Recuerdos del pasado II

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Llevaba más de una hora dando vueltas alrededor de la misma piedra, sin llegar a ninguna conclusión. Saqué el arma de mis pantalones y me obligué a respirar hondo. Rodeé la fina empuñadura con el dedo índice y anular. La hoja brillaba bajo la luz de la Luna, teñida por mi sangre oscura. La observé con atención durante unos segundos y después la alcé frente a mis ojos, apuntando con los párpados entornados a un árbol cercano.

Entonces, la lancé. La punta se clavó en el tronco, pero muy por debajo de lo que había sido mi intención. Me levanté y la arranqué de la madera. Tal vez ensayar mi puntería no fuera tan mala idea. Al menos me ayudaría a aclarar mi mente.

Fijé un objetivo un poco más lejano, justo en la zona donde el bosque comenzaba a oscurecerse. La extendí frente a mí y la lancé de nuevo. Pero la hoja nunca llegó a clavarse... No en el tronco al menos. Su resplandeciente superficie brillaba ahora entre los dedos de Christian.

—Eso podría haberte matado —le dije. Sin más. No se me pasó desapercibido el hecho de que sus dedos ni siquiera rozaban la zona ensangrentada de mi pequeña arma.

—Lo lamento entonces, si es que ensayabas para mí —dijo a modo de respuesta. Le dirigí una mirada dura y regresé a mi roca.

—Es mi turno —le informé—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con Lisange?

—Lisange necesita estar sola también y yo no tengo por costumbre dormir. —Avanzó despacio hacia mí—. Algo que tú no haces desde hace mucho.

—Eso no es asunto tuyo. Tampoco necesito que vengas a asegurarte de que soy capaz de hacer esto.

—No he dicho que esté aquí por ese motivo.

—Entonces, ¿a qué has venido? —exploté—. Te pasas el día merodeando a mi alrededor como si no fuera ya lo bastante difícil tener que verte cada día.

En lugar de marcharse, dio un paso al frente. Parecía tranquilo, algo extraño en él.

—Sé que no estás de humor y no pretendo que sea de otra manera, pero he pensado que debías tener esto.

—¿No te das cuenta, verdad? —Ignoré por completo su comentario—. Me duele que estés cerca. No dejo de descubrir cosas sobre ti y ya ni siquiera sé cuál es la peor de todas. Por desgracia aún te quiero y por eso me duele, pero...

Se colocó frente a mí. Alcé la vista hacia él mientras tomaba mi mano y depositaba algo frío en mi palma. Bajé la mirada hacia el objeto y lo hice bailar sobre mi mano durante un par de segundos. Luego volví a mirarle, confundida. Era el mismo colgante de plata en el que Hernan había puesto lirio aquella vez en la fiesta de máscaras para que pasara desapercibida. Mi rostro debió reflejar la confusión que revoloteaba por mi mente por aquel regalo. O tal vez fuera porque lo miré más tiempo de lo normal, pero volvió a hablar.

—En su día no lo reconociste. Esta baratija fue un regalo de tu último cumpleaños.

Clavé mis ojos en él mientras sentía que comenzaban a arder.

—¿Qué...? Dijiste que era una reliquia familiar. — Guardó silencio a modo de afirmación—. ¿Quién...?

—Tu hermano.

Aparté la mirada, con un nuevo nudo en la garganta. Quise decir algo, pero las palabras no salían de mi boca.

Tenía un hermano... Y ni siquiera lo recordaba.

Al ver que no pronunciaba palabra, él se giró para marcharse.

—Hernan sabía que la reconocerías —musité antes de que echara a andar—. ¿Por qué intentaba camuflarme entonces?

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now