El secreto de Rose

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Una vez dentro del elevador, llegan rápidamente al primer piso, y Peridot se sorprende al ver el portal del que le habló Lapis, realmente quisiera tener la oportunidad de desarmarlo, desentrañar sus secretos; pero, por ahora tiene asuntos más importantes.

—Por aquí —dice Perla, guiándoles por otro corredor, al fondo de este yace una gran puerta de madera, con el símbolo de una rosa como decoración.

Las chicas siguen tomadas de la mano, a la expectativa de lo que encontrarán del otro lado de la puerta. Al cruzarla, parece ser un comedor común y corriente, la mesa tiene capacidad para siete personas, y frente a cada silla ya se han dispuesto platos, vasos y cubiertos. Al costado del salón, puede apreciarse el cuadro de una mujer hermosa, de complexión gruesa y  con unos vistosos rulos de color rosa, su expresión de serenidad resulta casi angelical.

«¿Esa es Rose Cuarzo?», se pregunta Peridot, sin duda no parece la líder de una rebelión; no obstante, las apariencias pueden resultar engañosas.

—Pueden tomar asiento —instruye Perla, señalando dos de las sillas, estas se encuentran juntas, y tienen una etiqueta con el nombre de cada una.

—Esto me recuerda a las cenas elegantes que solía hacer mi familia —comenta Lapis, soltando la mano de Peridot y tomando su asiento.

Peridot se sienta a su lado, y observa con detenimiento los cubiertos que tiene en frente. «Debí poner más atención en mis clases de etiqueta», piensa, arrugando el rostro. Delante de sus ojos, hay cinco tipos diferentes de cucharas, cuatro tenedores y otros cuatro cuchillos, y no tiene la menor idea de qué hacer con cada uno ellos. Nerviosa, voltea la mirada hacia Lapis, quien parece estar admirando las decoraciones del salón, al notarla tan relajada, Peridot consigue calmar sus ansias. «¡Claro! Lapis tiene experiencia en este tipo de cosas, suponiendo que comamos lo mismo, solo tendré que imitar lo que ella haga», piensa, con una sonrisa astuta.

Perla se sienta justo al lado de la silla principal, silla que probablemente pertenece a Rose. Poco tiempo después, Amatista cruza otra de las puertas, sosteniendo dos bandejas de plata, en una de ellas hay una buena porción de pastas, y en la otra una ensalada.

—¡Ya llegó por quien lloraban! —anuncia bulliciosamente, con una sonrisa alegre.

—Amatista... No debo recordarte que tenemos visitas... —menciona Perla, intentando contener su enojo.

—Oh, vamos... Seguramente desertaron del imperio porque están cansadas de tantas reglas, ¿cierto?

Lapis y Peridot se miran con incomodidad, sin saber qué responder. Amatista se acerca a la mesa, dejando ambas bandejas en el centro.

—Es decir, solo mira esto, ¿cuántos cubiertos se pueden necesitar? —añade, tomando dos de las cucharas.

—¡Cada uno tiene un uso específico! —exclama Perla, levantándose de su silla y poniendo ambas manos sobre la mesa.

—Claro... Si llego a perder mi cuchara, tendré cuatro de repuesto.

—Quizá sabrías utilizarlos si leyeras el libro sobre etiqueta y protocolo que dejé en tu habitación, ¡hace tres meses!

—Suficiente.

Amatista y Perla voltean la mirada hacia la puerta, se trata de Garnet, quien lleva una caja con tres botellas de vino, así como un plato con varias piezas de pan tostado con mantequilla.

—No debo recordarles que tenemos visitas —añade la capitana, a la vez que deja las cosas sobre la mesa.

—Es verdad Perla, deberías ser más respetuosa —responde Amatista, con una sonrisa burlona.

Perla fulmina a su compañera con la mirada, pero no se atreve a responderle frente a Garnet, por lo que, respirando hondo, toma una de las botellas y comienza a servir el vino en cada una de las copas de cristal. Lapis ríe discretamente ante tal escena, no se siente rodeada de peligrosos rebeldes, sino de una familia.

—Si no beben vino, podemos conseguir algo distinto —comenta Garnet, dirigiendo la mirada hacia las invitadas.

—Me gusta el vino —responde Lázuli —. Siempre me ha ayudado a olvidar lo miserable que me siento.

—No tengo problemas con el vino, hace que el estrés de días enteros de trabajo sea más tolerable —agrega Peridot.

«Estas chicas tienen problemas serios», piensa Amatista; pero, ninguna de las presentes ha tenido una vida sencilla. Una vez las copas se encuentran servidas, las tres anfitrionas se dirigen a sus asientos.

—¿Sería una falta de educación si bebo un poco ahora? —susurra la rubia en el oído de su musa.

—No, adelante —responde. Sabe muy bien que sí sería una falta de educación; sin embargo, duda mucho que a alguien le importe.

Peridot sonríe conforme acerca la copa a sus labios, y saborea el amargo néctar. Entonces, la puerta se abre por última vez, y tan pronto consigue ver de quién se trata, escupe la bebida y se pone de pie.

—¡C-Comandante Rosa! —exclama, quedándose boquiabierta.

La mujer que todo el imperio ha dado por muerta, se encuentra justo frente a sus ojos. Es alta, delgada y bastante atractiva, lleva puesta una chaqueta rosada y pomposa, un pantalón largo de color negro, zapatillas ligeras, y un par de guantes de cuero. Aunque se ve un poco distinta de lo que recuerda, Peridot sabe que no puede haber equivocación, ese cabello esponjado que recuerda al algodón de azúcar, solo puede pertenecer a la comandante Rosa.

—Puedes llamarme Rose —responde la mujer, llevándose las manos a la cintura, con una sonrisa jovial.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now