Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 2.

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Estaba claro que no era así. No había contado con el hecho de tener que regresar al instituto. Al parecer, lo que me había ocurrido había sido suficiente para que la policía dejara de sospechar de nosotros. Eso, o era una forma de justificar que hubiese ocurrido algo así delante de ellos sin que hicieran nada por evitarlo. Había sido una suerte que ellos no vieran nada, y la verdad es que me alegraba de que por fin despejaran las calles.

Respecto a Jerome..., lo quería, o al menos lo había querido. Ahora no tenía ni idea de qué sentía hacia él. Solo había enfado y la horrible sensación de que me había traicionado, además del repentino miedo añadido. Eso y el vacío de haber perdido a un gran amigo.

No quería contar nada porque Lisange me sacaría de ese pueblucho antes de que pudiera siquiera parpadear, y no estaba preparada para dejar de ver a Christian. Además, debía reconocer que nada garantizaba que Jerome no acabara con todos nosotros si me atrevía a abrir la boca y revelar lo que sabía.

Finalmente, fui a clase. El día fue tan obtuso como había podido imaginar. Había pasado todo el tiempo huyendo de todo el mundo. Jerome había tenido la poca delicadeza de presentarse allí. Imaginaba que a él nadie lo obligaba a asistir, así que sabía que había ido para buscarme. El tiempo que no estuve en clase corría a guarecerme en los lavabos.

Hasta que llegó la última hora. En cuanto terminó, cogí mis cosas y me levanté veloz de la mesa, dispuesta a marcharme de allí, pero él fue más rápido y me detuvo por un brazo.

—Lena, debemos hablar.

—Aléjate de mí —susurré entre dientes, sin poder esconder un ligero temblor en la voz.

Me solté y me alejé de él, esquivando a toda la gente que alborotaba el pasillo.

—¡Lena!

Corrí para alejarme. Salí fuera, el día era tan malo que apenas había gente allí. Tan solo un par de personas a lo lejos, aparcando sus coches. Me colgué bien la mochila al hombro y me dirigí a la salida pero, entonces, una mano me agarró con fuerza y me volví alarmada. Era él.

—¡No! —grité, y me deshice de él al tiempo que mi mochila caía al suelo. Jerome hizo el intento de volver a hablar pero lo interrumpí—. ¿Qué me hiciste? ¿Qué se supone que me habéis hecho?

—¿De qué estás hablando? —preguntó.

—Ya lo sabes. No recuerdo nada de lo que ocurrió anoche, más que este odioso dolor en el corazón —solté—. ¿Qué fue lo que me hicisteis?

—No deberías culparnos a nosotros de los juegos que te traigas con grandes predadores —dijo cruzándose de brazos.

—Al menos reconócelo.

—¿Reconocer qué, Lena? Jamás te haría daño. Soy un guardián pero eso no tiene por qué cambiar las cosas.

—¿Cómo que no? ¡Los tuyos acaban con los míos, creo que eso sí que lo cambia todo!

—Y los grandes predadores también acaban con vosotros y os torturan. ¿Cuál es la diferencia?

—Yo no los defiendo.

—Pues suspiras los aires por uno de ellos.

—No es lo mismo.

—¿Por qué?

—Porque no lo es.

—¡Dime por qué!

—¡No lo sé! —exclamé llevándome las manos a la cabeza, exasperada.

Hubo un prolongado silencio.

—Yo no quiero hacerte daño, Lena.

—Confié en ti.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now