Un oportuno rescate

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—Debí imaginarlo, en donde encuentras una rata, es seguro que encontrarás más —afirma Jaspe, dándole la espalda a Peridot para encarar a la recién llegada, que se ve bastante más peligrosa.

«¿Una rebelde?», se pregunta la rubia, desconcertada por la repentina y oportuna intervención. Aprovechando la distracción, baja lentamente a Lapis hasta el suelo, y se agacha para apoyar el oído en su pecho, su corazón late con normalidad.

—Por las estrellas... No vuelvas a asustarme así... —murmura, escondiendo el rostro en el vestido húmedo de su musa.

Jaspe no ha olvidado que la traidora yace a sus espaldas, con nada menos que su esposa entre manos; pero, tiene claro que su prioridad ahora es otra, con gran agilidad regresa a la seguridad de su armadura, cerrando la compuerta. La misteriosa mujer no mueve un dedo para evitarlo, simplemente le observa con paciencia, como si esperara a que esté lista para el inevitable combate.

—¡Lamentarás haber desafiado al imperio!

La rebelde no responde a su provocación, sino que extiende su mano, y con el rechinar del metal de sus guantes, le hace una seña para que ataque cuando quiera.

Esa actitud despreocupada hace a Jaspe enfurecer aún más, por lo que no duda en hacer girar su armadura de inmediato, destrozando el suelo con sus púas conforme se acerca para embestir a la rebelde.

Al sentir a su atacante lo suficientemente cerca, la mujer presiona un pequeño botón en su guante derecho, que provoca que ambos guantes se expandan considerablemente, dejando salir un poco de vapor en el proceso. Entonces, esquiva el ataque de Jaspe impulsándose con un chorro de vapor, y consigue ubicarse hábilmente detrás de su armadura.

—Jamás podrás derrotarme —declara, justo antes de propinarle un poderoso puñetazo, propulsado por el pequeño motor de su guante.

La armadura pierde su curso por el impacto, logrando detenerse en seco justo antes de estrellarse nuevamente contra una pared, de las pocas que quedan en pie. Rápidamente, Jaspe da media vuelta y continúa su persecución, a la vez que la rebelde sigue esquivando sus ofensivas con relativa facilidad.

Peridot observa el enfrentamiento con curiosidad, no cualquiera se atrevería a enfrentar una armadura de combate solo con un par de guantes, por útiles que sean, menos aún si se trata de una armadura pilotada por Jaspe, debe reconocer que esa mujer es impresionante. Mientras mira; sin embargo, siente un pequeño piquete en el cuello.

—¿Qué...?

Al llevarse la mano al cuello, obtiene un dardo tranquilizante. «Mierda», piensa, volteándose lentamente hacia atrás, ya con la mirada un poco borrosa, lo único que consigue ver es la figura de una mujer alta y bastante delgada, sosteniendo un arma. Conforme cierra los ojos, reposa su cabeza sobre el pecho de Lapis, antes de perder el conocimiento.

La mujer se acerca de inmediato para confirmar lo evidente, tanto Lapis como Peridot están a su merced.

—¡Perla, date prisa! —exclama una voz, proveniente de la radio que lleva la mujer en su cinturón.

—¡Espera un momento, acabo de llegar! —se excusa, con un suspiro de molestia.

Entonces, logra ver la varita que portaba Peridot tirada en el suelo. Con una sonrisa, se apodera de esta y pone a ambas chicas a flotar a su disposición.

—Ya voy para allá —añade.

Perla sale rápidamente de la mansión, seguida por sus dos capturas flotantes. Afuera, le espera una nave pintada de negro, con franjas naranja decorando sus alas, y con dos cañones ubicados en la parte superior. La compuerta de la nave se abre, y tanto Perla como sus invitadas suben a bordo.

Mientras tanto, Jaspe se desespera cada vez más, pues ninguno de sus ataques consigue dar en el blanco.

—¿Lo único que sabes hacer es huir? —dice, sin poder ocultar su frustración.

Su contrincante parece querer responder algo; pero, en ese momento se escucha su propio comunicador.

—Garnet, paquete asegurado —informa Perla.

Y con una sonrisa, la mujer hace un gesto de despedida con las manos, antes de usar sus guantes para propulsarse hacia arriba, maniobrando para aterrizar en el techo. Una vez allí, la nave se acerca lo suficiente como para que alcance la compuerta con otro salto, y al cerrarse, la nave abandona la mansión de los Lázuli de inmediato, desapareciendo rápidamente de Mari Ponto.

—¡Demonios! —exclama Jaspe, desahogando su ira con un puñetazo a los controles de su traje, que reaccionan apagándose con una serie de chispas —. Esa basura rebelde lo pagará muy caro...

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora