Meditando a la deriva

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Con los ojos cerrados, Lapis se encuentra flotando boca arriba sobre una plácida superficie de agua. «¿En dónde estoy?», se pregunta, podría estar flotando en medio del océano, dejándose llevar por la corriente de un río; o quizá, en las tranquilas aguas de un lago; pero, sabe muy bien que no se trata de ninguno de esos lugares.

—Estoy... En ninguna parte... —murmura, con un lento y suave suspiro de relajación.

No hay viento alguno agitando el agua, ningún sonido además de su propia respiración, lo único que es capaz de sentir, es humedad y frescura. Su aparentemente imperturbable paz; sin embargo, se ve invadida por una voz distante, esta resulta casi imperceptible, y no parece calzar con el resto de sensaciones.

En un intento por ignorarla, Lapis comienza a tararear una vieja canción de cuna.

—Navegando... Sigue navegando...

Como si intentase retarle, la voz lejana aumenta progresivamente su volumen. La mujer sigue siendo incapaz de entender lo que dice, pero cree discernir que se trata de una persona joven, muy joven.

—Navegando... Pronto llegarás...

«Un niño, es un niño», piensa, frunciendo ligeramente el ceño.

—Navegando... Vamos arribando...

La voz resulta cada vez más difícil de pasar por alto; sin embargo, aunque sigue sin comprender lo que dice, finalmente puede reconocer de quién se trata, es Steven.

—Navegando... Tu cama alcanzarás... —murmura rítmicamente, relajando nuevamente su rostro.

Guardando silencio, puede reconocer algunas palabras sueltas: contarte, azul, jugar y... Papas fritas.

—Oh, otra cosa que podremos hacer cuando desp... —dice Steven, pero algunas de sus palabras parecen perderse en el aire —. Aunque Perla podría regañarnos por eso, deberíamos pedirle per...

Entonces, Lapis cae en cuenta de que conforme mejor escucha a Steven, más parece bajar el nivel del agua. Aunque un poco decepcionada, sabe que es hora de regresar.

—¡Oh, no! No deberías estar aquí —añade el niño, escuchándose más claro que nunca.

Y sintiendo la suavidad de la camilla en su espalda, Lapis abre finalmente los ojos, sorprendida por haber tenido un sueño tan lúcido. Viéndose de regreso en el laboratorio, se endereza y mira a su alrededor, en busca de Steven o Peridot.

—¡Despertaste! —exclama Steven, quien se encontraba agachado bajo la camilla. Por su tono de voz, parece bastante nervioso.

—Sí... Tuve un buen sueño —reconoce, estirando sus brazos con un pequeño bostezo —. ¿Has visto a Peridot?

El niño abre la boca para responder, cuando un alegre ladrido le interrumpe. Con una expresión curiosa, Lapis baja de la camilla y le dedica una mirada inquisitiva.

—¿Te sientes bien?

—¿Y-Yo? Claro... Estoy de maravilla... —responde, sentado en el suelo con angustia. Steven mantiene ambas manos en su espalda; pero, pese a sus mejores esfuerzos, es incapaz de ocultar la cola del animal, que se mueve jovialmente.

Suspirando con una sonrisa, Lapis se agacha, se lleva dos dedos a la boca, y silba con fuerza. Percibiendo el silbido como un llamado irresistible, el perro se libera de las manos del chico, y corre rápidamente hacia los brazos de Lapis, olisqueando su vestido mientras agita la cola. El perro es relativamente pequeño, y aunque su pelaje es de color marrón, es tan brillante que por momentos pareciera ser anaranjado.

—¡Por favor, no le digas a nadie! —exclama Steven, arrodillándose y juntando ambas manos a modo de súplica.

—¿Cuál es el problema? —responde la mujer, riendo al recibir un par de lengüetazos del animal —. Ni siquiera en el imperio es delito tener un perrito.

—No lo entiendes... Perla se enojará conmigo si se entera de que traje otra mascota.

—¿Otra?

—Sí, a veces encuentro animales callejeros cuando paseo por la ciudad. La primera vez encontré un montón de gatitos, y Garnet estuvo de acuerdo con que los conserváramos, pero Perla me advirtió que no podía traer más animales al templo —explica, bastante desanimado.

Lapis mira al chico con ternura, a la vez que acaricia suavemente la cabeza del pequeño animal. En la Zona Azul existe un santuario en el que cuidan de cualquier animal, desde bestias exóticas hasta mascotas abandonadas, la Zona Rosa; por otro lado, no cuenta con un lugar como ese.

—Tienes un gran corazón, Steven, ¿te lo han dicho antes? —responde finalmente, tomando al perro en brazos y poniéndose de pie.

—¿No le dirás a nadie? —pregunta el niño, recuperando su radiante sonrisa —. Solo debo mantenerlo oculto hasta encontrarle una familia.

Pensativa, Lapis baja la mirada hacia el perro, quien le mira con ojos de ensueño, como si tuviese enfrente a la criatura más majestuosa de todo el universo.

—Creo que ya le encontraste una —dice, mientras abraza a su nueva mascota.

Amantes en Guerra [Lapidot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora