Capítulo 3 I

11.9K 1.1K 190
                                    

Alguien debería explicarme hasta qué punto es digno humillarse...

Está claro que lo que más me apetecía hacer después de despertar sin saber apenas nada de mí no era exactamente prepararme para aprobar unos exámenes, aunque encerrarme en una biblioteca no era tampoco una idea muy alentadora. En ese momento, para mí, recordar toda una vida era una prioridad muy por encima de aprender la Historia en general, pero, por desgracia, para los De Cote era esencial escolarizarse hasta la mayoría de edad... 

Aun así, yo me negaba a concentrarme en los estudios, no porque odiara hacerlo ni nada parecido, sino porque dudaba que mi nueva misión fuese aprobar un examen, así que invertía ese tiempo en cosas que consideraba más útiles para mi nueva situación. Como, por ejemplo, la búsqueda de alguna explicación lógica a lo que me ocurría o una prueba de que todo era un mal sueño. 

Por suerte para mí, Flavio se mostraba muy comprensivo conmigo. Él era partidario de la enseñanza a cargo de los padres, así que, como ahora era mi tutor, había llegado a un acuerdo con el colegio más cercano para que lo dejaran todo en sus manos y luego examinarme allí. No hubo muchos problemas con eso, primero porque estoy segura de que detrás de todo había algún tipo de pacto económico y, después, porque Flavio ya había demostrado la eficacia de ese método con Lisange; además, solo quedaban unos pocos meses para el final del curso académico.                        

En casa, las paredes de la habitación habían dejado de parecerme ese lugar tan acogedor, cobijado de un mundo cruel que no conocía, para convertirse en una prisión en la que solo recordaba mi infelicidad. Era incapaz de sentirme «en casa» con los De Cote, a pesar de todos sus esfuerzos por hacerme ver que era un miembro más de su familia. Yo seguía siendo una intrusa, al menos para mí, y tenía la certeza de que continuaría siendo así hasta que descubriese quién era en realidad. A menudo me embargaba un gran sentimiento de soledad y de vacío. ¿Por qué era incapaz de relacionarme con la gente? ¿Acaso no tenía amigos que se interesaran por mi estado tras el accidente? Me negaba a creer que nadie, absolutamente nadie del lugar donde vivía antes, supiera dónde estaba ahora. ¿No podían mandarme una carta o una ridícula postal para que al menos pudiera reconocer algún nombre? Podía acordarme de cosas que imaginaba que había estudiado tiempo atrás, pero nada relacionado con mi vida antes de llegar a esa casa, y eso me estaba consumiendo. 

Había decidido no compartir con los De Cote estas emociones porque no creía que fueran capaces de entender cómo me sentía. Lisange era la que más se estaba esforzando para que yo me encontrara a gusto con ellos, así que hablarle sobre mi infelicidad era algo que, sin lugar a dudas, no quería hacer. 

La biblioteca era lo único que me quedaba, así que decidí continuar yendo allí y esperar a ver qué me deparaba de nuevo la vida. Al fin y al cabo, ¿podía ocurrirme algo peor? Además, Flavio había comenzado a mandarme libros para leer y unos cuantos ejercicios y, aunque no quería estudiar, descubrí que eso me ayudaba a pasar las horas. 

Pero en ese momento, rodeada de gente y altas estanterías, todo el malestar, la ansiedad y la soledad se acrecentaron. Había pasado toda la noche sin dormir por el dolor y la impotencia, preguntándome hasta qué punto podría aguantar esa situación, y no había sido capaz de derramar ni una sola lágrima. ¡Ni una! 

Me ardían los ojos de forma abrasadora, pero nada, no lloraba y eso me frustraba muchísimo más. ¿Es que además de haber perdido mis recuerdos, mi familia y mis amigos, también había dejado de ser una persona normal?

Cerré el libro que estaba leyendo, de golpe, acosada por una extraña fuerza. Me sentía atrapada, como si estuviera encerrada en un barco que se hundía conmigo dentro, con el agua aproximándose al cuello sin poder hacer nada por refrenarla. El aire entraba en mis pulmones pero no me aliviaba, yo continuaba ahogándome en esa claustrofóbica sensación. No tuve tiempo de pensar, me levanté de la silla, tenía que marcharme de allí como fuese. Salí por una puerta trasera que daba al aparcamiento y me alejé cuanto pude del edificio, me doblé por la cintura e intenté respirar. Tomé aire pausadamente, pero no sirvió de nada; cada vez me sentía peor.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now