La última frontera

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«Estamos de regreso», piensa Azul, contemplando la magnificencia de la Zona Blanca desde su trono, una ciudad que refleja grandeza incluso desde la lejanía. Todo su territorio se encuentra rodeado por una gran muralla de metal albar, con una sola entrada ubicada en el sector sureste. Aunque en épocas antiguas pudo ser una barrera impenetrable, ahora no es más que un bello recuerdo de glorias pasadas.

Bajando la mirada, frunce el ceño al ver una llamada entrante, se trata de la asistente personal de Blanco. Azul presiona un botón para invitar a su hermana a la conversación, haciendo aparecer un holograma suyo a su izquierda, sentada también en su trono.

—¿Crees que podamos hacerle entrar en razón?

—Si envía a su asistente en lugar de encararnos, realmente lo dudo —responde Amarillo, recelando de alguna posible resolución pacífica —. Pero, supongo que en esta guerra no existen las verdades absolutas, habrá que escuchar lo que tenga que decir.

Mostrándose de acuerdo, Azul acepta finalmente la llamada, provocando la aparición de un tercer holograma. La asistente de Blanco es bastante delgada, con piel pálida, rasgos finos, dos moños compactos adornando su cabeza, y un elegante vestido bustier plateado resaltando su figura. Un detalle que llama la atención de las comandantes; sin embargo, es que ahora lleva puesto un parche blanco en su ojo izquierdo.

—Amarillo, Azul... Que agradable sorpresa tenerlas de vuelta —expresa la mujer, con una sonrisa casi mecánica, y un tono de voz tan ceremonioso que raya en lo tétrico.

Con un aire de desasosiego apoderándose del ambiente, ambas reconocen de inmediato que algo anda mal con la joven asistente. Aunque jamás llegaron a conocerla demasiado bien, le recuerdan como una persona bastante más cálida y dulce; además, es la primera vez que se les dirige sin utilizar sus títulos como comandantes imperiales.

—Nuestra gloriosa líder se encontraba complacida por su llegada —prosigue esta —. Pues sin duda suponía que la amenaza rebelde había sido finalmente erradicada.

Entonces, la enigmática mujer pierde repentinamente su sonrisa, adquiriendo un semblante incluso más siniestro.

—Eso, claro está, fue antes de que aparecieran en compañía de esos despreciables delincuentes. Por su propio bien, espero que tengan una buena explicación.

A punto de responder, Amarillo se sorprende a sí misma sintiendo un nudo en la garganta, de repente, toda su intrepidez se ve consumida por un resquemor inexplicable. «No seguiré siendo esclava de tus expectativas», piensa, armándose de valor.

—Ya no respondemos ante Blanco —declara —. A partir de este día, el continente conocerá un nuevo orden, bajo la bandera de la República Naciente.

—Acaso... ¿Nos estás declarando la guerra?

—No. El Imperio Diamante no cuenta con el poder bélico, económico, político o ideológico para que esto pueda considerarse una guerra... Lo que se avecina, es la conquista absoluta de su territorio, y si Blanco es inteligente, cederá su trono mientras aún conserva su dignidad.

—En ese caso... Informaré a Miss White de su decepcionante decisión. En todo caso, un pequeño recordatorio para ustedes dos: toda su existencia se la deben a Miss White, y lo que ha sido dado, también puede quitarse.

Exasperada, Amarillo se pone de pie para replicar, solo para observar impotente el cómo la mujer abandona la transmisión.

—Eso pudo salir mejor —manifiesta Azul, meditabunda.

—Olvídalo, no tiene sentido discutir con un títere.

—¿No te parece extraño? Jamás había tomado control de su asistente, y ese parche en su ojo...

—Parece que tenemos mucho de qué hablar —reconoce Amarillo, regresando a su trono —. No perdamos el tiempo, tomemos este lugar.

Y apagándose la transmisión, ambos cruceros traspasan finalmente el territorio enemigo. El paisaje arquitectónico de la Zona Blanca es el que cabría esperar de la mayor metrópoli del Imperio Diamante: imponentes rascacielos, mansiones lujosas, extensos y coloridos parques... Y una nada desestimable flota de naves, ascendiendo para interponerse en el camino de las fuerzas invasoras.

«Tienen miedo», piensa Azul, observando la forma en que se posicionan las naves enemigas. No es la típica formación ofensiva, con el objetivo de abatir y hostigar; en cambio, forman una media luna que se estira y distancia conforme el ejército invasor avanza, sin lugar a dudas, no se creen capaces de ganar.

Con la esperanza de aprovechar ese miedo para evitar un innecesario derramamiento de sangre, la comandante se conecta al canal de comunicaciones de la Zona Blanca.

—Ciudadanos del imperio —manifiesta, con firmeza en su voz y determinación en su mirada —. Me dirijo a ustedes como una de las representantes de la República Naciente, para anunciar la llegada inminente de una nueva era. La tirana represión que Miss White ha instaurado en nombre del orden ha llegado a su fin: ha perdido sus territorios, sus ejércitos, sus recursos... Ustedes son lo único que le queda, y los sacrificará sin pensarlo con tal de asegurar la permanencia del status quo. Escuchen mi advertencia, y no entreguen sus vidas en defensa de una dictadura obsoleta.

Y así, Azul infringe un golpe contundente con la mayor de todas las armas, la palabra. Una a una, las naves imperiales rompen con su formación, algunas descienden sobre la ciudad, otras huyen del campo de batalla, perdiéndose en el horizonte; pero, en un todo, la Zona Blanca ha quedado completamente desprotegida, y el ejército de la República Naciente rápidamente se distribuye para capturar sistemáticamente cada uno de sus sectores, con excepción de uno... La fortaleza de Miss White. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora