El origen de todo II

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Jerome se levantó y se adelantó un par de pasos y mojó sus pies en la orilla. Se agachó, se deshizo de los zapatos y los tiró hacia atrás, bastante cerca de mí.

—¿Qué haces? —pregunté, confundida, dejando a Flavio a un lado.

— Oh, vamos. ¿Tenemos esto aquí y no vamos a aprovecharlo?

—¿Quieres darte un baño? —pregunté escéptica.

—Si quisiera darme un baño me metería en una bañera —dijo sin más—. Quiero que veas esto.

Corrió varios metros por la orilla y le vi saltar con gracia a un pequeño trozo de hielo. Pensé que se hundiría o que caería al agua, pero mantuvo el equilibrio a pesar de la corriente, y saltó al siguiente bloque.

—¡No hace falta ser un gran predador para esto! ¿Verdad? —me gritó. Sonreí y me puse en pie. Me acerqué a la orilla con calma antes de que su bloque de hielo pasara frente a mí.

—¡Vamos! —exclamó cogiéndome de las manos y tirando de mí. No me quedó más remedio que saltar con él.

—¿Pero qué estás haciendo? —El trozo era tan pequeño que apenas entrábamos y se balanceó peligrosamente. Él rio y saltó a otro bloque más grande, aunque patinó en la resbaladiza superficie y cayó sentado. No pude evitar volver a sonreír. Extendió una mano hacia mí, invitándome a acercarme a él.

—Es como pasar las olas de la playa con una tabla, pero mejor —rio—. Los humanos hacen eso, ¿lo sabías?

—Sí —reí—. Se llama surfear.

Una vez al otro lado, nos tumbamos en el suelo y observamos el cielo pasar con tranquilidad.

—Necesitaba reírme —dijo.

—No somos tan diferentes de los humanos, al fin y al cabo.

—Que no se entere ningún gran predador —bromeó. Reí para mí misma.

—Todos hemos sido humanos antes, de hecho. Es más, si venimos de los humanos, tuvo que haber un tiempo en el que no existiéramos, ¿no es así? —Me giré hacia un lado y apoyé la cabeza sobre una mano, mirándole con interés—. ¿Nunca te has preguntado de dónde venimos?

—Sí —rio—, pero no es una respuesta fácil. Depende de lo que quieras creer.

—¿De lo que quiera creer?

Él se giró hacia mí, exactamente en la misma posición.

—Hay una leyenda, por supuesto —reveló con aire misterioso—. Dicen que un hombre, al inicio de los tiempos, cuando el mundo acababa de ver nacer al ser humano, sintió mucho dolor y, al morir, se llevó el dolor consigo hasta tal punto que ese dolor le hizo rebotar contra las puertas del cielo y le envió de nuevo a la Tierra. Pero ya estaba muerto, así que se quedó en este estado, a pesar de que ya había contemplado el cielo, de modo que ya no era el mismo. Según cuentan, el dolor le llevó a vagar solo por el mundo. Sin embargo, contemplar la vida de aquellos que aún eran capaces de amar hizo que se cebara y acabara con un humano, convirtiéndose en gran predador. Esa víctima se convirtió en cazador, a su imagen. Ambos empezaron a alimentarse del mundo, de tal manera que la gente moría con ese mismo dolor y venganza y no entraban en el cielo. Así que el cielo, deseoso de que pudieran olvidar esos sentimientos y regresar a su eterno lugar, envió desde ahí arriba a las almas que hubieran pasado a esa vida con un sentimiento que ellos debían aprender, el arrepentimiento y el perdón. —Los ojos de Jerome brillaban de entusiasmo—. Pero las tres partes comenzaron a pelear entre ellas, acabaron con cazadores, grandes predadores y guardianes. El mundo ya se había acostumbrado a ellos y el cielo vio que todas las partes en sí mismas creaban un equilibrio por sí mismo. El primer cazador fue el único que alcanzó ese arrepentimiento, pero cuando quiso regresar, volvió a rebotar contra la Tierra con una misión, velar por ese equilibrio. Según cuentan, ese fue también el origen de el Ente. También dicen que por eso los guardianes tenemos ojos azules, porque venimos de arriba y no de la Tierra.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now