El valor del arte

584 79 19
                                    

Sin nada más que agregar, Perla se despide cordialmente y abandona el granero, dejando atrás un compendio de dudas y preocupaciones. Intentando no sumergirse en pensamientos sobre aquello que ni siquiera ha acontecido, ambas terminan su desayuno en relativo silencio.

—Yo me encargo de limpiar esto —comenta Lapis, poniéndose de pie y comenzando a recoger la mesa —. Tú puedes ir a alistarte, debes planear todo muy bien con ese tal Lars, porque no te tengo permitido fallar, ¿oíste? Más te vale regresar a mi lado —añade alegremente, disfrazando su preocupación con algo de humor.

—¿Yo? Espero que sigas atentamente las instrucciones de Garnet, porque de lo contrario tendré que ir a rescatarte, después de enseñarle algunos modales a Amarillo, claro está —responde la rubia, siguiéndole el juego con una sonrisa juguetona.

Entre risas, ambas deciden ponerse manos a la obra. Peridot sube las escaleras, toma un baño, se pone un atuendo formal, y en poco tiempo se encuentra ya pilotando la aeronave en dirección al Templo de Cristal.

—Amarillo... —murmura, mordiendo su labio inferior.

Después de servir a la comandante Amarillo por tanto tiempo, parece una locura liderar una expedición para acabar con ella, una verdadera locura. Si algo debe reconocerle, es que de entre las tres comandantes, se trata de la más efectiva y contundente.

Por su parte, Lapis observa la aeronave alejarse desde la ventana de la cocina, mientras termina de lavar los últimos platos. Habiéndose desocupado, decide ir a revisar por primera vez el comunicador holográfico, y al encenderlo, siente un poco de vergüenza al encontrar siete mensajes de Perla.

—Supongo que tenía razón en molestarse —dice para sus adentros.

Entonces, encuentra que el mensaje más reciente ha sido enviado por Garnet, indicando que estará allí a las 2:00 pm. Siendo relativamente temprano, resuelve salir del granero y acercarse a la orilla del lago, en donde da una gran bocanada de aire fresco.

Con una sonrisa serena, Lapis decide comenzar con sus labores de limpieza, no solo por su acuerdo con Amatista, sino también para distraerse un poco. Así pues, deja sus sandalias atrás y suelta su ropa sobre el césped, luciendo un precioso traje de baño blanco de dos piezas.

—Aquí voy.

Y utilizando el agua del lago para proveerse de un par de alas, la mujer se eleva rápidamente por el aire, lo suficiente como para tener una buena vista de la ciudad. «Esto está bien, muy bien», piensa, recordándose a sí misma el motivo de su lucha, no se trata solo de una ciudad, o de un romance que le ha tomado por sorpresa, lo que ha recibido es una oportunidad de ser genuina.

Sintiéndose plena mientras la suave brisa acaricia su piel, Lapis se lanza en picada hacia el lago, sumergiéndose con un clavado que pondría celoso a un nadador olímpico. Una vez bajo el agua, es recibida por una hermosa y diversa fauna acuática, constituida principalmente por peces de todos los colores, aunque también consigue avistar a otros animales, tales como tortugas y ranas.

Moviéndose por el agua con la agilidad de una sirena, no tarda en encontrar el depósito de chatarra del que le habló Amatista, y para su sorpresa, parece que alguien se le ha adelantado. Cerca de los restos de una nave hundida, nada una mujer con equipo de buceo, guardando algunos desechos en una canasta.

Curiosa, Lapis nada en su dirección, generando un burbujeo a su alrededor para llamar su atención. Al voltear la mirada, la misteriosa mujer no parece sorprenderse por ver a alguien nadando a casi treinta metros de profundidad con tan solo un bikini; por el contrario, agita su mano amigablemente a modo de saludo.

Encontrándose ya a su lado, Lapis estira las manos y crea una burbuja de aire que cubre a ambas de la cintura para arriba.

—Hola, no te asustes, solo he venido a ayudar con la limpieza.

Asintiendo, la mujer se retira la máscara de buceo, y estrecha su mano con una sonrisa alegre. Las arrugas en su piel caucásica sugieren que ronda los cuarenta años; pero, la edad ciertamente no le ha quitado su encanto, pues su cabello rubio se muestra radiante, incluso encontrándose empapado, y contrasta muy bien con el color negro de sus ojos.

—¿Asustarme? —comenta esta, riendo jovialmente —. ¿Por qué le tendría miedo a nuestra salvadora?

—¿Salvadora? —pregunta Lapis, completamente avergonzada.

—Así es, no existe una sola persona en la Zona Rosa que no sepa sobre ti, ¡la imponente heroína que, justo cuando todo parecía perdido, comandó al temible Kraken en contra de las fuerzas imperiales! —exclama con dramatismo.

Con las mejillas ruborizadas, Lapis no sabe qué decir al respecto, por lo que se limita a sonreír con incomodidad.

—Oh, ¿en dónde están mis modales?, yo te conozco, pero tú no me conoces a mí, puedes llamarme Vidalia, es un placer poder conocerte —añade la mujer.

—El placer es mío. ¿También te enviaron para limpiar el lago?

Vidalia parece un poco confundida por su pregunta; pero, rápidamente comprende a qué se refiere.

—Supongo que hablas de los soldados que Rose ha estado enviando al lago —responde finalmente —. Nada de eso, no. Verás, mi esposo solía ser un talentoso marinero en el pasado, así que de vez en cuando me presta su equipo de buceo para bajar hasta aquí, y recoger materiales para mis esculturas.

«¿Esculturas?», piensa Lapis, notando que en su canasta no hay más que chatarra oxidada. En el Museo de Arte de Sedih llegó a ver esculturas hechas de mármol, caliza, alabastro, granito y diorita; pero, ¿chatarra sacada del fondo de un lago?

—¿Por qué escogiste materiales tan... Pintorescos?

—Eres de la Zona Azul, ¿cierto? Imagino que usar esto te parecerá poco ortodoxo, pero como bien decía mi padre: "la basura de unos es el tesoro de otros". Quiero pensar que además de sacar estos restos del lago, puedo convertirlos en algo completamente nuevo, ¿para qué es el arte sino para transformar aquello que ya existe?

Conmovida por sus palabras, Lapis se da cuenta de lo mucho que la aristocracia ha llenado su mente de prejuicios. La calidad o belleza de una obra de arte no debería depender de ningún catedrático, sino de los sentimientos que esta sea capaz de generarle a cada persona.

—He venido a sacar toda la chatarra del lago, crees que... ¿Podamos hacer algunas esculturas juntas? —se anima a preguntar, sin poder ocultar su emoción.

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora