Especialista en tratos suicidas. Parte 1

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No iba a acudir; aún no había perdido la cabeza lo suficiente como para fiarme de ese gran predador. Tentaba, sí. La idea de aprender a defenderme revoloteaba en mi cabeza como una mosca en verano, pero Christian ya me había prometido que a su regreso lo haría. Era posible que, tal vez, esa idea descabellada fuera la solución a todos mis problemas, principalmente porque ya no sabía cómo manejar la preocupación por los De Cote y porque la cabeza de Lisange aparecía en mi mente casi cada vez que cerraba los ojos pero era imposible que estuviera tan desesperada para acudir a él. Estaba segura de que Christian se volvería loco si se enteraba, además, olía raro. ¿Elora y Lester protegiéndome y Hernan Dubois ofreciéndose como alma caritativa para ayudarme justo en el momento en que más deseaba lo que él me ofrecía?

No, no podía ser una simple casualidad. No, al menos, tratándose de ellos. Menos aún, cuando les había visto en compañía de Valentine. Sabía los planes que esa niña tenía para mí, que hasta la fecha siempre habían coincidido con los de la familia de Christian y él ahora no estaba aquí. No podía fiarme de ellos, de ninguno. Jerome tenía razón. Estaba sola, completamente sola. Ni siquiera me atrevía a apagar la pequeña vela que reposaba junto a mi cama por las

noches. Sentía que me faltaba el aire, como si nunca pudiese inspirar lo suficientemente hondo. Sí, me arrepentía de no haber huido, pero era cierto que si pretendía quedarme al lado de Christian y ser útil, debía demostrar que podía defenderme.

Una palmada del profesor en la pizarra me devolvió a la realidad. Prehistoria. El apasionante mundo del homo sapiens... ¿Cuánto tiempo más tardaría Christian en llegar? Me negaba a creer que él también considerara adecuada toda aquella obra teatral. El curso iba a ser largo. Saqué mi agenda, eché un vistazo al calendario. Desde lo que había ocurrido el primer día, evitaba prestar atención al profesor, y la agenda era todo cuanto tenía en ese momento además de mis pensamientos. Conté los días que quedaban hasta final de mes. Luego los volví a contar restándole los fines de semana para ver si de ese modo la espera se me hacía más corta pero, de pronto, una pelotita de papel aterrizó sobre mi hoja. Miré a mi alrededor. El único que me miraba con atención era Jerome, el chico de la eterna sonrisa. Señaló el papelito con su lápiz desde la mesa de al lado.

Cogí la pequeña bola y la desdoblé con los dedos. Ahí había un: «Buenos días», escrito de forma cuidada. Él me sonrió, le respondí con un ademán de la mano y volví a mi calendario.

Un instante después, cayó otra. «Te invito a comer.» Sonreí ante la ingenuidad de esa proposición: no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.

Lo miré y negué con la cabeza. Él arrugó el ceño y lo vi escribiendo de inmediato en otro pedazo de papel.

Por suerte para mí, sonó el timbre. No esperé a que el profesor nos diera permiso para salir, recogí todas mis cosas y me escabullí del aula antes incluso de que a nadie le diera tiempo a levantarse.

Sin embargo, al salir, me encontré con una sorpresa nada agradable: Lester.

—¿Tenéis noticias de Christian? —pregunté sin rodeos.

—Existirá en el mundo criatura más necia... —su voz era pausada y tranquila—. ¿No deberías estar huyendo?

—¿Sabéis algo de él?

—¿Lo sabes tú? —Sonrió—. Si no es así, ¿por qué iba a molestarme en compartir mis averiguaciones?

Lo miré exasperada y confusa.

—Christian decía que tú eras el más racional, pero sois todos iguales.

—La razón poco tiene que ver en esto. La razón solo me hace comprobar que si no posees noticias de él, es porque tu seguridad, tal vez, no importa tanto.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now