Parte XIV Dolor, simple y llanamente, dolor

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Dolor, simple y llanamente, dolor

Regresé a casa lo más rápido que pude, mirando cada dos por tres a mis espaldas. Cuando llegué, subí a mi habitación a toda velocidad, librándome de milagro de los De Cote y del incómodo interrogatorio al que me someterían si me veían así. Tiré la ropa directamente a la basura; destrozada y ennegrecida por los golpes y la gravilla, yo misma estaba cubierta de toda esa suciedad. Me metí en la ducha y dejé que el agua limpiara mi cuerpo mientras intentaba pensar en lo ocurrido. Ahora tenía muy claro que no pensaba aceptar ese trato. Debía idear un plan C, o D, o el que fuera; definitivamente, aquella no iba a ser la solución.

Explicarles a los De Cote el estado de mi brazo fue bastante más complicado de lo que había esperado. No tardaron ni una hora en darse cuenta de que pasaba algo y ni dos minutos en echar por tierra mi versión sobre una dura caída por una calle empinada. Pero era imposible que imaginaran la verdad de los hechos, como bien dijo Christian; a nadie se le ocurriría ir en busca de un gran predador, así que no les quedó más remedio que fingir que me creían. Flavio se mostró bastante comprensivo en el momento de volver a colocármelo en su sitio.

Aproveché la caída como excusa para no salir y que- darme en la habitación. Era posible que él estuviera de nuevo allí, en la biblioteca, y no quería arriesgarme a verle después de haberle encontrado en aquel estado. Nada me garantizaba que no quisiera matarme en mitad de la calle. Me estremecí y me cubrí la cabeza con las mantas. Todo volvía a ser muy complicado.

No volví a ver a Christian en los días siguientes. En el fondo sabía que eso era lo correcto, pero lo que no esperaba fue la reacción de mi cuerpo y de mi mente. Pocos días después comencé a deprimirme, a darme cuenta de que necesitaba tenerlo cerca; esos momentos en los que me hablaba, incluso cuando lo hacía molesto, eran los únicos en los que conseguía evadirme de la odiosa frustración. Así que, a pesar de estar evitándole, cada vez que salía me sorprendía a mí misma buscando con ansiedad su coche negro. Lisange me miraba de reojo y juraría que bufaba para sí. Estaba segura de que se había dado cuenta de mi reciente obsesión por volver a ver a Christian, y eso empeoraba las cosas. Flavio había insistido de pronto en mandarme una serie incesante de trabajos y ejercicios, seguramente apremiado por Lisange, para que olvidara a Christian de una vez. Así que me vi en la obligación de acudir de nuevo a la biblioteca, aunque me mantenía siempre muy cerca de nuestra mesa, sin levantar la vista de los libros por miedo a encontrar un par de grandes ojos negros fijos en mí.

La proximidad de los exámenes ocasionó que, de pronto, todo el lugar se viera atestado de gente. No me gustaban las multitudes y me sentía incómoda. Sin embargo, a Lisange seguían sin molestarle los ojos curiosos que se clavaban en nosotras, ella continuaba evadida en sus propios mundos ahora abarrotados de nuevos conocimientos. En los últimos días nos quedábamos hasta que cerraban. A mí ya me daba igual pasar las horas muertas allí que tirada en alguna par- te de la casa. Lisange, en cambio, adoraba aquel lugar y se esforzaba en estudiar cosas que iban mucho más allá de lo exigido para las evaluaciones. Ella tenía todo lo que a mí me faltaba.

Ese día las miradas me molestaban más de lo normal; incluso Lisange me observaba. Quizá fuera por la manera en que respiraba. No sabía la razón, pero desde esa mañana era como si me estuviera asfixiando y había vuelto a dolerme todo el cuerpo, pero con más intensidad que antes.

Hacia el final de la tarde, empecé a sentir un extraño zumbido. Sacudí la cabeza intentando disiparlo y un dolor muy intenso, como el del flato después de haber corrido más allá de tus posibilidades, se instaló en el lugar donde debía latir mi corazón. Todo el dolor que había estado intentan- do ignorar regresó con fuerza. Cerré el libro que tenía ante mí. Me había impresionado lo que había leído en él, así que seguramente todo fuera una reacción a su contenido. Pero el zumbido fue en aumento y Lisange seguía observándome confusa.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now