Una revancha anunciada

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A punto de llegar a su destino, Peridot se queda de pie frente a la última triada de puertas, y enfoca la visión térmica de sus anteojos en la tercera. «Una... No, dos personas», piensa, interpretando las lecturas de calor, y si su intuición no le falla, deben de ser ingenieros trabajando con el generador.

Llenándose de valor, entra finalmente a la sala de máquinas, avanzando sigilosamente entre naves desarmadas, armaduras de combate descompuestas y cajas amontonadas en el suelo. Tan pronto se acerca al generador de energía, se desliza detrás del motor de una nave, y asoma discretamente la cabeza para evaluar la situación.

—Bingo... —murmura, con una sonrisa un tanto siniestra.

Tal y como pensó, solamente se trata de dos técnicos, uno de ellos se encuentra acostado dentro del generador, ajustando algunas tuercas; y el otro, parece estar programando los sistemas del mismo a través de una pequeña consola. La Peridot del pasado no habría dudado en asesinarlos a ambos, con tal de alcanzar su objetivo, ahora; sin embargo, la idea le parece un poco enfermiza.

Saliendo rápidamente de su escondite, extiende las manos y activa sus guantes magnéticos, elevando a los técnicos en el aire gracias al metal en sus uniformes. Tambaleándose atemorizados, intentan alcanzar sus comunicadores para pedir ayuda; pero, antes de poder siquiera llevarse las manos a los bolsillos, los guantes emiten una extraña resonancia que les pone rápidamente a dormir.

—El disruptor cognitivo es todo un éxito —afirma la rubia, dejándoles en el suelo.

Y sin perder el tiempo, se dirige inmediatamente al servidor imperial, accediendo desde un computador y burlando fácilmente sus sistemas de defensa. «Esta red es impresionante», reflexiona, aunque ya conocía los alcances de esta por sus días como científica imperial, jamás había dado un vistazo a una cantidad tan extraordinaria de nodos interconectados simultáneamente entre sí, transmitiendo datos de forma eficaz e ininterrumpida.

—Casi siento lástima por esto —murmura, mientras saca un pequeño drive de su bolsillo.

Conectándolo al sistema, un código malicioso comienza a descargarse, con una barra de carga que sube lentamente mientras infecta el canal de comunicaciones. Ansiosa por la espera, Peridot se sobresalta al notar que la vibración en el suelo se ha detenido, por lo que el laberinto debe haberse apagado, hecho que le parece sumamente preocupante. Encontrándose la base con intrusos, resultaría ilógico apagar el laberinto, por lo que solo dos alternativas le vienen a la mente; siendo optimista, Lars y su equipo podrían haber neutralizado a Amarillo, y apagado el laberinto desde su consola de mando... Por otro lado, si la comandante les ha superado, podría apagar el laberinto para enviar a sus fuerzas por la intrusa restante.

—Vamos... Vamos... Date prisa...

El código avanza sin encontrar mayor resistencia; no obstante, el canal de comunicación tiene una extensión abrumadora, por lo que el aumento de la barra mantiene un ritmo lento. Para empeorar la situación, la pared que contiene las tres puertas del laberinto comienza a moverse nuevamente, no hacia los lados, sino hacia arriba, dando espacio a una nueva y oscura habitación.

Atemorizada por el repentino giro de eventos, Peridot deja el computador y se esconde detrás del generador de energía, activando sus lentes para ver venir a cualquiera que cruce la nueva entrada, y grande es su sorpresa cuando la intimidante armadura de combate de Jaspe entra en escena.

En un inicio, la general imperial se acerca a los técnicos que yacen inconscientes en el suelo, examinando sus cuerpos con el escáner de su traje.

—Patéticos —expresa con desdén.

Tragando saliva, Peridot sopesa sus opciones. Habiendo tantos soldados capaces conformando el ejército imperial, no puede creer que sea justamente Jaspe quien se atraviesa en su camino; sin embargo, sus guantes magnéticos son una contramedida directa a las armaduras de combate, por lo que la balanza se inclina a su favor, al menos de momento.

—Solo diré esto una vez —exclama Jaspe, sacando a la intrusa de sus pensamientos —. Sal y enfrenta la muerte como un guerrero, o quédate oculto hasta que te encuentre, como una comadreja cobarde.

Y con las piernas temblorosas, Peridot decide que no tiene sentido esconderse, así que sale ágilmente de su escondite, activando sus guantes y ejerciendo toda la presión posible sobre la armadura de su contrincante, elevándole casi un metro sobre el suelo.

Suspendida en el aire, Jaspe siente un golpe de adrenalina recorriendo sus venas, no por el ingenioso movimiento de la intrusa, sino por su identidad.

—Tú... —murmura, con una sonrisa perversa —. Tenías los días contados desde que contaminaste la mente de mi esposa, pero no pensé que vinieras a buscar tu muerte de forma voluntaria.

—¡Cierra la boca! Ahora mismo la comandante Amarillo en persona se encuentra a nuestra merced, y tú no estás en una mejor posición —responde Peridot, elevándole un metro más. Por desgracia, sus guantes empiezan a sobrecalentarse por el peso de la armadura.

Al escuchar sus palabras, la única respuesta de Jaspe es una cruel carcajada. Entonces, jala una de las palancas de su panel de controles, retrayendo las extremidades de la armadura, y haciéndole girar ferozmente.

Con sus guantes soltando chispas, Peridot se ve obligada a apagarlos, cayendo de rodillas y quitándoselos tan rápido como puede. «Mierda...», piensa, observando algunas quemaduras leves en sus manos.

Habiéndose librado del magnetismo, la armadura cae nuevamente al suelo, recuperando sus extremidades y poniéndose de pie.

—Terminemos con esta farsa —anuncia Jaspe, lista para cobrar su venganza. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now