Cediendo al placer

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—Desde aquí arriba... Todos parecen pequeñas hormiguitas... —comenta Lapis, mirando la ciudad con la cabeza apoyada en la ventana. Su quinto y último vaso se encuentra ya vacío.

«Menos mal que me mantuve sobria», piensa Peridot, suspirando con una sonrisa. Al menos consiguió sacarla de allí antes de que hiciera algo vergonzoso; además, sigue estando sorprendida por su soltura al bailar con ella, fue como si llevase bailando por años, y ese no fuese más que un baile más.

—Por fin... Algo de tranquilidad —expresa, aterrizando finalmente en frente del granero.

Apagando el motor, Peridot sale de la aeronave y abre la puerta de su musa, quien le mira con una expresión divertida. Repentinamente, Lapis se desabrocha el cinturón y baja de un salto hacia el césped.

—¡Hola, mundo! —exclama, dando un giro enérgico y dirigiendo la mirada hacia el lago —. ¡La reina ha llegado!

Y alzando ambas manos, crea un pequeño estallido de agua en la orilla, provocando una suave llovizna sobre toda la zona. Preocupada y empapada en igual medida, Peridot corre y le abraza por la cintura.

—L-Lapis... Vamos adentro, ¿no quieres ver a Pumpkin? —pregunta, tirando de ella con una risa nerviosa.

—Oh, sí. Pobrecito, debe habernos extrañado muchísimo —responde su musa, bajando las manos y dejándose llevar.

Una vez abierta la puerta; sin embargo, ambas sonríen con ternura al ver que Pumpkin se encuentra durmiendo plácidamente sobre el sofá. Avanzando con sigilo, suben las escaleras y alcanzan la habitación de Lapis.

—Listo, te he traído sana y salva. Ahora iré por una toalla, no quiero que te enfermes por dormir mojada —comenta Peridot.

Pero, antes de poder siquiera voltearse, su musa le toma firmemente de las mejillas, acercando el rostro hasta juntar su frente con la suya.

—¿A dónde crees que vas? —pregunta, con una sonrisa coqueta.

Con las piernas temblorosas y los latidos de su corazón acelerándose, Peridot intenta responder, solo para ser silenciada con un beso lento y apasionado. Dejando escapar un tierno gemido, Peridot se ve incapaz de mover un dedo, en lo único que puede pensar es en lo suaves y húmedos que se sienten esos labios.

Presa del deseo, Lapis baja lentamente sus manos, acariciando primero su cuello, luego sus hombros, hasta deslizar los dedos suavemente hasta su pecho. Entonces, separa bruscamente sus labios y empuja a su chica contra la puerta de su habitación.

—L-Lapis... —logra tartamudear Peridot, tragando saliva con el rostro completamente enrojecido —. Detente... Estás ebria, no quiero que te arrepientas de algo mañana por la mañana...

—Peridot... —responde su musa, acercándose para morder suavemente su labio inferior, estirándolo un poco hasta alejarse nuevamente —. Tanto tiempo observando mi cuerpo a través de un cristal, me pregunto qué tipo de cosas pensabas al verme —añade, moviendo discretamente la mano hacia el picaporte, y abriendo la puerta con una sonrisa seductora.

—Y-Yo...

Un paso a la vez, Lapis guía a su amada por la habitación, empujando su pecho sin quitarle un ojo de encima.

—Tenerme desnuda y amarrada en el asiento trasero, ¿fue eso realmente necesario, o tuvo que ver con tus fetiches más íntimos?

—No... Estábamos huyendo...

Nerviosa, Peridot puede sentir finalmente el borde de la cama contra sus piernas; pero, aunque espera que su musa le empuje con agresividad, esta simplemente le suelta, separándose y tomando asiento sobre la cama.

—No me parece que esto sea algo que quieras hacer —dice finalmente, dedicándole una mirada comprensiva —. Descuida, allí está la puerta, gracias por cuidarme esta noche —añade, dejándose caer sobre la cama y cerrando los ojos por un momento.

Satisfecha, Lapis puede escuchar las pisadas de Peridot sobre el suelo de madera, así como el rechinar de la puerta al cerrarse. «Es tan tierna», piensa; pero, rápidamente consigue escuchar nuevamente sus pisadas, y lo próximo que siente es a su amada subiendo sobre su cuerpo. Al abrir los ojos, estos se cruzan con la mirada de Peridot, y ya no se trata de una mirada tímida.

—Tú lo pediste, Lázuli... —dice la mujer.

Y casi como una venganza, la rubia besa a su musa antes de que pueda responder, saboreando primero sus labios, y adentrándose después en su boca. Entre gemidos cálidos y mientras sus lenguas se entrelazan, Lapis acaricia suavemente los pechos de su amante, solo para comenzar a abrir su camisa, retirando un botón a la vez. Es a partir de este punto que toda razón desaparece, y hasta el más mínimo movimiento es motivado por el deseo.

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now