Corazón de hielo

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Con una mueca de descontento, Jaspe se estremece ante la expresión de su amada. Siendo las discusiones algo muy frecuente dentro de su matrimonio, le ha visto enfurecer en múltiples ocasiones; pero, jamás había presenciado tal aversión reflejada en sus ojos azules.

—Debo admitir que fue una sorpresa verte en las cámaras de seguridad, no con esa escoria rebelde con la que has decidido aliarte, sino con la comandante Azul en persona —expresa la capitana con severidad —. Y cómo era de esperarse, viniste corriendo para encontrarte con...

—Te lo advierto —interrumpe Lapis, presionando sus puños con fuerza —. Esta es la última vez que ensombreces mi vida, asegúrate de que no sea la primera vez que ensombrezco la tuya, porque llegadas a ese punto, no habrá una segunda.

«¿Será eso cierto, Lázuli?», se pregunta Jaspe, francamente emocionada por el desafío. No se trata de un duelo de fuerza, sabe de sobra que el poder de Lapis es más de lo que puede manejar, al menos con su traje inutilizado; sin embargo, es su resolución lo que desea poner a prueba.

—Pude asesinarla en cualquier momento, quizá debí hacerlo —responde, observando el rostro demacrado de su prisionera —. Pero, la pequeña renacuaja se ha ganado mi respeto. Sin importar cuánto dolor le infringí, en ningún momento cedió en decirme tu paradero, no me cabe la menor duda, ella te ama.

Regresando la mirada hacia su ex-esposa, Jaspe arroja la pregunta que ha estado carcomiendo su cabeza por horas.

—¿La amas tú?

—¡Suficiente! Libérala ahora, es mi última advertencia —exclama Lapis, mientras algunas lágrimas brotan de sus ojos, lágrimas que parecieran arder en sus mejillas.

—¿O tan solo viste en ella una oportunidad para huir de tus problemas? —presiona en respuesta, mirándole con osadía.

«Esto terminará muy pronto, querida», piensa la capitana, quien tras saber de su repentina llegada al cuartel general, tuvo tiempo para hacer algunos preparativos. Oculto detrás de una estantería surtida de medicamentos, yace un soldado imperial agregando una dosis particularmente alta de sedante en un dardo, listo para cargar su arma.

—¡Abre los ojos de una vez! —añade, no solo para ganar tiempo, sino además para probar su punto —. Pese a todas mis imperfecciones, he sido yo la que siempre se ha encargado de mantenerte a salvo, desafiando las órdenes de mi propia comandante para capturarte con vida, para darte una segunda oportunidad.

Con cautela, el soldado asoma discretamente la cabeza, estudiando la situación. Gracias a que la mujer únicamente lleva puesto un vestido, podría disparar el dardo casi en cualquier parte de su cuerpo, aunque lo más óptimo sería lograr un tiro en el cuello.

—Esta traidora, en cambio, no ha hecho más que arruinar tu vida. Experimentando con tu cuerpo, convirtiéndote en una fugitiva... Poniéndote en mi contra...

Con el cuello de la intrusa en la mirilla de su arma, el soldado abandona la cobertura, listo para disparar. Justo antes de lograr jalar del gatillo; sin embargo, los tres reciben un amargo recordatorio: el suyo no es el único conflicto que tiene lugar en las instalaciones.

Seguidamente de un espantoso estruendo, una poderosa descarga eléctrica se expande por varios sectores del complejo, sobrecargando los sistemas y generando un apagón, producto del cual, se encienden las luces de emergencia, tenues y con una tonalidad rojiza. Dentro de la habitación, los tres caen rendidos con un gemido de dolor, parcialmente entumecidos en el suelo.

—¿Comandante? —logra mascullar Jaspe, intentando recuperar la movilidad de su cuerpo.

Al abrir los ojos, se percata de que ha dejado caer su arma, por lo que se fuerza a sí misma para estirar el brazo y recuperarla, un esfuerzo inútil. Estando a punto de alcanzarla, su brazo se paraliza ante una súbita oleada de frío, como si lo acabara de introducir en un congelador industrial.

—¿Qué...?

Entonces, con un punzante dolor recorriendo todo su cuerpo, la capitana comienza a levitar en el aire, quedando suspendida de cara a la entrada, con brazos y piernas extendidos. Algunos instantes después, una pequeña grieta se forma en el suelo, filtrando agua desde las tuberías que yacen justo debajo.

—No... No quería... —murmura Lapis, aun afectada por la descarga.

Aunque incapaz de moverse con libertad, consigue formar sus dos alas de agua, elevándose para encarar a Jaspe.

—No quería intentarlo mientras le apuntabas con esa cosa... —consigue articular. La ira desmedida en su mirada ha desaparecido, ahora mismo, lo único que sus ojos reflejan es frialdad —. Una gran parte del cuerpo humano se compone de agua, llevaba un tiempo preguntándome si soy capaz de manipularla.

Con una mueca de aflicción, Jaspe mueve los labios para responder, solo para descubrir que su lengua también se ha congelado, como un trozo de hielo dentro de su boca.

—Ya escuché suficiente —manifiesta la hidrosofista, recuperando progresivamente el control de su cuerpo —. Debe tratarse de una experiencia aterradora, sentirte completamente indefensa por primera vez en toda tu vida.

La expresión de desasosiego en el rostro de Jaspe parece confirmar sus palabras.

—He soportado tu iniquidad por años, agachando la cabeza y asumiendo mi dolor en silencio. Incluso en medio de esta guerra, creo haber podido perdonarte una vez más, pero...

Acercándose con un batir de sus alas, le sujeta el mentón con fuerza, levantando ligeramente su rostro.

—Lo que hiciste está más allá de mi perdón. Peridot recogió los pedazos que dejaste de mí, me hizo sentir plena otra vez, con ganas de vivir... Con ganas de amar. Ella es mi todo, y la mantendré a salvo de ti, así tenga que quitártelo todo.

Retrocediendo algunos centímetros, Lapis da un vistazo final a la mujer que amó hace ya tantos años.

—Lo siento.

Y con un simple chasquido de dedos, el cuerpo de Jaspe se congela por completo, capturando una última expresión de terror. Entonces, liberándose de su pasado, inhibe su poder para dejarle caer, estrellándose en el suelo y haciéndose pedazos. 

Amantes en Guerra [Lapidot]Where stories live. Discover now