En la muerte: sacrificio

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Aunque la figura derrotada de Miss White transmite un engañoso sentimiento de calma, Peridot sabe que aún queda un problema pendiente, por lo que se acerca al trono mientras examina los datos que arroja su tableta.

—Vi a Lázuli salir cuando se apagaron las turbinas... —comenta Lars, soltando un gemido de dolor al intentar levantarse —. Su hidrokinesis es más impresionante de lo que creía, si es capaz de mantenernos en el aire.

—Estoy tan sorprendida como tú, pero no tentemos nuestra suerte —responde la rubia, con la mirada fija en la pantalla —. El reinicio está tomando más tiempo del que pensé.

Dada la rigurosidad milimétrica con la que fue construida la fortaleza, cabría esperar que contase con un estabilizador cuántico para un reinicio ágil y eficiente; sin embargo, los ingenieros responsables de su diseño parecen no haber encontrado forma de reiniciar una maquinaria de tales dimensiones con prontitud, o no consideraron que fuese necesario. Después de todo, el único motivo por el que pudo piratear sus sistemas fue la cercanía al generador, cualquier intento de forzar un reinicio desde el exterior probablemente habría resultado inútil.

—Amatista, te necesito en el trono —instruye —. Cuando los controles se muestren operativos, debes encender manualmente las turbinas, ¿está claro?

—Como el agua.

Afianzando su látigo en uno de los brazos del trono, la intrépida piloto se las arregla para trepar al mismo sin problema alguno. Peridot dirige entonces la mirada hacia Garnet.

—¿Crees poder subirme a la cubierta? Me gustaría tener a Lapis en rango de visión.

—Una forma muy técnica de decir "me preocupo por ella" —responde esta, sonriendo con gallardía.

Con un tenue rubor en sus mejillas, la rubia se limita a abrochar la tableta a su cinturón. Ambas se dirigen al trono de Amarillo, en donde al subir, Peridot gana la altura necesaria para sostenerse del pecho de la contraria, al menos tanto como su única mano saludable se lo permite.

—Sujétate bien —recomienda Garnet, apuntando con la palma de sus guantes hacia el suelo.

Tras calcular brevemente su trayectoria, los guantes les impulsan con un dinámico estallido de energía. Ni bien abandonan el suelo, Peridot cierra los ojos con fuerza, aferrándose a la cintura de su compañera con ambas piernas, y dejando escapar un vergonzoso chillido.

Al abrir nuevamente los ojos, se encuentran ya sobre la cubierta.

—Por favor, no le digas a nadie... —murmura, bajando sin pena ni gloria.

—Yo no lo haré; sin embargo, no puedo decir lo mismo de Amatista.

Peridot suspira mientras desabrocha su tableta. Afortunadamente, el generador de energía se encuentra ya operativo, junto con varios de los sistemas centrales, el motor; no obstante, permanece apagado.

—¡Lapis! —exclama, mirando por los alrededores.

El paisaje dista de la brillante frescura que se suele asociar al océano; en cambio, el cielo está cubierto por nubarrones lúgubres, y una intensa brisa sopla desde el norte, como si amenazara con una tormenta que se avecina. Al acercarse al borde de la cubierta, finalmente consigue ver a su musa.

—¡Lapis, por aquí!

«No puedo, no puedo, no puedo», es todo lo que la noble consigue pensar, completamente ensimismada en mantener el control. Cada segundo que pasa, puede sentir como la fortaleza desciende con mayor rapidez, y el enorme cuerpo de agua que ha convocado pierde consistencia... Se encuentra al límite, y la presión pasa factura en cada fibra de su cuerpo, con un creciente agotamiento que a duras penas le permite mantenerse consciente.

—¿¡Lapis!?

—No creo que pueda escucharte —le interrumpe Garnet, mirando hacia abajo con preocupación —. Quizá esto sea demasiado, necesitamos que esas turbinas se pongan en movimiento.

—Lo sé... Mierda, lo sé.

Dándose media vuelta, observa ansiosamente la tableta mientras regresa al agujero, desde el cual logra hacer contacto visual con Amatista. Cual pérfida jugarreta del destino, una a una, diversas secciones de la fortaleza comienzan a encenderse, y mientras el motor continúa sin dar señales de actividad, otros sistemas cuya importancia resulta frívola regresan a la normalidad.

—¿Crees que se haya producido alguna avería durante el reinicio? —consulta Garnet, temiendo que no haya tiempo para hacer reparaciones.

—Lo dudo mucho, un reinicio forzado a duras penas podría desviar la calibración de algunos sistemas, pero...

A media explicación, el anuncio que esperaba finalmente aparece, de la mano con el inconfundible traqueteo del motor.

—¡Ya era hora, pongamos esta ave a volar! —vocifera Amatista, activando las turbinas.

Entonces, el lento pero desesperante descenso de la fortaleza se detiene. Profundamente aliviada, Peridot se libera del procesador que viene cargando en su espalda, dejándolo caer en el suelo, junto con la tableta electrónica.

—Misión cumplida.... —murmura para sus adentros, dibujando una gran sonrisa en su rostro.

Deseosa por compartir el triunfo con su musa, corre inmediatamente en su búsqueda. Al asomar la cabeza por el borde de la cubierta; sin embargo, se encuentra con una densa llovizna, no es hasta que esta se disipa que consigue distinguir la delicada figura de Lapis, cayendo directamente al océano, y perdiéndose entre las olas.

«Alto, no lo hagas, tienes un brazo enyesado, e incluso si no fuera el caso, siempre has sido una pésima nadadora». Ignorando su propio razonamiento, Peridot se lanza sin pensarlo al abismo, logrando aplacar el pánico con pura adrenalina, y pese a carecer de la elegancia de una clavadista profesional, consigue zambullirse relativamente cerca de dónde le vio caer.

«No es demasiado tarde, solo mantente a flote mientras Garnet consigue ayuda». Una vez sumergida, y luchando contra el ardor que le produce la salinidad en los ojos, no tarda en encontrar a su amada, adentrándose lentamente en la oscuridad de las profundidades. Lapis yace boca arriba, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, como si aceptara el destino que se le ha ofrecido, como si; de hecho, perteneciese a ese lugar. Aun así, Peridot sabe que su musa no es ninguna sirena, y que su tiempo se está acabando.

«¿Acaso perdiste la cabeza? Te quedarás sin oxígeno antes de poder alcanzarla, ella no querría que te sacrificaras en vano». Nadar en su condición es bastante complicado; pero, una brazada a la vez, y pataleando tanto como puede, consigue acortar progresivamente la distancia entre ambas, dejando escapar algunas burbujas de aire en el proceso.

Encontrándose lo suficientemente cerca como para apreciar hasta la más mínima facción de su hermoso rostro, Peridot estira su mano para tomarle de la cintura, atrayendo su cuerpo. A través de un agónico burbujeo, el poco aire que le queda finalmente le abandona, y a su vez, aquellos pensamientos lógicos que antaño le sirvieron como mantra, desaparecen por completo.

«No es el final que tenía en mente, pero... Vaya que he disfrutado el viaje», piensa, completamente hipnotizada por sus labios. Entonces, mientras siente las frías manos de la muerte abrazando su pecho, se inclina para besar a su musa, un beso de despedida.

«Si hemos de triunfar, triunfaremos juntas, y si hemos de morir... Moriremos juntas también». 

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now