Especialista en tratos suicidas. Parte 2

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¡PRIMER CAPÍTULO DE LA MARATÓN! No olvidéis dejar vuestro comentario. Son muy importantes para mí. (En un ratito publico el siguiente)

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—¿Qué quieres decir? Soy un chico normal —bromeó—. El problema es que a la gente no le gusta lo que no puede entender. Todo aquello que se salga de sus patrones.

No me atreví a preguntarle qué le había ocurrido, si era una enfermedad o si había nacido así. Tal vez era pronto, y supuse que él me lo diría si quisiese que yo lo supiera.

—Yo no te veo diferente. —Desde luego él tampoco era normal, pero yo le ganaba por oleada.

—Lo he notado. No has reaccionado de ninguna manera. Te has mantenido indiferente.

—¿Quieres decir que eso es malo?

—No, solo que resulta difícil sorprenderte.

—He visto muchas cosas increíbles pero, si te sirve de consuelo, creo que tienes unos ojos impresionantes.

—Son lentillas —dijo con voz grave.

—Oh.

—No es cierto. —Rio—. También me gustan los tu- yos, aunque hay algo extraño en ellos.

—¿Algo como qué?

—Es pronto para intentar adivinarlo. Aún debo conocerte mejor.

—Así que, ¿me estás sacando información?

—Solo para uso personal. —Levantó una mano—. Palabra. Quiero que me dejes ayudarte.

—No sabes dónde te estás metiendo —le advertí, deteniéndome junto a la entrada. Acabábamos de llegar.

—Tal vez tú tampoco. —Sonrió—. Puedo ser muy persuasivo. —Me devolvió la agenda, que debía de haber olvidado recoger del suelo—. Nos vemos mañana. Procura ser feliz.

Esa noche...

Miré mis manos, había sangre en ellas. Poco a poco esa sangre se fue extendiendo por todo mi cuerpo, manchando mi ropa y mi piel, pero no había heridas, no había dolor. Corrí asustada a través del campo seco, pero mi visión estaba borrosa. Lo veía todo cubierto por un espeso manto rojizo. Me llevé la mano a los ojos y froté con insistencia, pero todo seguía igual. Giré sobre mí misma, observando aterrada el inmenso prado de hierbas y césped encarnados. Alcé la vista al cielo y vi un firmamento oscuro, encapotado por unas horribles nubes negras. La lluvia mojaba mi cara. Extendí los brazos y cuando bajé la mirada hacia ellos, descubrí que no era agua lo que caía, sino sangre. Aterrada, intenté retroceder, pero ya no había camino por el que regresar. Todo había cambiado. Estaba en una ciudad y a lo lejos había un cuerpo tendido en el suelo. Corrí hacia él, pero no avanzaba, corrí, corrí hacia él pero...

Desperté con unas tremendas ganas de gritar. Otra pesadilla. A este paso, no volvería a dormir en todo lo que quedaba de existencia. Me estiré, intentando desentumecer los músculos y miré el reloj, pasaban de la media noche. Dudé pensando en Hernan. No tenía ni idea de lo que iba a hacer pero, para mi sorpresa, me levanté y me vestí a toda prisa.

El encuentro en sí no era lo único que me aterraba. Desde la última vez que me había atrevido a atravesar el descampado a oscuras, me inquietaba la forma suave en que se balanceaban las hierbas, la excesiva calma. Tal vez porque recordaba al silencio que provocaban los guardianes. Sin embargo, esa noche, cuando salí, todo estaba tranquilo. Infinidad de sonidos de pequeños insectos poblaban ese campo y eso me infundió un poco de valor.

Al llegar al otro lado, los sonidos de la naturaleza fueron sustituidos por los de la civilización, pero la calle seguía igual de desierta, salvo por pequeñas excepciones. Puede que no me gustara mucho ese lugar, pero al menos debía reconocer que estaba bien señalizado, y que la dejadez de sus habitantes podía resultar incluso útil. Los desgastados carteles que indicaban la dirección de la vieja iglesia seguían en su sitio, más torcidos, pero estables.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora