La cena de Rose

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Tras varias horas descansando y conversando sobre temas más mundanos, la noche finalmente cae, y ambas comienzan a sentir algo de apetito.

—Muero de hambre... Necesito nutrientes para pensar... —se lamenta Peridot, reclinada en el sillón.

—Debiste aprovechar las galletas. ¡Oh! Cierto, estaban envenenadas —bromea Lapis, quien se pasea en frente de una librería antigua, echando un vistazo a los libros que tienen allí.

—A veces puedes ser muy cruel...

Entonces, la espera llega a su fin, y la puerta se abre de nuevo. Esta vez es Perla quien entra a la habitación, dedicando una mirada suspicaz a las dos invitadas.

—Veo que despertaste, confío en que la señorita Lázuli te explico su situación —dice, llevándose las manos a la espalda.

Peridot se endereza al escuchar su voz, poniéndose de pie y mirándole también con recelo. Lapis detecta la desconfianza de ambas, volteando los ojos hacia atrás con exasperación.

—Sé que nos trajeron aquí en contra de nuestra voluntad —responde la rubia, a la defensiva —. Y que le pusiste tecnología no certificada a Lapis en la cabeza, ¿tienes idea de lo que pudiste haberle ocasionado? Ya se encuentra bastante grave —añade, alzando un poco la voz.

—Desde luego que está grave, porque cierta científica sin una pizca de ética experimentó con ella en contra de su voluntad —reclama Perla, llevándose las manos a la cintura.

Ante eso, Peridot debe cerrar la boca y tragarse su orgullo, tiene razón, y eso le hace sentir todavía más frustrada.

—Además, está claro que el casco que utilicé ha sido puesto a prueba en numerosas ocasiones, jamás usaría tecnología experimental sobre una persona, yo sí tengo principios.

—Si ya terminaron de discutir, me gustaría escuchar lo que Rose Cuarzo tiene que decirnos —interrumpe Lapis, apoyando la cadera en la pared con los brazos cruzados.

Perla parece avergonzarse por haber perdido el decoro, aclarando su voz y recuperando la compostura.

—Claro, sobre eso. Rose ha preparado una cena de bienvenida para ustedes dos, véanlo como un gesto de buena fe. Durante la cena, ella procederá a hablarles de su propuesta.

—Eso suena bien —responde Lapis con una sonrisa, volteando su mirada hacia Peridot —. Parece que tus plegarias por comida han sido escuchadas.

—Como sea... —murmura, dejándose caer sobre el sillón.

—Bien, las esperaré afuera —dice Perla, justo antes de dar media vuelta y salir por la puerta.

Tan pronto quedan solas, Lapis se acerca a Peridot, sentándose en el brazo del sillón y mirándole con afecto.

—¿Perdiste el apetito?

—Un poco... —reconoce la rubia, ofuscada.

Sin embargo, seguidamente ambas pueden escuchar a su estómago gruñendo, lo cual provoca que Peridot se avergüence, y que Lapis se eche a reír.

—¡D-Debieron ser las galletas! Te dije que tenían algo sospechoso... —se excusa, evitando ver a la contraria a los ojos.

—Me imagino que sí —responde, divirtiéndose con la situación.

Soltando un suspiro, Lapis se pone de pie, acomoda su vestido, y camina hacia la puerta.

—Qué lástima, esta cena pudo ser mucho más especial contigo a mi lado —se lamenta, con una sonrisa astuta.

Al escuchar esas palabras, el rostro pecoso de la rubia se pone rojo como un tomate.

Cayendo por completo en la provocación de su musa, Peridot salta del sillón y le alcanza al salir por la puerta.

—Si ya están listas, síganme —instruye Perla, caminando en dirección a un elevador.

—Que quede claro, solo vine para asegurarme de que nada malo te ocurra... —susurra Peridot, caminando a su lado.

Lapis ríe con ternura, estirando la mano y tomando la de su compañera, quien se sobresalta por un segundo; pero, con una sonrisa dibujada en el rostro, sujeta la mano de su musa con firmeza.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now