Hambre. Parte II

331 58 8
                                    


Un par de minutos más tarde, encontré a un Jerome demacrado y débil entre las cadenas. 

—¡Jerome! —exclamé agachándome junto a él—. ¡Jerome! 

—No estoy bien —susurró. 

Sus ojos azules se habían vuelto grises. Su piel se cuarteaba por momentos y su pelo ya estaba completamente cano. 

—Jerome, tienes que alimentarte —le dije, preocupada—. No puedes seguir así. 

—No es tan sencillo —musitó. 

—Pues aliméntate de mí. 

Él rio con pesar. 

—No tendrás esa suerte. 

—No seas estúpido. Ya he hecho esto antes. 

Él me miró serio. 

—No voy a alimentarme de ti, Lena. Por mucho que insistas. 

—Entonces dime qué puedo hacer. 

—Salta por la borda en cuanto veas tierra. 

—Eres un idiota. 

Me levanté de inmediato, enfadada y preocupada a partes iguales y salí en dirección al interior del barco. Escuché a Jerome de fondo pero no le presté atención. Entré al pasillo y avancé hasta plantarme ante su puerta. La de la única persona que podía hacer algo. Aporreé la madera varias veces, con fuerza, pero no obtuve respuesta. La golpeé, insistentemente hasta que fue evidente que nadie allí iba a abrirme, así que me armé de valor y decidí ir al primer lugar que había pisado allí. En cuanto puse un pie dentro descubrí por qué no había encontrado a Elora en su habitación. La gran predadora estaba inclinada sobre el pecho desnudo de Hernan. Sus rostros, apenas separados por un suspiro. Ambos se volvieron hacia mí de inmediato. 

La mirada de ella me taladró. Hernan, en cambio, se limitó a ladear la cabeza para mirar al techo. 

—¿Qué haces aquí? —increpó Elora incorporándose. La seda de color vino burdeos se deslizó por su cuerpo hasta quedar correctamente estirada en su esbelta figura. Su terrible belleza parecía más amenazadora que nunca. 

—Es Jerome —me obligué a decir—. Está muy mal. 

Ella rio.

—¿Y eso debería importarnos? 

—Por favor... 

Hernan se incorporó un poco, pero permaneció aún con todo el cuerpo reposado en el diván. 

—Déjanos a solas —le dijo a ella. 

Elora le dirigió una mirada, pero si le molestó o no, nunca llegué a saberlo. Aún con la sonrisa en los labios pasó por mi lado y cerró la puerta tras de mí. El rastro de su aroma permaneció varios instantes en el aire antes de que Hernán volviera a hablar. 

—No veo de qué manera podría ayudarte. 

—Necesita alimentarse. 

—Eres cazadora. Sabes lo que tienes que hacer. 

Avancé un paso más hacia él, aunque paré en seco, arrepentida de acercarme. 

—Lo he intentado, pero no quiere alimentarse de mí. 

Eso debió captar su atención porque me miró y, por fin, se levantó del diván aterciopelado. Yo retrocedí de forma instintiva el paso que había avanzado. Mi mirada se clavó irremediablemente en su pecho esculpido y desnudo. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now