Tregua entre fugitivas

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Ante el comentario de Lapis, Peridot solo puede reír con nerviosismo, mientras sus ojos esmeraldas se cristalizan, y las lágrimas humedecen las pecas de sus mejillas. Sabe muy bien que jamás en toda su vida había estado tan jodida como ahora, si de alguna manera hubiera escapado con la prisionera, puede que hubiese podido justificarse después, al estabilizar la hidrokinesis demostraría que mantenerla con vida era la opción correcta, la que daría mayores beneficios al imperio; pero, ahora... Acaba de volar en pedazos a una capitana, capitana que estaba además bajo las órdenes directas de la comandante Amarillo, muerte en la silla eléctrica sería una condena demasiado piadosa ante un crimen como ese.

—Estoy acabada... —dice, con la mirada perdida en el suelo, contemplando su lamentable reflejo en los fragmentos de cristal que adornan el suelo.

—¡Oye, reacciona! —exclama Lapis, forcejeando con sus grilletes —. El mundo no empieza ni termina con el endemoniado imperio.

«¿Es eso cierto?», se pregunta la rubia; sin embargo, al menos por ahora, la respuesta a esa pregunta carece de sentido, su futuro en el imperio se ha desvanecido, por lo que solo tiene dos alternativas, comenzar una nueva vida fuera del imperio, si es que tal cosa es posible, o aceptar su castigo, entregando la vida por el deber. Peridot limpia sus lágrimas, y con un suspiro, toma una decisión.

—Lapis Lázuli, te propongo una alianza temporal —resuelve, poniéndose de pie y volteando la mirada nuevamente.

—No me mires... —responde, con gran seriedad en sus brillantes ojos azules, y algo de rubor en su rostro.

—¡Lo siento! —se excusa, apartando la mirada con vergüenza —. Escucha, sé que me odias por... Bueno, no hace falta que lo diga, lo sabes mejor que nadie. Soy completamente honesta cuando te digo que actué con buenas intenciones, siempre dudé sobre mis métodos; pero, pensé que era la única manera de hacer prosperar al imperio.

—Vaya consuelo —dice con ironía, arqueando la ceja.

Lapis habla con recelo, mas no hay rastro de aquella ira o repudio con que se expresaba, por lo que Peridot lo ve como una buena señal.

—No espero que me perdones —continúa diciendo, sorprendiéndose así misma con un sentimiento de culpa —. Solo que me permitas compensarte, creo que podemos ayudarnos mutuamente.

—Bien, porque no pienso perdonarte. Aun así, escucharé tu propuesta, no es que pueda ir a ningún lado.

Al recordar eso, Peridot se acerca a los controles de la cápsula, y tras digitar algo en el teclado, los grilletes se liberan de inmediato. «Es ahora o nunca», es el primer pensamiento que cruza la mente de Lapis; sin embargo, permanece sentada, a la expectativa. Peridot, por su parte, apoya las manos sobre los controles, mirando inquisitivamente la nave de Aquamarina.

—La tripulación de la nave no parece haberse percatado de... Lo que hice, pero será cuestión de tiempo para que ambas seamos fugitivas del imperio. Ahora mismo tu hidrokinesis es inestable, aunque has probado ser muy talentosa controlándola, esas jaquecas podrían provocarte un daño irreparable en algún momento.

Lapis arruga ligeramente la nariz, el solo recuerdo de ese dolor le da un escalofrío por toda la espalda.

—Por otro lado, no importa qué tanto conozca al imperio, no puedo mantenerme fuera de su alcance por siempre, y nada puedo hacer contra los soldados imperiales. Así que, con algo de tiempo yo podría estabilizar tu cerebro, permitiéndote utilizar la hidrokinesis sin ningún inconveniente, y a cambio... Tú puedes defendernos de cualquier contingente imperial, tal y como demostraste cuando los rebeldes atacaron.

Lapis considera sus palabras con cuidado, no siente que pueda confiar en ella; sin embargo, también sabe que no tiene motivo alguno para mentirle, ahora mismo ambas son enemigas del Imperio Diamante. Esperando no arrepentirse, decide tener un poco de fe.

—En ese caso, deberías recoger esa varita, podría sernos de ayuda —dice finalmente, mientras se cubre los pechos con las manos.

—¿Varita?

Peridot dirige su mirada hacia el suelo, y se sorprende al encontrar que efectivamente allí yace la varita, Aquamarina debió haberla soltado mientras se estrellaba con la cápsula. Sin pensarlo dos veces, se agacha y toma posesión de ella, sonríe al ver que se encuentra relativamente intacta, entonces sube la mirada hacia Lapis.

—¡Te dije que no me mires!

—¡Perdón! —exclama Peridot, volteándose doblemente avergonzada —. Espera... Entonces, ¿aceptas mi propuesta?

—Con una condición.

—Dímela...

—Nuestra primera parada... Será para conseguirme ropa.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now