El dilema de Rose

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Absorta en sus propios pensamientos, Rose se encuentra reflexionando en una verde pradera, recostada sobre la suave melena de su mascota, un león de casi tres metros de largo, y con un pelaje rosado bastante llamativo. A sus espaldas, las tropas rebeldes se equipan para la complicada operación que tienen por delante, preparando las naves, cargando las armas, y más importante aún, despidiéndose de sus seres queridos.

—Este es el día... —murmura con pesadez.

—Así es, es tu día —responde Perla, quien acaba de alcanzarle.

Rose sube la mirada al escuchar su voz, dedicándole una sonrisa cálida.

—Perla... No sé si habría llegado hasta aquí sin tu apoyo. Como comandante imperial, como rebelde, como amiga... Siempre has estado a mi lado, respaldando cada una de mis decisiones, y por eso te estaré eternamente agradecida.

Con las mejillas ruborizadas, Perla corresponde su sonrisa y toma asiento a su lado.

—Hoy, de entre todos los días, es comprensible que nos sintamos un poco nerviosas —responde, respirando hondo —. Pero, eres una gran líder, y sé que nos guiarás a la victoria.

—Una gran líder... Literalmente fui hecha para serlo; entonces, ¿por qué estoy tan llena de dudas?

Perla se sorprende ante ese súbito cambio de actitud. En su experiencia sirviéndole, Rose jamás ha querido dirigir, solo... Divertirse, explorar nuevas experiencias; sin embargo, a la hora de la verdad, siempre ha tomado las decisiones que considera justas, sin detenerse a pensar en las consecuencias.

—El Imperio Diamante es como una máquina, ¿sabes? —añade, mientras acaricia el mentón de su mascota y le hace ronronear —. Cada persona en el imperio es una pieza, y mientras cada pieza haga lo que se espera de ella, todo marchará bien... Es lo que Blanco solía decirme. Algunos se enorgullecen de su rol en el imperio, otros lo conllevan sin pena ni gloria, y luego están los que, como yo, se sienten profundamente miserables con aquello que les ha sido impuesto. Entonces, claro que el imperio ha provocado dolor, demasiado; pero, al menos el continente no estaba en guerra.

—Rose...

—¿Cuántas personas han entregado su vida por mi causa? Lanzándose a su muerte en defensa de una batalla que ni siquiera sé si podremos ganar.

Con una sonrisa comprensiva, Perla se pone nuevamente de pie, sacudiéndose el polvo del uniforme, y echando un vistazo al campamento, en donde todos comienzan a congregarse en frente de un pequeño escenario.

—Oh, Rose. No exagero al decir que eres el centro de mi mundo, pero mira a todas estas personas —responde finalmente, extendiéndole su mano y ayudándole a ponerse de pie —. No están aquí por un capricho tuyo, cada una tiene sus propios motivos para librar esta guerra.

—Sí... Sí, tienes razón —reconoce Rose, inspirándose al verles trabajar.

—A las comandantes imperiales, les siguen ya sea por miedo, o por ciega devoción. ¿A ti? Rose, a ti te seguimos porque caminas a nuestro lado, sientes lo que sentimos, y te atreves a soñar con nosotros. Esta revolución no podría tener a una mejor líder.

Sonrojada, Rose baja la mirada por algunos instantes, pensativa. Para bien o para mal, la rebelión es una realidad, y no se echará para atrás justo cuando un atisbo de esperanza se posa ante sus ojos, es momento de mostrarle a sus hermanas qué tan buena líder puede llegar a ser. Habiéndose llenado de valor, sujeta a Perla de la cintura y le atrae con firmeza.

—Buena charla motivacional, realmente la necesitaba —responde, con una sonrisa alegre, que rápidamente se transforma en una un tanto más sugerente —. Aunque... ¿Te escuché decir que soy el centro de tu mundo?

—Y-Yo... Bueno, no es algo que no sepas ya... —murmura Perla, avergonzada.

—Lo sé, pero nunca lo habías dicho en voz alta.

Dicho lo cual, Rose inclina ligeramente la cabeza, para besar los labios de su adorada asistente. Conociendo a las Gemas de Cristal, está segura de que estarán bien, su propia misión en la fortaleza de Blanco; por otro lado, tiene un futuro bastante más incierto, por lo que quiere sentir el tacto de sus labios una última vez, así como el delicado aroma de su perfume.

—Vaya... —consigue decir Perla, tan pronto sus labios se separan —. Tendré que decirlo en voz alta más seguido...

Entre risas, Rose toma su mano y le guía de regreso al campamento, siendo seguidas por León, quien se levanta perezosamente de su descanso.

—Vamos, quiero darles un último discurso, antes de que hagamos historia. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora