Parte V

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La verdad no duele, la verdad mata

A la mañana siguiente no volví a verle cerca de la biblioteca, ni de ningún sitio donde yo estuviera. No comprendí por qué mi cuerpo parecía de repente tan ansioso por encontrarle de nuevo.

Liam me había puesto a punto su bicicleta, de modo que ir a montar se había convertido en mi distracción del día. Pasaba entre la gente todo lo deprisa que podía para que no se fijaran en mí. Conocí parte de la ciudad, aunque no podía salir tanto tiempo como deseaba; los De Cote eran muy estrictos en ese sentido. Pero, un repentino cansancio comenzó a consumirme y tuve que limitar mis salidas. Mi salud seguía resentida; no podía comer ni beber nada porque continuaba vomitándolo. Además, la agudeza de mis sentidos había disminuido; en cambio, parecía que iba acostumbrándome al dolor de mi cuerpo. Había llegado a un punto en que casi podía ignorarlo.

Esa tarde llegué de otra de mis pequeñas expediciones antes de lo que esperaba. Liam y Lisange no estaban en la casa y Flavio no regresaría hasta la noche. Me encontraba extraña. Sentía la boca pastosa, con sabor como a sangre. Fui a la cocina a beber un poco de agua porque estaba sedienta. Fue reconfortante, me sentí mucho más aliviada. Subí a mi habitación para intentar leer un poco pero, nada más entrar por la puerta, comencé a sentir unas terribles arcadas. Corrí al baño y vomité en el lavabo. Mi cuerpo se retorció hasta que arrojé la última gota.

—Otra vez no... —supliqué entre jadeos.

Abrí el grifo y limpié lo que había manchado. Me lavé los dientes a conciencia, luego puse el tapón al desagüe y llené un poco la pila. Cerré los párpados y me mojé la cara, tenía la sensación de que mi cerebro estallaría en llamas de un momento a otro.

Salí del agua un minuto después, mucho mejor. Dejé que las gotas me resbalaran por la piel para caer de nuevo al lavabo. Respiré lentamente y abrí los ojos. Parpadeé varias veces sin comprender lo que veía. Estaba ante mi reflejo, curvado por las pequeñas ondas que agitaban la superficie. Me quedé inmóvil, sin poder reaccionar durante los primeros segundos. En cuanto fui consciente de lo que estaba viendo, salí corriendo del baño. Miré a mi alrededor en busca de un espejo: por el armario, detrás de las puertas, en algún cajón, pero no encontré ninguno. Me acerqué a la ventana y me miré en el cristal, pero no era suficiente. Salí de la habitación corriendo hacia la planta inferior. Allí continué con mi búsqueda. Registré hasta en los lugares más insospechados, pero no había nada, ni uno solo en toda la casa. ¿Era eso posible?

Cogí las llaves y salí fuera, pero ni siquiera encontré un coche que pudiera prestarme su retrovisor. Corrí hacia el centro y divisé uno aparcado frente al primer bar. Me dirigí decidida hacia él, pero el dueño se cruzó en mi camino frustrando mi intento. Cambié de rumbo, me di la vuelta y entré veloz en el local. En esos lugares siempre suelen tener alguno en los baños.

Todos los allí reunidos me miraron en cuanto entré corriendo, como una exhalación, en busca de los lavabos. Abrí la puerta de un manotazo. Dentro estaba oscuro. Busqué con ansiedad la pequeña lucecita naranja que indicaba el lugar del interruptor. Encendí la luz, me acerqué al espejo, esta vez con cautela, y miré.

Pero lo que vi me hizo temblar. Ahí, frente a frente tenía mi reflejo. Era mío, no había nadie más en ese pequeño y cutre servicio, pero, si no fuera porque sabía que no era posible, habría jurado que esa persona no era yo. Mis ojos eran negros, de un negro tan intenso que hacía difícil diferenciar pupila e iris, mis labios habían perdido su color para adoptar un tono casi violáceo. Pero eso no era lo peor de todo, lo más impactante era mi piel. Directamente, no había color en ella, al menos ninguno que se pudiera considerar normal. Era blanquecina, como el de una tiza envejecida con un ligero tono amoratado. Parecía sin vida, como... muerta.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now