Parte XIII Cazador Cazado Parte II

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Creí que iba a ser mucho más complicado encontrar la casa de Christian Dubois, pero la verdad es que fue bastante fácil. Regresé al lugar donde había estado buscando el libro con Lisange. Ella había dicho que esa zona estaba habitada por grandes predadores, así que él también debía vivir por ahí.

Para ser sincera, tampoco había mucho donde buscar: tan solo había tres viviendas y dos de ellas parecían abandonadas, de modo que solo quedaba una, la más grande y alejada. Divisé su coche aparcado frente a la entrada junto con otros tres vehículos, dos de ellos deportivos, así que no cabía ninguna duda. Lo complicado venía a continuación, ¿qué iba a hacer? ¿Llamar y preguntar por él? No dejaba de ser un lugar plagado de grandes predadores...

Las luces estaban apagadas; puede que no hubiera nadie o que estuvieran dormidos. Pero era demasiado pronto y me extrañaba que Christian fuera a alguna parte sin su preciado vehículo. Suspiré, ahí de pie, en mitad de una calle ajena a toda civilización frente a una «guarida» de grandes predadores. De pronto, ir hasta allí no me parecía tan buena idea... Miré al cielo, no iba a haber luna, así que no podía quedarme mucho más tiempo en la calle. Debía hacerlo ya o regresar con los De Cote.

Un ruido a mi izquierda me sobresaltó. Procedía de un lateral del edificio. No sabía muy bien lo que era: parecían gemidos de dolor, pero no eran como aquellos que había escuchado con Lisange. Apoyé el manillar de la bicicleta contra el asfalto de la carretera y me acerqué, en un estúpido arrebato de curiosidad.

Algo se movía entre las sombras y parecía estar sufriendo. Me apresuré, tal vez fuera el cazador al que habían estado torturando la otra noche y si era él tenía que ayudarle.

Ascendí la cuesta que llevaba a la parte trasera, pero ahí no había nada ni nadie. Era un pequeño callejón, estrecho y aislado. Miré a mi alrededor, todo estaba envuelto en una espesa negrura y el único sonido que oía eran mis propias pisadas sobre la grava del suelo.

—¿Hola? —susurré.

Nadie me respondió. Parpadeé intentando ver algo, pero estaba demasiado oscuro. Me llevé las manos a la chaqueta para palpar los bolsillos y saqué el móvil. Intenté alumbrar un poco entre las sombras, pero el halo de luz que me proporcionaba solo me permitía ver poco menos que un par de metros.

—¿Hay alguien aquí? —pregunté de nuevo a la oscuridad. Nada, de nuevo silencio. Fuera lo que fuese, ya se había ido.

Deshice mis pasos para regresar a la zona iluminada, pero de pronto algo cayó sobre mí con un sonido grave, como un rugido, y fui a chocar bruscamente contra el suelo. Mi garganta dejó escapar un gemido de dolor. Aturdida, intenté zafarme del peso que tenía encima, pero fue inútil; no tenía la suficiente fuerza para deshacerme de él. La oscuridad y la gravilla en los ojos me impedían ver qué era lo que se había abalanzado sobre mí, pero era algo vivo y desprendía mucho calor. Lancé golpes al aire hasta que unas manos fuertes me sujetaron los brazos a la espalda.

—¡Suéltame! —grité, e inmediatamente después una mano abrasadora me cubrió la boca. El tacto de esa piel me quemó en la cara y no pude contener un alarido de dolor, pero percibí algo familiar en el aroma que desprendía—.¿Christian? —jadeé a través de sus dedos.

Me giró con un solo movimiento. Mi móvil había caído a un lado, pero aún estaba encendido, y la tenue luz iluminaba parte de su rostro. Sí, era él, aunque no tal y como lo conocía. No presentaba el aspecto elegante y refinado de niño acaudalado: tenía toda la camisa rajada, el pelo completamente revuelto y las facciones desencajadas. Me miraba mostrando todos sus dientes de forma aterradora, sobre mí, a pocos centímetros de mi cara, que aún me escocía por el contacto con su piel. Me estremecí. Mi respiración se aceleró y también la suya, mientras me contemplaba con los ojos de un depredador a punto de matar a su presa. Pero, entonces, su espalda se irguió hacia atrás con un espasmo y todo su cuerpo se tensó de nuevo. Se le marcaron todas las venas del cuello y los músculos de la mandíbula al contraerse.

Profirió un rugido entre dientes. Aproveché para escapar de sus manos arrastrándome, pero me detuve. Dudé, y de golpe sentí una repentina lástima hacia él y un irrefrenable deseo de mitigar su dolor.

«¡ALÉJATE DE ÉL!» gritó mi mente. Pero no estaba segura, ¿por qué tenía que sentir pena por él precisamente en ese momento?

Gateé hacia atrás, pero choqué contra algo duro. Oí otro berrido, pero no me dio tiempo a girar la cabeza para ver de qué se trataba. Dos fuertes manos me habían cogido de los brazos y me elevaban en el aire; no pude ni gritar. Lo siguiente que sentí fue un fuerte golpe contra una tapia e inmediatamente después caí de nuevo contra la polvorienta gravilla. Era incapaz de incorporarme; mi cuerpo aún estaba conmocionado. El mismo par de zarpas me elevaron, y ahora me oprimían contra la dura piedra a varios centímetros del suelo. Pero no era Christian quien me sujetaba.

Era algo mucho más grande y corpulento, el pelo caía sobre su rostro de forma desordenada, de modo que ocultaba sus facciones. Solo podía distinguir unos ojos muy negros, enrojecidos y desorbitados.

Le propiné una patada con toda la fuerza que fui capaz de canalizar, pero ni siquiera se tambaleó. Intenté buscar a Christian con la mirada, pero mi campo visual estaba limitado por la mano de ese otro ser que me atrapaba aún con más fuerza contra la pared. Me agarró de las solapas de la cazadora y me lanzó cuesta abajo.

El impacto contra el suelo me desorientó un poco. El dolor se apoderó de mi cuerpo en décimas de segundo, era lo primero que realmente sentía desde que había comenzado mi nueva vida, aparte del reciente contacto con Christian.

Me llevé una mano al brazo sobre el que había caído. Estaba casi segura de que me lo había roto y puede que incluso alguna costilla también. Tosí para intentar desentumecerme un poco. Me costó un tiempo poder reorganizar mis pensamientos y despejar mi cabeza del golpe. Por un momento había olvidado dónde estaba, pero lo vi de pie, imponente, recortado contra la negrura del callejón. Había llegado el momento de echar a correr.

Busqué con una rápida panorámica del lugar el punto exacto donde había dejado mi bicicleta. No estaba muy lejos, pero no lo suficientemente cerca como para tener la oportunidad de cogerla y escapar. A él le llevaría la mitad de tiempo saltar y alcanzarme de nuevo.

«¿Quieres morir así?», me pregunté. Desde mi perspectiva parecía mucho más temible que antes. No necesité negarlo. Conté hasta dos y medio y salí corriendo. Oí un tremendo alarido y, como acto reflejo, me aovillé y cerré los ojos con fuerza preparándome para el golpe, pero este no llegó.

Entreabrí un poco un párpado y me atreví a mirar hacia atrás. El extraño estaba en el suelo, enloquecido de ira bajo el cuerpo de Christian. Ambos forcejaban con ferocidad. No me detuve a darle las gracias. Veloz, cogí la bicicleta y pedaleé tan rápido como me permitieron mis escasas fuerzas.

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¡Gracias por vuestros votos y comentarios! Me animan mucho. ¡Feliz fin de semana!


Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now