Problemas hidrokinéticos

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Mientras Peridot y Lapis caminan por uno de los pasillos del templo, esta última siente intriga por los guantes que lleva su compañera puestos.

—¿Una nueva invención tuya? —pregunta, señalándolos con curiosidad.

—¿Estos? Son un prototipo que construí cuando terminamos los preparativos, pensé que podría necesitarlos en medio de la invasión —responde, echándoles un vistazo. Realmente agradece que no hayan sido necesarios, utilizar tecnología experimental en medio de un combate no es verdaderamente prudente.

—Ya veo...

Desviando su atención de los guantes, los ojos de Lapis se pasean por el nuevo uniforme, y la forma en que este resalta las caderas de Peridot. Disimulando el sonrojo de sus mejillas, se anima a preguntar de nuevo.

—¿Qué hay con el rosa? No sabía que te gustaba el color.

—No me gusta... —responde con amargura —. Pero, cuando le pedí a Perla que me diera uno de; literalmente, cualquier otro color, su respuesta fue: Bueno, estamos en la Zona Rosa, ¿qué esperabas?

—No creo que se te vea mal —comenta Lázuli, entre risas —. De todas formas, Amatista me llevó de compras antes del ataque, y te conseguí un montón de conjuntos.

—¿Saliste de compras con ella?

Peridot se sorprende así misma con la imagen mental de Lapis y Amatista, caminando tomadas de la mano por la ciudad, compartiendo anécdotas y dedicándose sonrisas. Lapis, bastante más familiarizada con las relaciones sentimentales, se da cuenta de su incomodidad de inmediato.

—Peridot, no estarás celosa, ¿o sí? —pregunta, con un tono burlesco.

—¡Claro que no! —se apresura a responder, poniéndose al descubierto por sus mejillas enrojecidas y sus labios temblorosos —. Q-Quiero decir, ambas somos mujeres adultas, lo suficientemente maduras como para sentir celos por un asunto tan trivial —añade, juntando sus manos y recuperando la calma.

«Cielos, solo tú puedes hacer de una escena de celos algo adorable», piensa Lapis, con una sonrisa cálida. De todas formas, decide guardarse sus pensamientos para sí misma, pues finalmente han llegado a su destino.

Al abrirse la puerta, Perla les recibe con cordialidad, y agradece profundamente su ayuda durante la última crisis. Minutos después, Lapis se encuentra sentada sobre la camilla de una especie de tomógrafo, sintiéndose un poco inquieta, pues su última experiencia en un laboratorio no fue precisamente grata.

—No te preocupes, el riesgo de este procedimiento es mínimo; nulo, si es llevado a cabo por una profesional como yo —asegura la rubia, quien regresa de su escritorio habiéndose quitado los guantes.

—En ese caso, me pongo en tus capaces manos —responde Lapis, confiando en su experticia —. ¿Qué es lo que harás conmigo?

—Oh, claro. Deja que te explique.

Peridot enciende una pantalla conectada al aparato, en la que se muestra la figura de un cerebro girando lentamente, con varias palabras y símbolos que Lapis simplemente desconoce.

—Verás, cuando utilizas la hidrokinesis tu cerebro genera una enorme cantidad de ondas cerebrales. La actividad eléctrica del cerebro normalmente solo genera ondas de baja amplitud, por lo que esta "sobrecarga" provoca estrés y; eventualmente, dolor.

—Claro...

—Para contrarrestar este efecto secundario, Perla y yo modificamos este resonador magnético para emular la carga de microvoltios que emites, esto nos permitirá...

—Peridot —le interrumpe Lapis, colocado la mano sobre su hombro —. ¿En resumen?

—Yo... Te anestesiaré, meteré allí dentro por un par de horas, regulando en todo momento las cargas que emite el resonador; y al despertar, deberás ser capaz de utilizar la hidrokinesis sin efectos secundarios.

—Oh, eso no suena tan mal. Pensé que me abrirías la cabeza, o algo por el estilo —bromea, tranquilizándose al escuchar el procedimiento.

—Peridot —comenta Perla, quien recién regresa al laboratorio tras haberse ausentado por unos minutos —. Rose ha solicitado mi presencia en el cuartel general, probablemente han descubierto algo nuevo durante el interrogatorio de Esmeralda, ¿crees poder continuar el procedimiento por tu cuenta?

—Sí, no hay problema —responde, preguntándose de qué se trata.

—Bien, mantendré mi comunicador encendido, en caso de que ocurra alguna emergencia.

Tan pronto Perla abandona el laboratorio, Peridot llena una jeringa con la dosis necesaria de anestesia. Respirando hondo, Lapis se sube la manga y estira el brazo, lista para comenzar.

—Esta anestesia trabaja rápido... —murmura, tan solo segundos después de recibir la inyección, sintiéndose abrumada por una repentina somnolencia.

Asintiendo, Peridot le ayuda a acostarse sobre la mesa, reposando gentilmente las manos de su musa sobre su vientre. Lapis gira la mirada con lentitud, mirando la figura borrosa de su compañera.

—Tú también debes estar agotada... Ven, duerme conmigo... —balbucea, cada vez más desorientada.

—Esta vez te toca descansar a ti, relájate y deja que me encargue de todo, ¿entendido? —responde Peridot, divirtiéndose con la situación.

—Por las estrellas... Trabajas demasiado...

—Es por una buena causa, lo prometo.

—Bien... Tú ganas... Pero regresa a la cama en cuanto termines... —dice, cerrando lentamente los ojos y cediendo finalmente ante la anestesia.

Peridot se queda de pie por unos segundos, completamente ruborizada. «¿Regresa a la cama?», piensa, con los latidos de su corazón acelerándose, no sabe si ese comentario fue una aleatoriedad producto de la anestesia, o un deseo oculto que se le ha escapado. De todas formas, ya durmieron juntas en el sofá, ¿sería una cama tan diferente?

—Sí... Sería muy diferente... —resuelve, avergonzándose todavía más.

Evitando fantasear despierta, decide dejar eso para después y se dirige a los controles del artefacto, en donde toma asiento. Al presionar un botón, la camilla se retrae dentro de la cámara, sellándose por completo.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now