Victoria agridulce

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La tensión va en aumento dentro de la sala de máquinas, mientras dos rivales se desafían con la mirada, completamente opuestas una de la otra; pero, con algo en común, el rostro que esperan ver al final del atardecer.

Incapaz de contener sus impulsos, Jaspe se lanza finalmente al ataque, rodando y arrasando indiscriminadamente con toda la maquinaria que se encuentra en su camino; sin embargo, la intrusa consigue apartarse justo a tiempo, escondiéndose detrás del generador de energía. Temiendo dañarlo, la general cambia el curso y logra detenerse justo delante de una nave descompuesta.

—Te escondes detrás de lo único que no puedo destruir —menciona, con evidente irritación —. La estrategia de una cobarde, si tuvieras algo de...

Pero, antes de terminar su oración, se sorprende al ver que Peridot abandona su cobertura, corriendo esta vez en dirección al laberinto.

—¡No irás a ninguna parte!

Y con intenciones asesinas, usa la fuerza de su traje para levantar un tonel lleno de ácido, arrojándolo sin piedad alguna. Aunque Peridot voltea la mirada e intenta esquivarlo, este termina cayéndole encima, reventándose con una explosión corrosiva, y dibujando una sonrisa victoriosa en el rostro de Jaspe.

—Un final apropiado... —murmura.

Para su mala fortuna, su sonrisa dura muy poco, pues al mirar de cerca la zona de impacto, en donde debería haber un cadáver derritiéndose, yace una extraña esfera de metal, que comienza a irradiar chispas por la corrosión del ácido. Segundos después, Peridot aparece apoyando la cintura en un enorme computador, y esta vez es ella quien sonríe.

—Un buen lanzamiento depende de calcular apropiadamente fuerza y ángulo, pero evidentemente las matemáticas no son lo tuyo —expresa la intrusa, acomodando sus lentes.

Apretando los dientes con una mirada de odio, Jaspe se lanza nuevamente al ataque, rodando a gran velocidad. Mientras tanto, la verdadera Peridot sale de su cobertura y se esconde debajo de un escritorio, manipulando su procesador de datos con la esperanza de poder piratear la armadura de combate. «Los nano-drones holográficos me ganarán algo de tiempo, vamos... No puedo morir aquí». Pese a su lamentable situación, todavía tiene oportunidad de ganar, pues el sistema operativo de la armadura es relativamente simple.

Jaspe, por su parte, consigue finalmente alcanzar al cebo, destruyendo otro de los drones. Sabe que está siendo engañada con tácticas baratas; sin embargo, todo lo que puede hacer es destruir impostoras hasta dar con la real, prestando especial atención a la entrada del laberinto, para evitar un posible escape.

—Una cobarde como tú jamás podrá proteger a Lapis, mientras permanezca contigo estará condenada a la miseria.

Súbitamente, no una, sino diez Peridot aparecen en distintos puntos de la sala de máquinas, y todas observan a Jaspe con la misma determinación.

—Eres tan necia que sigues sin entenderlo —responden todas al unísono —. Lapis Lázuli no es una doncella en apuros, esperando en la torre más alta por alguien que la rescate, ¡es una guerrera! Jamás la has comprendido, y es por eso que para ella no eres más que un espantoso recuerdo.

—¡Silencio! —exclama Jaspe, girando y destruyendo otro de los drones —. Cuando tu patética rebelión se caiga a pedazos, seré yo quien proteja a Lapis de las consecuencias.

—No tienes remedio... Soy incapaz de prever el resultado de este enfrentamiento, pero de algo estoy completamente segura, eres un error que mi musa no volverá a cometer.

Con la sangre hirviendo en sus venas, la general mantiene la ofensiva, derribando una por una a las impostoras, esperando ver un rastro de sangre tras alguno de los impactos.

«Solo un poco más...», piensa Peridot, mordiendo su labio inferior. Sus hologramas comienzan a agotarse, tan solo le quedan cuatro... tres... dos... uno... Y...

—¡Armadura desactivada! —exclama finalmente, sin poder contener la emoción.

Y aunque el estruendo de la armadura cayendo al suelo confirma su logro, la mujer traga saliva al darse cuenta del error que ha cometido.

—Mierda...

Con una fuerte patada, Jaspe aparta el escritorio y deja a la intrusa al descubierto. Alarmada, Peridot intenta sacar un arma; pero, la general le toma rápidamente del cuello, levantándola del suelo y mirando su propio reflejo en los ojos temerosos de su presa.

—No necesito una armadura para encargarme de una enclenque como tú —declara.

Y sin darle tiempo a responder, le deja inconsciente con un duro cabezazo, provocándole un sangrado leve en la cabeza. Con un bufido de molestia, deja caer a su oponente abatida en el suelo, y se agacha para tomar asiento a su lado, con una expresión bastante lúgubre.

Ahora que la victoria es suya, no resta más que dar el golpe de gracia; sin embargo, su triunfo se ve acompañado de un insoportable sentimiento de amargura, pues las palabras de Peridot hacen eco dentro de su cabeza, forzándole a reflexionar sobre su relación con Lapis, y lo que verdaderamente provocó su ruptura. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora