pie, desplazándose nerviosamente hasta alcanzar la puerta.

Habiéndose librado de él, sus ojos permanecen fijos en el suelo, observando su reflejo distorsionado en cada uno de los fragmentos de hielo que yacen bajo sus pies, reflejo que, bajo la pobre iluminación escarlata que inunda la habitación, es la viva imagen de un ángel de la muerte. «¿En qué me he convertido?», reflexiona.

Intentando apartar ese pensamiento de su mente, bate sus alas en dirección a Peridot, y aunque las heridas en su rostro le parten el corazón, no puede evitar sentirse aliviada, pues su amada aun respira.

—Oh... Cariño... —murmura, acariciando gentilmente sus mejillas.

Las lágrimas no tardan en nublar su visión, mientras se ve invadida por un profundo y desolador sentimiento de culpa. Las implacables acciones de Jaspe fueron motivadas por la enfermiza relación que mantuvieron por años, y el que Peridot prefiriese sufrir una horrible tortura antes que revelar su paradero, se debe también a la relación que mantiene con ella...

Decidida a sacarle de allí, crea cinco dagas de hielo, cada una con el filo y dureza suficientes como para resquebrajar los grilletes que le aprisionan el cuello, muñecas y tobillos. Una vez libre, le sostiene cuidadosamente en brazos, intentando discernir la gravedad de sus heridas.

Entonces, y para su sorpresa, la electricidad regresa al cuartel general, reemplazando las luces de emergencia por la cálida iluminación habitual. Confundida, se pregunta qué habrá causado el apagón en primer lugar.

Tan solo instantes después, la puerta de la sala de interrogatorios se abre nuevamente.

—¡Lars! —exclama Lapis, impresionada por verle sano y salvo. Lo último que supo sobre su equipo no era muy alentador.

Con una sonrisa penosa, el capitán apoya su hombro en el marco de la puerta, viéndose verdaderamente fatigado.

—No deberías estar aquí... —responde finalmente, con un suspiro de alivio —. Pero, me aterra pensar en lo que sería de nosotros si no hubieses aparecido.

Echando un vistazo a la habitación, varias preguntas surgen en su cabeza; sin embargo, no tiene intención alguna de obtener respuestas. En cambio, regresa la mirada hacia Peridot, quien sin duda ha visto mejores días.

—¿Cómo se encuentra? Me ha tenido preocupado desde que nos separamos.

—No estoy segura... Necesito atenderla.

—Deja que Rodonita la examine, ella sabrá qué hacer —propone, haciendo un gesto con la mano para que le siga dentro del laberinto.

—No lo entiendo, ¿cómo escaparon de su celda? —pregunta Lapis, descendiendo para seguirle el paso.

—¿Escapar? No me des tanto crédito. No sé qué fue lo que hiciste, pero la comandante Amarillo en persona decidió liberarnos, ahora mismo nos esperan en su sala de mando.

«Azul... Lo conseguiste...», piensa la noble, quitándose una preocupación de encima. Con el laberinto apagado, no tardan en llegar a la sala de mando, en donde se encuentran las comandantes acompañadas de sus asistentes, el equipo de Lars, y un grupo de seis soldados imperiales.

—Rodonita, necesitamos de tu experticia —expresa Lars, llamando la atención de todos al entrar.

—Oh, no... —murmura esta, apresurándose para recibirles —. ¿Qué sucedió?

—Jaspe... —responde Lapis, sin dar mayores explicaciones.

Amarillo, quien yace en su trono observando las pantallas holográficas, voltea la mirada al escuchar ese nombre.

—¿En dónde está Jaspe? Tengo nuevas órdenes para ella —pregunta la comandante, y por su tono de voz, se puede intuir que no se encuentra de buen humor.

—Muerta.

Frunciendo el ceño, Amarillo pasea la mirada desde Lapis hasta su hermana.

—¿Estás segura de esto? Como puedes ver, la rebelión también tiene sus manos bañadas en sangre.

Con un suspiro pesaroso, Azul se acerca a los recién llegados, contemplando con tristeza el estado de Peridot. Después de escuchar a Lapis relatar su historia en el crucero, la muerte de Jaspe no le sorprende en lo más mínimo.

—Rosa resguardó a los suyos dentro de la cúpula —responde finalmente —. Nuestros constantes ataques son los que les forzaron a salir, ahora mismo... Estamos recogiendo los frutos de la opresión.

—¿Qué si te equivocas?, ¿qué sucede si este experimento de Rosa termina por ser un fracaso? —replica Amarillo, poniéndose de pie.

—Prefiero encontrar fracaso en mi redención, antes que hundirme en mis pecados.

Avergonzada, Amarillo regresa a su asiento. Aunque no comparte el entusiasmo de su hermana por apoyar los esfuerzos de la rebelión, debe admitir que el imperio se ha vuelto crecientemente inestable ante las políticas de Blanco, políticas que; sin lugar a dudas, solo irán en aumento, sobre todo después de la presente invasión.

—Mi comandante —interrumpe su asistente, mostrándole un informe desde su tableta electrónica —. Nuestros ingenieros han reestablecido nuestro canal de comunicaciones, se encuentra listo para su uso.

—Muy bien... Acabemos con esto —resuelve, encendiendo el canal para hablar con sus tropas. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now