Una nave misteriosa

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Habiendo transcurrido poco más de una hora, Peridot se separa lentamente del teclado, sintiéndose verdaderamente aliviada.

—Un trabajo bien hecho... —murmura con un suspiro, reclinándose en su silla y cerrando los ojos por un momento.

Sabía que el procedimiento era relativamente seguro; pero, incluso un margen de error de un 1% puede resultar preocupante, cuando es la vida de tu amada la que se encuentra en riesgo. De momento, lo único que debe hacer es esperar a que Lapis despierte, aunque confía plenamente en el procedimiento que acaba de hacer, quiere asegurarse de que pueda utilizar su hidrokinesis sin problema alguno.

—¡Oye, tú eres la amiga de Lapis! —exclama una voz infantil, Peridot la reconoce al instante.

Se trata de Steven, el niño risueño que les visitó tiempo atrás. Este se encuentra de pie en la entrada del laboratorio, mientras toma algunas papas fritas de una caja de cartón.

—¿Te dejan jugar por todo el templo? —pregunta Peridot, bajando de su asiento y llevándose las manos a la cintura.

—No realmente... Pero Perla nunca ha tenido problema con que venga a visitarla, a veces me deja probar sus inventos —responde, acercándose y extendiéndole la cajita —. ¿Quieres? Están deliciosas.

—No, gracias. ¿Tienes idea de cuánto contenido calórico tienen esas cosas? Entre trescientas ochenta y cuatrocientas calorías por cada cien gramos, deberías probar algo más eficiente para el cuerpo.

El niño le observa con algo de confusión, como si acabaran de hablarle en otro idioma. Notando su reacción, la mujer suspira y le da una palmadita sobre su cabello rizado.

—Solo intenta comer más frutas y verduras... Sin freir, de ser posible.

—¡Entendido! —responde sonriente, llevándose la mano a la frente cual soldado militar —. ¿En dónde está Lapis?

—Justo aquí —menciona la rubia, sonriendo con orgullo.

Presionando un botón, la cámara se abre y la camilla sale a la vista, dejando ver a Lapis, quien no da señal alguna de despertar pronto.

—¿Estará bien? —pregunta Steven, acercándose a la mesa y mirando a la mujer con preocupación.

—Claro, solo necesita...

Entonces, como si no se hubiese llevado ya suficientes sustos, las alarmas del laboratorio se vuelven a encender, con un mensaje tan preocupante como el anterior.

—¡Alerta roja, se ha detectado una nave imperial aproximándose al domo! ¡Alerta roja, se ha detectado una nave imperial aproximándose al domo! —se escucha en los altavoces.

Impulsada por su ansiedad, Peridot corre inmediatamente en dirección a las cápsulas de escape; sin embargo, antes de que pueda alcanzarlas, otro mensaje se escucha por los altavoces.

—¡Falsa alarma, la situación se encuentra bajo control! ¡Falsa alarma, la situación se encuentra bajo control!

Y tras ese último anuncio, las alarmas se apagan nuevamente. «A quien haya activado la alarma... Le voy a arrojar una tonelada de metal incandescente», piensa, apoyándose en la pared y calmando su respiración. Unos instantes después, baja la mirada al sentir al niño sujetando su mano con gentileza.

—Está bien tener miedo, las primeras veces que escuché la alarma también estuve aterrado —dice, con el tono de voz más magnánimo que Peridot haya escuchado jamás.

«No creo que este niño comprenda el peligro que enfrentamos, o lo cerca que estuvimos recientemente de caer en manos del imperio», piensa la rubia. Aun así, sonríe ante el amable gesto de Steven, le alegra saber que existen personas como él.

Enderezándose, Peridot toma su comunicador e intenta contactarse con Perla.

—Oh, hola Peridot, ¿cómo va el procedimiento? —pregunta la mujer, un poco distraída.

—Ha sido un éxito. Lo que me gustaría saber es por qué encendieron la alarma —responde con amargura.

—Cielos... Lo siento mucho, nuestros escáneres detectaron a una nave imperial acercándose, pero no se trata de un ataque.

—¿A qué te refieres? —pregunta, arqueando la ceja.

—Será más sencillo de explicar si vienes al cuartel general, ¿crees poder dejar a la señorita Lázuli sin supervisión?

—¡Yo puedo cuidar de ella! Guardaré algunas papitas para cuando despierte —exclama Steven con alegría.

—¿Steven? Lo siento mucho, de vez en cuando visita mi laboratorio, confío en que no ha causado problemas —se excusa Perla, apenada.

Peridot considera la situación por un momento, normalmente no dejaría a un niño cuidando del amor de su vida; sin embargo, Steven está a una aureola de parecer un ángel bajado del cielo, por lo que decide depositar su confianza en él.

—Bien... Solo siéntate a su lado y avísame si despierta —resuelve finalmente, haciendo un gesto hacia el comunicador que cuelga del cinturón del niño.

—¡Entendido! No te fallaré —responde Steven, dando media vuelta y apresurándose para sentarse junto a Lapis.

Con una sonrisa dibujada en el rostro, Peridot da un último vistazo a su musa, quien duerme plácidamente sobre la camilla. Entonces, se dirige a la puerta y sale del laboratorio.


Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now